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    Ciencia y poesía

    Columnista de Búsqueda

    Si el único criterio para escribir sobre un asunto cultural fuera la novedad, esta nota debería haberse escrito hace dos meses. Fue entonces cuando Milagros Varguez, directora del Planetario de Cancún, vino a Montevideo para presentar la película Arqueoastronomía mexica: entre el espacio y el tiempo. Pero, como ocurre a veces, solo con el tiempo se logra atesorar el valor de esa obra que uno vio hace dos meses. Eso y que el pasado sábado 24 el Planetario de Montevideo reestrenó el show antecesor sobre los mexicas: Arqueoastronomía maya: observadores del universo.

    La última vez que quien esto escribe había visitado un planetario fue a finales de la década del 70. Y fue, en una de esas coincidencias astronómicas, una visita a un planetario mexicano, el del Instituto Politécnico Nacional. El recuerdo, a esta altura un poco borroso, era el de un espectáculo que forzaba al espectador a sentarse de manera más bien incomoda en su asiento, mirando hacia arriba y hacia atrás. Mucha agua ha corrido debajo de los puentes y una reciente visita al Planetario de Montevideo permitió comprobar que la experiencia actual es completamente distinta: sillones cómodos con el grado de inclinación adecuado, una calidad de imagen y sonido dignas del mejor show musical o teatral que se pueda imaginar, una experiencia inmersiva absoluta. Con esas muy buenas condiciones técnicas, todo quedaba fijado en el show. O los shows: el Planetario de Montevideo ya anunció que piensa reestrenar el show sobre los mexicas —que, por si alguien no los sabe, son los aztecas— el próximo verano.

    Lo primero que conviene frente a estos espectáculos es abandonar la idea de que los contenidos de un planetario son solo para niños. Arqueoastronomía maya: observadores del universo es un show que funciona bien en varios niveles sin que importe la edad. Sí, tiene un nivel de divulgación que podría estar dirigido a un público más juvenil, aunque ciertamente no infantil. Pero, al mismo tiempo, pone otras cosas en juego: un cuidado diseño de imagen, una narración ágil, una música que funciona a la perfección, que en conjunto le agrega a la divulgación una saludable dosis de poesía visual y narrativa. Con eso logra ampliar su foco y deja como resultado un espectáculo capaz de interesar también a un público adulto. Si bien se trata de un material que se enmarca sin problemas en la divulgación científica, tiene un vuelo visual y sonoro que lo convierte en una experiencia más amplia y generalista.

    Tanto la película sobre los astrónomos mayas que se acaba de reestrenar como la que versa sobre los astrónomos mexicas fueron realizadas en la órbita del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Ambas son en fulldome, el formato audiovisual más grande que existe y que está concebido para su exhibición en domos inmersivos. Si bien se creó a mediados de los 90, fue con los más recientes avances en tecnología digital que el formato ha alcanzado los niveles de calidad que muestra el show que se exhibe en el planetario, de una experiencia sensorial absoluta. Se puede ver los viernes a las 18 horas y los sábados y domingos a las 15 y 17 horas, con reservas a través de la página web del planetario.

    El desarrollo técnico del material fue responsabilidad de Jesús Galindo Trejo, prestigioso arqueoastrónomo mexicano, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Unam, quien trazó una ruta de seis sitios arqueológicos mayas que muestran los grandes avances de los observadores de esa civilización en su tarea de mirar de manera meticulosa la bóveda celeste.

    Como apunta Varguez: “Arqueoastronomía maya nos ha dado más que una experiencia inmersiva en el domo del planetario y su impacto ha repercutido de diferentes maneras. A partir de la película, en diferentes partes del mundo se han hecho conciertos de música prehispánica, exposiciones fotográficas, shows de planetarios en vivo y talleres”. Hace unos meses y respecto a su llegada a Uruguay, el productor de la película, Gabriel Berríos, señalaba: “Estamos muy contentos de que Arqueoastronomía maya llegue al primer planetario de América Latina y que a partir de este acercamiento podamos lograr un intercambio de experiencias de producción fulldome entre realizadores uruguayos y nuestro equipo”.

    La voz de Josefina Moyron, excelente narradora y también responsable del guion, se balancea entre la explicación científica dura y la poesía pura. Un ejemplo de ciencia dura: “Los mayas, como todas las culturas mesoamericanas, utilizamos dos cuentas calendáricas. Una cuenta basada en el movimiento de Kin, el dios Sol, de 365 días. 18 períodos de 20 días que suman 360. Así que se agregan 5 días más para tener 365 y alcanzar al Sol. Y, al mismo tiempo, tenemos otra cuenta, la ritual, de 260 días, organizada en 20 períodos de 13 días”. Y un ejemplo de los poéticos textos que acompañan las muy efectivas imágenes: “Del suelo emergen plantas y árboles… Y crece la ceiba. Árbol sagrado que conecta el inframundo, la tierra y el cielo… Ancha y alta ceiba desde cuya sombra dirigimos la mirada al cielo… Y a partir del movimiento de Kin, de planetas y de estrellas, conocemos y nombramos al tiempo”.

    Quizá sea gracias a esa dualidad, a esa capacidad de aunar lo puramente científico con una experiencia visual y narrativa de corte artístico de alto nivel, que Arqueoastronomía maya logra eludir la mirada antropológica clásica sobre la ciencia maya y coloca al espectador en el interior de esa cosmovisión, un universo con reglas propias pero no por eso menos científicas.