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Primero hay una historia feliz, o que parece feliz. Los protagonistas son David Kellman, Bobby Shafran y Eddy Galland, trillizos a los que separaron a los pocos meses de su nacimiento y que se encontraron a los 19 años, aparentemente por fruto del azar. Los jóvenes habían sido adoptados y criados por familias de contextos sociales y culturales diferentes, pero sus gustos, gestos y costumbres eran asombrosamente iguales. Su encuentro fue tapa de diarios y de programas televisivos que los mostraban sonrientes y unidos.
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Después hay una historia siniestra en torno a un nombre: Peter Bela Neubauer. Este psiquiatra y psicoanalista austríaco, nacido en 1913 en una pequeña comunidad judía en Donau, había huido de la persecución nazi hacia Suiza donde estudió psiquiatría en la Universidad de Berna. En 1941 emigró hacia Nueva York, y allí desarrolló estudios sobre la infancia. Fue discípulo y trabajó con Anna Freud en la Clínica Hampstead en Londres y editó desde los 70 la publicación anual de la Universidad de Yale: El estudio psicoanalítico del niño.
Por otro lado, sus análisis sobre los efectos nocivos de los programas violentos de la televisión y del cine en los niños, así como las consecuencias de los hogares monoparentales, fueron innovadores y polémicos. Pero lo realmente inquietante fueron sus investigaciones sobre mellizos y trillizos adoptados, generalmente judíos, que como parte de un experimento social eran entregados a diferentes familias. Neubauer lideraba estos estudios en el Child Development Center.
La historia de los trillizos y su vínculo con los experimentos de Neubauer se cuenta en Three identical strangers (2018), documental dirigido por el cineasta británico Tim Wardle, ganador del Premio Especial del Jurado en Sundance, que puede verse ahora en Netflix. Además de entrevistas a los involucrados, el documental se apoya en las investigaciones del periodista Lawrence Wright, que ganó el Pulitzer en 2007, quien en 1995 publicó un artículo en The New Yorker sobre los estudios de Neubauer. El psiquiatra intentaba sacar conclusiones sobre el poder de la naturaleza o la genética frente a la crianza, y por eso separaba desde que eran bebés a mellizos o trillizos. Wright empezó a indagar este tema cuando los trillizos se hicieron famosos, pero en 1995, uno de ellos (Eddy) se suicidó y esa tragedia le dio otro significado a su artículo.
La cámara enfoca a David y Bobby a los 56 años. Son hombres fortachones y mantienen el mismo gesto afable de los veinte años. No quieren dar lástima ni mostrarse como víctimas, dicen que no les fue tan mal en la vida, que formaron sus familias, que tienen hijos. Pero ya no sonríen tanto.
Ellos van desgranando su historia, que empieza no con su nacimiento, sino en 1980. Ese año Bobby ingresó en un Community College del Condado de Sullivan, en el estado de Nueva York. El primer día de clases, le llamó la atención que varios estudiantes lo saludaran con gran simpatía y lo llamaran Eddy. Muy pronto se enteró de que Eddy era su hermano mellizo y que curiosamente, o no tanto, vivían a pocos kilómetros. Entonces se conocieron. Después de unos días recibieron el llamado de otro muchacho que los había visto en la portada de un diario. Les dijo que era igual a ellos y que había nacido el mismo día. Ese muchacho era David.
A partir de entonces, el trío formó un vínculo estrecho como si no hubieran sido criados por tres familias diferentes. Se mudaron juntos a un apartamento en Nueva York, salían de noche juntos, se emborrachaban juntos. Se sentían famosos y les gustaba que periodistas y fotógrafos los siguieran a todos lados. Después abrieron un restaurante en el Soho y le pusieron como nombre Triplet’s.
En medio de ese furor, nada les hacía desconfiar de su historia. Pero sus padres adoptivos, a quienes no les habían dicho de la existencia de los otros niños, sí desconfiaban, y comenzaron a investigar por su cuenta. Entonces aparece en la historia la agencia de adopción Louise Wise Services. Fundada en 1916, su junta directiva estaba integrada por miembros influyentes de la élite social y política de Nueva York. “Era la agencia de adopción más destacada de la costa oeste, en especial para niños judíos”, recuerda Bobby en el documental. Esa agencia es parte de la historia siniestra que tiene aún más vueltas retorcidas.
El relato de los hermanos se alterna con fotografías y videos de época que muestran a los tres con una inquietante sincronización en sus respuestas y hasta en sus movimientos. También aparecen testimonios de familiares que recuerdan el seguimiento y las mediciones que les hacían a los niños en sus casas con la excusa de que eran estudios habituales en adoptados.
“Lo primero que pensé era en lo que perdieron”, dice una de las familiares de los trillizos. “Creo que tendrían seis meses cuando los separaron. Me imagino los tres cuerpitos juntos y, de repente, la frialdad de estar solos en la cuna. Es una falta terrible”.
Three identical strangers implicó una investigación profunda sobre las vidas de los trillizos, pero también sobre una época de experimentación en los estudios psicoanalíticos. Uno de los momentos más inquietantes es la entrevista a un psiquiatra que tuvo participación en el experimento de Neubauer. Él revuelve en viejas carpetas, saca hojas con anotaciones, las lee, mira a la cámara, se ríe. Da miedo.
Neubauer nunca quiso publicar los resultados del estudio que le llevó dos décadas y que tuvo como “cobayos” a varios mellizos y trillizos, entre los que hubo otros suicidios. Con el paso de los años se habrá dado cuenta de que muy bien no le iba a ir en la opinión pública y en la comunidad científica. A pesar de que varios periodistas quisieron entrevistarlo, solo les respondió a las escritoras Elyse Schein y Paula Bernstein, autoras de Extraños idénticos: una memoria de gemelos separados y reunidos, pero no dijo demasiado. Tampoco se arrepintió de nada. Murió en 2008, a los 94 años, en Nueva York.
Los registros del experimento Neubauer permanecían sellados en la Biblioteca de la Universidad de Yale, y no se podían abrir hasta 2065. Sin embargo, a raíz del documental, a los hermanos les entregaron miles de sus páginas, aunque redactadas de una manera tan impersonal que les fue difícil descifrar las conclusiones o identificar sus historias. El acceso a los documentos en Yale está controlado por la Junta Judía de Servicios para Familias y Niños, que en un comunicado se comprometió a que las personas que fueron objeto de estudio de Neubauer pudieran acceder a los registros y marcó su distancia con el experimento del psiquiatra.
“Esto es una mierda nazi. Esta gente nos separó y nos estudió como ratas de laboratorio”, dice Bobby al tratar de sintetizar su pasado. Quien mire este documental seguramente sentirá lo mismo.