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Fue el primer CD que publicó el sello Ayuí-Tacuabé, en junio de 1993. Y a 30 años de su grabación (a cargo de Oscar Pessano), es el primer vinilo producido por la histórica discográfica, en esta segunda era que vino a oxigenar la industria de los formatos físicos, que agonizaba ante el ascenso irresistible del streaming. El sonido analógico que surge de la fricción amplificada entre la púa de diamante y el surco de acetato se reinstaló en el medio local con medio centenar de ediciones y reediciones en el último lustro.
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Es un placer volver a apreciar la belleza plástica del formato vinilo con la esplendorosa portada (diseñada por Maca) de Fines, el octavo disco de Fernando Cabrera, en el tamaño de 31 por 31 centímetros. Impresa en papel mate, la imagen de Cabrera en blanco y negro sobre fondo plateado, con la vista clavada en su mano izquierda que abraza la guitarra (la foto es de Guillermo Robles), resulta un regocijo para la vista. Y también para el tacto, al acariciar la cartulina del sobre exterior y las láminas internas que traen las letras y un nuevo texto escrito por Cabrera para esta ocasión. Y para el olfato, que se deleita con el olor a tinta fresca. Y, por supuesto, el oído es el principal beneficiado en esta fiesta sensorial. Resulta que ahora a todo esto le dicen experiencia. Bueno, hablemos de la experiencia Fines.
El oboe de Mariana Berta marca la tónica melancólica de la canción y del disco e interpreta el leit motiv melódico que luego emularán guitarras, chelos, violines, flautas, claves. El arpegio de Cabrera en su guitarra evoca la tradición musical barroca, en una clara reverencia al universo de Bach. Ni que hablar cuando unos compases después entra el teclado, emulando el clave, de Mariana Ingold. Por allí sobrevuela la batería de Osvaldo Fattoruso, que descarga ráfagas de parches y platillos sobre el ensamble de vientos y cuerdas. Cuando está presentada la base, irrumpe la voz que canta esos versos que están entre los más profundos de la música uruguaya: No hay tiempo, no hay hora, no hay reloj, / no hay antes ni luego ni tal vez, / no hay lejos ni viejo ni jamás / en esta olvidada invalidez. La canción se llama La casa de al lado y no es casualidad que abra este disco. Solo por esta pieza ya estamos hablando de un trabajo trascendente.
Esta letra es una increíble concatenación de imágenes poéticas, y es sin dudas un hito en la carrera de Cabrera, quien ya llevaba 15 años de excelencia como letrista, en Montresvideo, en Baldío, en sus primeros discos como solista, y especialmente en El tiempo está después, un prodigio poético con joyas como La garra del corazón, Imposibles, Punto muerto, Los viajantes y la canción homónima. De ahí venía cuando publicó Fines. Y con el primer tema marcó un antes y un después en el plano lírico. Varios músicos lo eligieron para sus propias versiones, desde Liliana Herrero (balada acústica) hasta La Triple Nelson (funk), pasando por Hugo Fattoruso y Pablo Estramín (candombe) y cantantes argentinos como Lucas Heredia, Coni Müller, Fernando Rossini y Juan Rodríguez.
Acá en esta cuadra viven mil. / Clavamos el tiempo en un cartel. / Somos como brujos del reloj, / ninguno parece envejecer. ¿Qué imágenes se construyen en la mente del escucha? Todas. La casa de al lado es una canción que convierte a quien la oye en el director de su propia película.
Cuando el oído está preso de este mantra melódico, irrumpe Mariana Ingold para cantar el hermoso estribillo al unísono con el Flaco de Paso Molino, y ya en el epílogo, la canción comienza a desvanecerse, a languidecer, a desmoronarse sobre sí misma, con esa línea ralentizada que le da sentido a todo: Por eso te pido una vez más / tomátelo con tranquilidad. / Puede ser ayer, nunca o después, / pero tu amor dame alguna vez.
Si bien Fines reúne muchas otras grandes canciones, pocas como esta se han convertido en clásicos del repertorio de Cabrera. El otro himno es, sin dudas, La balada de Astor Piazzolla, una imponente catarsis hecha canción, pues Cabrera cuenta que se puso a escribirla, conmocionado por la noticia, la misma tarde que se enteró del derrame cerebral que el compositor argentino había sufrido en París. En una nota publicada en marzo de 2021, a propósito de los 100 años del nacimiento de Piazzolla, Cabrera relató a Búsqueda cómo se desencadenó ese desesperado impulso creativo: “La letra me salió de un tirón. La balada de Astor Piazzolla fue como un saludo, un cariño, mandarle un abrazo virtual, a ver si de algún modo podía yo contribuir a su mejoría. Que le llegara una especie de aliento desde acá abajo”.
Algunas de las otras grandes canciones de Fines: Tobogán, Atlántida y El Dorado, La azotea, España, Décimas porteñas, Tuve (con el gran bajista Andrés Recagno), Soltera (candombe en el que aflora la fuerte influencia de la música coral en la obra de Cabrera), Mudar (milonga cantada por Gustavo Nocetti) y la muy beatle Reina (con la hermosa voz de Sylvia Meyer). Entre las mejores melodías está la de Tobogán, una tonada íntima, en la que Cabrera, acompañado del contrabajo de Recagno y unos sutiles arpegios de guitarra, canta casi susurrando, como si estuviera acurrucado en un rincón de una habitación en penumbras.
“En los años 90 y 91 hubo nuevos encuentros con (Eduardo) Darnauchans, mudanza, viajes, corazonadas y nuevas canciones. Empecé a trabajar más a menudo con Oscar Pessano, me interné seis meses a elaborar los arreglos y terminar los temas”, rememora Cabrera en el librillo del disco, en el que valoriza la importancia de Fines en su obra y explica algunas de las decisiones estéticas que tomó en esta reedición. Allí describe el estudio de Washington Carrasco (El Estudio), en Maldonado y Salterain, donde se grabó el disco, como un sitio “acogedor y hondo”. Cabrera define el disco como “el más variado tímbricamente de su carrera” y explica que contó con la ayuda de varios de sus antiguos compañeros del Conservatorio Universitario y también de músicos y cantantes que lo habían acompañado en los 10 años anteriores.
La publicación de Fines en vinilo no es una mera reproducción del disco original: es una nueva versión, con un extenso trabajo de remezcla, a cargo de Pessano y Cabrera (entre 2015 y 2018), cuya arista más notoria es una evidente disminución del reverb de la mezcla original que le da un aire más contemporáneo a la sonoridad general del álbum. Además, se aprecian con mayor nitidez diversos instrumentos del ensamble de cámara que armó Cabrera para esta grabación, como el oboe, la flauta y los chelos. El formato vinilo, con sus dos caras, provocó un entendible cambió del orden interno de las canciones. La casa de al lado sigue abriendo el lado A y Blues del adiós sigue siendo el epílogo. Ahora, en una jugada inteligente, La balada de Astor Piazzolla inicia el lado B.
Por otra parte, ya no está El mal del sueño, una apasionada y desbocada declaración de amor. Entonces ahora son 14 y no 15 las canciones de Fines. Queda para la discusión entre melómanos si es pertinente o no modificar de esta manera un fonograma 30 años después. Pero lo cierto es que todas estas decisiones no las tomó una discográfica o un productor, sino el propio autor.
La aparición de Fines en vinilo se suma a las recientes reediciones en el mismo formato de El tiempo está después y Mateo y Cabrera, a cargo de Bizarro. La generosa discografía cabreriana aún tiene varias obras maestras dignas de volver al vinilo, como el único álbum de Baldío y los opus solistas El viento en la cara, Autoblues, Viveza, Bardo y Canciones propias, por citar solo algunas. Otros como Buzos azules y Ciudad de la Plata son rarezas casi imposibles de conseguir. Así como Jaime Roos logró recientemente reunificar y publicar su obra completa, la magistral discografía de Cabrera merece el mismo destino. Por eso es una fiesta que Fines pueda girar en el tocadiscos.