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En los últimos tres meses Rossana Taddei no paró de cantar. Cantó en la costa de Maldonado, en la Costa de Oro y en Montevideo. Cantó sola, en el dúo que forma con el percusionista Gustavo Etchenique, con su cuarteto y a dúo con Fernando Cabrera en Medio y Medio. Pero además armó un coro de 25 mujeres que ensayó frente a su casa, en el Fortín, y cantó en La Floresta. Antes de volver al Ticino, la región italiana de Suiza donde vive gran parte del año, se presentará con su banda completa el jueves 20 a las 21 en la Sala Zitarrosa, en el marco del ciclo Marea, dedicado a las mujeres compositoras e intérpretes.
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El elemento omnipresente en esta gira, denominada Mueve Tour 2023, son sus nuevas canciones, que se encuentran en plena etapa de fogueo, antes de ser llevadas al estudio. Estará acompañada por Cheché Etchenique en batería, Alejandro Moya en bajo y Gastón Ackermann en teclado, trompeta y voz. Las entradas se venden en Tickantel a $ 800. Taddei compartió con Búsqueda algunas de las emociones que marcan el pulso de su existencia, siempre en tiempo presente, siempre en el trillo que la lleva a lo nuevo y a lo desconocido. Es una de las cantautoras que abrieron la brecha en un ambiente históricamente dominado por varones, pero nunca se queda en la autocomplacencia. A continuación, un resumen de la charla.
—Cuando estás en Uruguay no parás de tocar. Da la sensación de que lo que más te gusta es tocar en vivo, y que los discos son una consecuencia de eso. ¿Es así?
—Es así. He tomado siempre los discos como un registro de lo que hago en el escenario. Al inicio de mi carrera no mostraba mis canciones, solo interpretaba temas ajenos. Pero cuando empecé a mostrarlas en vivo y comencé a separarme de la figura de mi hermano (Claudio Taddei), cuando tenía 21 años, hice Tu luz violeta (Sondor), al que siento verdaderamente como mi primer disco, y fue producto de haber ganado un concurso de canciones llamado Music Quest. Lo que me pasó siempre desde ese momento es que las grabaciones en estudio y los discos son un registro de lo que me estaba pasando en ese momento. Salvo Feliz, en 2009, en el que trabajé con Andrés Ibarburu como productor artístico, mis discos son trabajos colectivos, a veces hasta arrebatados. He grabado canciones que no estaban maduras aún y que luego de grabarlas han mutado abismalmente en el escenario. El vivo hace que la canción después tome otra forma. Y ahora he optado por dejarlas madurar para después de un tiempo de rodaje en escena, las voy a tocar y tocar y tocar, para ahí sí, llevarlas al estudio.
—¿Con más de 35 años de discografía, cómo preservás tu obra? ¿Te importa la perdurabilidad de los discos?
—Es una tarea muy importante, que requiere de muchísimo trabajo y de mucho dinero. Sería fantástico, pero no creo que yo pueda encarar una tarea de esa índole porque estoy siempre muy en el presente con lo nuevo, y todo el tiempo creando. Es preciso disponer de un tiempo de retiro escénico y de un dinero importante. De todos modos creo que la obra está ahí. A mí me gusta. No me pasa eso de ir hacia atrás, escuchar una canción mía y decir “qué horror”. De hecho, siempre entran y salen canciones, tanto de las mías como del repertorio ajeno, porque siempre tengo la necesidad de cambiar y mover; soy feliz haciéndolo.
—O sea que tu lugar favorito es en la brecha de la creación y en la trinchera de la actuación...
—En la búsqueda de la resonancia de lo que acaba de sonar. Buscando lo que me gustaría cantar. Es la búsqueda constante de ese placer que me provoca cantar algo. A veces ingresa una canción al repertorio simplemente porque la escuché, la canté y la disfruté, como sucedió hace pocos días con Gato egipcio, del Príncipe. En nuestros conciertos con el dúo con Cheché (Gustavo Etchenique) siempre hacemos un segmento improvisado en el que siempre aparecen esas canciones nuevas que están en mi mente. Son pequeños homenajes que me gusta hacer. Hace poco, en un toque en Parque del Plata, entró esa canción sobre el ritmo de candombe que Cheché venía tocando. Más que una amistad es un amor(canta). Entró perfecto. Fue un momento tan increíble que después lo llevamos al ensayo para que lo aprendiera la banda completa. Gastón Ackermann y Alejandro Moya hicieron sus arreglos y quedó como un tema de jazz muy free. Y como en el jazz, en un momento tiro una melo y todos vuelven al tema en su tonalidad. Pero en el medio pasó de todo. Ese espacio de libertad es un pequeño laboratorio que abrimos en vivo. Y no sabemos lo que puede suceder. Pero así hemos creado momentos que después se vuelven parte del repertorio.
—Igual hay otros pilares del show que son inamovibles...
Sí, claro. Poder sonreír, por ejemplo. Hay canciones como esa en las que yo me afirmo. Me dan seguridad. No puedo ir al escenario a explorarlo todo. Necesito algunas certezas. Yo ya sé que en esa canción tengo determinada respuesta del público.
—¿En qué modo te ayudó el éxito mediático-publicitario de Poder sonreír?
—Lo increíble es qué sigue sucediendo con esa canción. Es por transmisión de boca a boca que comenzó con ese público femenino que se vio identificado con lo que transmitía ese aviso comercial. Después se fue expandiendo a otros públicos y demostró que es una canción que tiene algo. Y tiene otra presencia, independientemente del comercial. Porque en Suiza, por ejemplo, nadie vio el aviso y la canción hace el mismo efecto. De hecho, esa canción nació en Suiza y el video fue grabado allá. Así que energéticamente está en los dos sitios (ríe).
—¿Cómo administrás las energías para llevar una carrera acá y otra allá, donde vivís la mitad del año?
—Son dos territorios muy diferentes. Tengo la intención de tomar como base la zona italiana de Suiza en la que vivo y tocar en Italia, Francia y España. Ese proceso se truncó por la pandemia y me dediqué más a la composición y a la pintura, una expresión en la que me encontré muy bien y de hecho tengo muchos cuadros en una exposición allá. Pude volcar ahí muchas ideas creativas. También la pandemia me sirvió para comprender todo lo bien que me hace cantar. Ejercer este tipo de artesanía musical es muy sano para mí. Me di cuenta porque al parar empecé a sentir esa falta en el cuerpo. Cuando lo hacés todos los días no te das cuenta de lo sano que es cantar en un escenario. Cuando parás obligatoriamente te das cuenta de todo el daño que provoca no sentir ese torrente de adrenalina circulando por el cuerpo.
—¿Por eso promovés el canto colectivo dirigiendo un coro?
—Exacto. Llegué en enero y armé un coro inmediatamente. Hice una convocatoria y vinieron solo mujeres. No sé por qué, pero se juntaron 25 mujeres a cantar. Ensayamos en el verano en la plaza frente a mi casa, en el Fortín. Y luego de tocar en el Espacio Cra, en La Floresta, la gente de ese lugar me propuso armar un coro ahí, y me llevé el coro del Fortín para La Floresta. Es alucinante cómo se está extendiendo el canto en Uruguay. Creo que se está entendiendo lo bien que se siente uno cuando canta. En el Ticino, donde vivo en Suiza, tengo otro coro. Son espacios que además me nutren un montón en lo musical y en lo humano. A través del canto y las canciones, se genera una gran grupalidad, una gran contención interpersonal, un gran ida y vuelta afectivo. Es un sostén muy fuerte.
—¿Y ahora vas a poder concretar lo de cantar en Europa?
—Sí. Ahora tengo una agenda. Voy a estar con mi banda de allá en un festival en Lugano que se llama Long Lake. Tengo la pretensión de llevar a tocar allá a mi banda de acá. Hay muchos proyectos y espero poder concretarlos de a poco. El tema es que en Suiza lo que funciona muy bien es lo clásico y el jazz. La canción popular al estilo que en Europa se denomina world music no tiene tanta presencia. No hay tantos festivales. ¡Es complicado el doble domicilio! (ríe) ¡Y a nivel emocional más aún! Ir y venir es un ejercicio que me permite soltar todo el tiempo. Soltar acá y soltar allá. A veces nos atornillamos y nos obsesionamos con cristalizar ciertos objetivos, y después nos damos cuenta de que eso no era tan imprescindible. El movimiento constante permite que se abran nuevas puertas todo el tiempo. Por eso a esta gira le puse Mueve Tour.
—En el Mueve Tour venís de tocar abundante en las últimas semanas y te despedís de esta etapa en Uruguay el jueves 20 en la Zitarrosa, en el marco del ciclo Marea, dedicado a mujeres músicas. ¿Qué estás preparando para esa noche?
—Es especial porque estará la banda entera. En esta gira estamos tocando muchas canciones nuevas, lo que me tiene muy entusiasmada. Les estamos dando rodaje a las canciones que estarán en el próximo disco, que ya empecé a grabar y que continuaremos grabando este año, allá y acá. Se publicará en 2024. Estamos conociendo las canciones, viendo cómo es la respuesta del público en cada momento. Eso sirve para hacer ajustes, pequeños cambios que hacemos en vivo. Agregamos, quitamos, modificamos. La canción te pide algo, se lo das y ves qué pasa. Hace mucho que no toco en la Zitarrosa y eso me motiva mucho. Es un espacio muy entrañable donde siempre se disfruta. Y en los días previos a las partidas siempre se mueve mucho en lo emocional. Entonces hacer un concierto en el medio de eso generará con toda seguridad algo muy potente.
—La omnipresencia de la percusión de Cheché (su compañero en el dúo Minimal Mambo Rossana y además su pareja) le da una personalidad muy acentuada a tus canciones desde que están naciendo. ¿Cómo lo percibís?
—Por supuesto. Somos un equipo, incluso en algunas canciones participa directamente en la composición. En el repertorio nuevo hay un tema que empezó siendo un vals... llega ella / una mariposa veloz y rauda (canta) Era un vals y a Cheché el vals no le cerraba, lo llevaba a un lugar raro, y me propuso hacerla como bulería (música flamenca). (Hace el ritmo con las palmas y canta) Se armó algo divino, la canción se transformó completamente solo con un movimiento rítmico. En ese compartir de miradas, que puede ser con Cheché o con Gastón o Alejandro también, cada uno desde su lugar y desde su instrumento aporta en la génesis de las canciones.
—¿En estas canciones nuevas aflora más tu mundo interior o le cantás al afuera, al otro?
—Estoy en la frontera entre lo interno y lo externo. En la comunión entre ambos. Hay mucha conexión con el paisaje, con la naturaleza y con lo que me sucede a nivel interno en esa contemplación de lo externo. Me gusta mucho cantarle a la belleza del mundo pero suelo centrarme en los detalles, en las sutilezas. En esa contemplación que practico el sol es un objeto omnipresente, pero también me interno cada vez más en lo pequeño. Y trato de encontrar nuevos elementos en esa pequeñez y llegar a la escala del polen. Pero después encuentro la imagen agrandada de un polen y es algo inmenso y supercomplejo. Por ahí va mi búsqueda.