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En la base de esta historia de serie negra ambientada en los 50 en Nueva York hay una novela de Jonathan Lethem, pero los elogios deben dirigirse al actor principal, guionista y director Edward Norton. Huérfanos de Brooklyn (Motherless Brooklyn, 2019, 144 minutos) tiene algunos ingredientes de receta con los que siempre hay que condimentar un policial para que se lo identifique realmente como tal, pero son más los aciertos de Norton, quien encabeza el elenco como Lionel, un detective cuyos tics no puede controlar y son absolutamente protagónicos en toda la película. Su personaje toma una palabra y la triplica con juegos de palabras y una pincelada de agudeza, la mayoría de las veces políticamente incorrecta. Como latiguillo principal tiene un acentuado if, que intenta escudarlo con su brazo como si fuese un estornudo, y pide perdón. “Es como si tuviese un anarquista dentro de mi cabeza”, dice Lionel con astucia. Por fuera es un tipo con notorios problemas, un freak, pero por dentro es sumamente astuto ese anarquista.
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A partir de la muerte del investigador que lleva la oficina, una oficina que podría ser la de un Marlowe de la costa Este, los otros empleados —con Norton y sus tics a la cabeza— deciden investigar la muerte de su jefe. La trama comienza con un cadáver, luego se bifurca en una compleja red que incluye turbios negocios inmobiliarios, vecindarios con negros pobres, clubes de jazz en Harlem, matones y, por supuesto, corruptos empresarios que pretenden estar por encima de la ley. Y por supuesto, la imprescindible voz en off del héroe para dar ese toque necesario de melancolía, y una banda sonora regada por buen jazz.
Norton se rodea de un grupo de estrellas: Bruce Willis, Alec Baldwin y Willem Dafoe, a quienes se suman los no tan conocidos —al menos por estas latitudes— Bobby Cannavale, Cherry Jones y la hermosa actriz y cantante británica Gugu Mbatha-Raw. Una estupenda reconstrucción de época, una muy baja dosis de violencia (en Chinatown, que es uno de los mejores policiales de todos los tiempos, apenas había dos sacudones físicos: el tajo a Nicholson en la nariz y el choque final), así como una sostenida ambientación de serie negra, con humor y apuntes muy al día sobre poderosos y débiles, hacen de Huérfanos de Brooklyn un raro ejemplo en la actual cartelera, un cine que ya se ha vuelto difícil de encontrar en nuestros días.