Esa misma tarde, más precisamente a las 19 horas, se paró frente a la puerta de la Torre Ejecutiva para continuar con la despedida. Tenía a su lado a Vázquez, a Raúl Sendic, entonces futuro vicepresidente, y a su esposa, la senadora Lucía Topolansky. Atrás, los funcionarios de protocolo ubicaron a los miembros del gabinete en funciones y al que asumiría el 1º de marzo.
Desde allí Mujica leyó —algo nada frecuente en él— su discurso de despedida, que había escrito en la madrugada del martes 24. Al igual que cuando habló en la rambla de Montevideo la noche de noviembre del 2009 en la que fue elegido presidente, puso al “pueblo” como destinatario de su mensaje. “Muy en cuenta de mi estilo, porque no quiero aburrirte, he escrito algunas líneas para leerlas y empiezo señalándote que por ejemplo, podría ponerme a contar de molinos, de cables enterrados, de cantidad de gente pobre que ha logrado un ingreso mejor, de la menor indigencia, pero no, no tiene sentido. Creo que es un día y un tiempo de agradecerte, a ti pueblo, por el honor que me regalaste y contarte una pequeña historia similar a la de muchos otros”, señaló.
“Nos terminamos jugando todo, como muchos otros. Sufrimos e hicimos sufrir y somos conscientes. Pagamos precios enormes, pero seguimos por milagro. Vivos, templados y aprendiendo con la adversidad”, agregó en referencia a su época de guerrillero tupamaro.
Y, cerca del final, Mujica agradeció. “Querido pueblo, gracias por tus abrazos. Gracias por tus críticas, gracias por tu cariño y sobre todo, gracias por tu hondo compañerismo cada una de las veces que me sentí solo en el medio de la Presidencia. Si tuviera dos vidas, las gastaría enteras para ayudar tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años”.
“No me voy, estoy llegando. Me voy a ir con el último aliento y donde esté, estaré por ti, contigo”, remató.
Apenas culminado su discurso, Mujica aplaudió al público y fue a su encuentro. La nube de cámaras y el derribe de las vallas por parte de la muchedumbre generó que el cordón de seguridad rodeara enseguida al presidente. “¡Volvé en el 2019! ¡Sos único! ¡Gracias Pepe!” fueron algunos de los gritos que se escuchaban de los miles que se acercaron a despedir a Mujica. Entre ellos, eran claramente distinguibles los usuarios del Plan Socio-Habitacional Juntos, con remeras verdes y la inscripción Presidencia en negro.
Ese día, tal cual establece el protocolo, el jefe de la Casa Militar, en este caso el general Julio Macías, le entregó el pabellón nacional que flameaba en el mástil de la Plaza Independencia. Mujica lo tomó con sus dos manos y se lo dio a su chofer. Luego anunció que lo donará a la escuela agraria, que se inaugurará hoy jueves 5 frente a su casa.
¿Con o sin banda?
Dos días después, Mujica llegó en su Volkswagen Fusca celeste al Palacio Estévez, ubicado en la misma plaza, para preparase para la ceremonia de traspaso de mando. Su intención era llevarle a Vázquez la banda presidencial en una caja de madera y sacarla de allí recién en el momento de cruzársela en el pecho a su sucesor.
Mientras esperaba, compartió la habitación con el todavía vicepresidente Danilo Astori y el entonces prosecretario de Presidencia, Diego Cánepa, entre otros. “No me la voy a poner”, les dijo Mujica a Astori y Cánepa cuando recibió el trozo de tela con el escudo uruguayo en medio, según relataron fuentes políticas a Búsqueda.
Astori y Cánepa le pidieron que se tomara unos minutos para reflexionar esa decisión. “Que lleves la banda puesta para entregársela a Tabaré también es un acto de republicanismo”, le dijo uno de ellos.
Mujica accedió a probársela pero advirtió que si le quedaba mal, no la usaría. Finalmente, le gustó como se adaptó a su cuerpo y con la banda presidencial puesta cruzó a la Plaza Independencia para esperar a Vázquez.
Después del acto protocolar del traspaso de la cinta, Mujica descendió del escenario y caminó entre el Cuerpo de Blandengues, que permanecía formado en su honor. “¡Gracias soldados!”, gritó antes de bajar a la calle y acercarse al sector en el que se encontraba el público en general, detrás de vallas.
Más de cinco minutos estuvo recorriendo los alrededores de la plaza, acompañado por decenas de periodistas, camarógrafos, miembros de la seguridad presidencial y el equipo de filmación de Kusturica. Varias veces se detuvo a saludar.
“¡No te vayas nunca Pepe!”, le gritó una joven visiblemente emocionada. “¡Qué me voy a ir!”, respondió Mujica. “Te queremos de vuelta en el 2019”, le gritó otro y obtuvo una sonrisa como respuesta.
Ya de retorno en su chacra de Rincón del Cerro, Mujica participó en un almuerzo en el quincho de su amigo Sergio Varela con autoridades del gobierno mexicano, Kusturica y algunos de sus amigos más cercanos.
Afuera, durante todo el día, permanecieron los periodistas y las cámaras fotográficas y de televisión registrando los movimientos del ya ex presidente.
“Vayan a hacerle guardia a Tabaré”, reclamó a los periodistas en un momento pero nunca se negó a hablar aunque sea unos segundos con los que permanecieron todo el día en las cercanías de su casa.
El lunes 2, Mujica resolvió concurrir a la asunción del ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Tabaré Aguerre, uno de los secretarios de Estado que continúa en el gobierno de Vázquez, y volvió a generar un revuelo mediático. Llegó en su Fusca y tuvo que sacarse decenas de fotos, con el auto incluido, con los transeúntes y los concurrentes al evento.
“¿No se dio cuenta de que por donde yo ando soy un acto político? A pesar mío”, contestó a uno de los periodistas, que lo consultó sobre su futuro político.
A la mañana siguiente, juró como senador y saludó a varios de sus ex compañeros del Parlamento. Uno de ellos, el blanco Jorge Larrañaga, le sugirió sin éxito su retiro de la actividad proselitista.
“¡Dejanos un poco tranquilos en las municipales! ¡Otra vez no!”, le reclamó.
“Si tengo a la patrona en carrera, ¿qué querés que haga?”, replicó Mujica.
“Que dejes de chupar rueda”, le dijo Larrañaga, entre risas.