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    Como zumbido de moscardones

    Hay libros que provocan una atractiva incomodidad. Dinosaurios en otros planetas, de la escritora irlandesa Danielle McLaughlin, es uno de ellos. La incomodidad puede estar instalada en la relación tensa entre los personajes o en los paisajes que miran o en los aromas que los rodean. Son 11 relatos protagonizados por seres un poco dañados, un poco tristes, un poco solos, que pueden llegar a rozar la maldad o quedar atrapados en una vida áspera, monótona. Lo “poco” está en sus historias que nunca llegan a ser sórdidas, pero tampoco felices. El entorno pesa en ellos como si fuera otro personaje, viven en algún pueblo rural o están en alguna zona costera con un viento “de filo cortante, casi metálico”. El pueblo a veces se menciona y se llama Cork, lugar donde nació la escritora. Ella sabe de sobra lo que viven sus personajes.

    Dinosaurios en otros planetas es la ópera prima de McLaughlin, con la que ha ganado varios premios. La escritora se inscribe en un movimiento potente de la narrativa irlandesa escrita por mujeres. Su libro fue publicado en 2015 en inglés, pero ahora por primera vez tiene traducción y edición uruguaya a cargo de Alter Ediciones. Los responsables fueron Rosario Lázaro Igoa en la traducción, Leonardo Cabrera en la edición y Manuel Carballa en el diseño. A ellos se suman las ilustraciones de ca_teter (Jorge Mato), y el resultado es un libro de gran calidad literaria y editorial.

    “Yo había leído en 2015 el cuento de McLaughlin, In the Act of Falling, publicado en The New Yorker, y me quedé mucho tiempo con esa historia en la cabeza. Al año y medio lo retomé y pensé que teníamos que hacer algo con esa autora. Paralelamente, había estado leyendo a otras escritoras irlandesas que había traducido Eterna Cadencia en Argentina, como Claire Keegan. Entonces empecé a investigar en la narrativa actual irlandesa que realmente es increíble por la actividad y producción que tiene”, contó Cabrera a Búsqueda sobre su primer acercamiento a McLaughlin.

    Alter Ediciones ya había publicado a otro autor extranjero, el brasileño Mário de Andrade, también en una edición ilustrada y traducida por Lázaro Igoa. El equipo había quedado entusiasmado con aquella experiencia y se pusieron a buscar un autor joven y no tan conocido. En esa búsqueda apareció McLaughlin. Entonces se presentaron a un fondo para traducción que otorga el programa Literature Ireland en Dublín y lo ganaron.

    McLaughlin narra a través de imágenes, de olores, de texturas. Leerla es como caminar por las calles de su pueblo o meterse en sus jardines o casas. “Agosto estaba saturado de moscardones moribundos. Se juntaban en rebaños de azul aterciopelado en los vidrios de las ventanas y golpeaban las alas de gasa contra el cristal”, es el comienzo de Todo sobre Alice, un relato sobre una mujer que quiere escapar de su vida y de su pasado, pero allí está varada en el pueblo como un moscardón moribundo, entre una foto de “mami” y un “papi” avejentado.

    “Sus imágenes son las que me hicieron volver a leerla”, dice Cabrera. “De un cuento podés olvidar alguna parte, pero hay datos o imágenes que se arraigan. En este libro hay muchas que van creciendo como por capas. Para mí y para la traductora fue un desafío el trabajo de trasladar esas imágenes al español y ver si seguían manteniendo el mismo efecto que en inglés”.

    Además de traductora literaria y periodista, Lázaro Igoa es escritora, publicó varios relatos en antologías y los libros Mayito y Peces mudos (Eterna Cadencia). La experiencia como escritora de ficción es un plus para su trabajo con otros autores. Salteña de nacimiento, ahora vive en Australia. Desde allí mantuvo contacto con Cabrera para tomar juntos decisiones sobre la traducción. “Los correos tenían miles de anotaciones. Fue un trabajo de mucho aprendizaje”, dice el editor.

    Una de las decisiones importantes fue el trato de “tú” o de “vos” entre los personajes, y el uso de expresiones uruguayas para traducir la jerga. “¿Querés más té, papi?”, pregunta Alice, mientras su padre les grita a los moscardones “¡Soretes!” y “¡Trolos!”.

    Para Carballa, este aspecto de la traducción significó una experiencia rara, pero también uno de los aprendizajes que le dejó el libro. “De repente los diálogos te hacen sentir que los personajes están a la vuelta de la esquina. La traductora hizo un planteo político: usar el español rioplatense de igual forma que los españoles usan sus modismos cuando traducen. A ellos no les resulta extraño ver películas coreanas con acento madrileño. Yo había estado ajeno a esa mirada, y ella me fue convenciendo”.

    Por su parte, Cabrera considera que Lázaro Igoa hizo un trabajo pedagógico con el equipo. “La relación que tienen los personajes con otros equivale a nuestro vos. Aprendimos que está bien hacer una traducción que se acerque a un sentido auténtico. Teníamos confianza en que si la lógica interna del libro tenía su peso artístico, eso mismo iba a justificar las decisiones”.

    El primer cuento del libro se titula El arte del vendado de pies, y puede haber ocurrido en cualquier casa de cualquier esquina uruguaya. Narra la relación entre una madre y su hija adolescente. La madre está pasando por un momento de inseguridad en su matrimonio, la hija se llama Becky, tiene 14 años “y de repente creció en ancho y en altura”. Becky se encierra en su cuarto y se venda los pies como lo hacían las antiguas japonesas. Está estudiando ese tema en la clase de historia y ella lo practica según las instrucciones de un libro. “Cuando la piel esté suave, quiebre los cuatro dedos pequeños por debajo de la segunda articulación y dóblelos hacia abajo”, dice el libro. El cuento es de una sencillez y verosimilitud aterradora. Y termina sin terminar, algo así como la vida.

    Publicar un libro de esta calidad editorial no es fácil, mucho menos en un momento en que el mercado del libro está deprimido. Alter saca pocos libros por año porque se toma su tiempo para elaborarlos. Dinosaurios en otros planetas les llevó cerca de dos años de trabajo. “Les dedicamos a los libros un tiempo que no es el del mercado, pero nos da pena, porque no podemos vivir de esto. En una editorial pequeña todo el trabajo es a pulmón”, dice Carballa.

    Las ilustraciones de ca_teter, delicadas y expresivas, acompañan algunos cuentos o aparecen como telón de fondo de todo el libro. Carballa explica que buscaron artistas plásticos porque ya habían tenido una muy buena experiencia, más que con ilustradores editoriales. “Ca_teter tiene una estética adulta. Sus ilustraciones contienen microhistorias y eso nos gustó. Nos interesa que las ilustraciones no solo acompañen el relato, sino que la voz del ilustrador diga algo sobre la voz del autor. Por eso algunas son para un cuento determinado, pero otras evocan una atmósfera”.

    Con McLaughlin se contactaron hacia el final del trabajo para que les aclarara algunos pasajes del libro que aún les resultaban oscuros. Ahora le enviaron el libro ilustrado y le gustó mucho.

    “En el intercambio con ca_teter pude ver cómo estos cuentos resuenan a nivel local. Yo soy de San José y hay escenarios rurales en los cuentos que yo entendía por su precariedad o por sus ambientes. Por ejemplo, mientras leía La noche del zorro plateado pensaba que esa historia podía estar ocurriendo a 10 kilómetros de Ecilda Paullier, y que Cork se parece mucho a algunos de nuestros pueblos”, dice Cabrera.

    La noche del zorro plateado es un cuento con el olor a pescado muerto que sale de la ración que alimenta a otros animales. Los protagonistas, un camionero y un muchacho joven, llevan esa harina apestosa a un criadero de visones. El dueño del criadero es desagradable y tiene una hija joven y agradable “que hablaba como una mujer el doble de su edad”. Todo es precario, húmedo y pegajoso en la casa donde viven y en los galpones donde se amontonan los animales. El cuento tiene la suciedad del ambiente, recoge las miserias de sus personajes y su mundo sin salida.

    Otras miserias más silenciosas pueblan Dinosaurios de otros planetas, el cuento que cierra el libro y le da su nombre, con un matrimonio desgastado que recibe a su hija y a su nieto de visita. O en Silueta, ambientado en un residencial de ancianos que mira hacia una planta embotelladora de Coca Cola. Todo está narrado con la sensibilidad de una escritora que observa detenidamente a sus criaturas y las hace actuar en un mundo aparentemente simple, pero que siempre es más ambiguo de lo que parece. La prosa de McLauglhin tiene, además, una agradable musicalidad, aunque su música haga danzar a los moscardones que “zumban y saltan y golpean las alas de gasa contra el vidrio”.