Primero fue la pintura y el dibujo, pero las ganas de escribir siempre las tuvo. Sin embargo, cuando llegó la hora de estudiar, Martín Lasalt (Montevideo, 1977) eligió otros rumbos y comenzó un periplo que lo llevó al diseño gráfico, a la Escuela de Bellas Artes y a escribir guiones. “Para mí, todo eso fue un rodeo porque yo siempre quise escribir, y hace más de 20 años que lo hago. Pero todo lo que hice me nutrió en lo artístico y en lo expresivo, y sobre todo en la sensibilidad. En cualquier forma del arte siempre hay un relato”, dice. El impulso hacia una escritura más constante fue en 2013, cuando ingresó al taller literario de Carlos María Domínguez y Rosario Peyrou. En ese momento ya tenía un conjunto de cuentos, pero su primera publicación fue La entrada al Paraíso (2015), novela que ganó el Premio Narradores de Banda Oriental y el Ópera Prima del Ministerio de Educación y Cultura (MEC). En 2016 publicó Pichis, una nueva novela que fue Premio Bartolomé Hidalgo Revelación, y en 2017 su tercera novela, La subversión de la lluvia. Sus historias hablan de marginalidad, de pobreza, de fanatismo religioso o de un mundo de aguas contaminadas. Es la realidad cruda, que también tiene rendijas por donde se cuelan mundos oníricos o delirantes. Ahora Lasalt, que trabaja en una agencia de viajes y tiene dos hijas, de 17 y cuatro años, y un hijo de ocho, acaba de publicar su primer libro de cuentos, Un odio cansado, que en 2017 ganó el Premio Narrativa Inédita del MEC. “García tiene la sensación de que va a pasar algo más allá de su control”, dice el primer cuento sobre un hombre que mira su vida miserable como si fuera una película extranjera. En otra historia, dos hombres armados entran a un teatro, sin imaginar que la muerte irá acompañada de la belleza que hay en el escenario. Una adolescente llamada Paloma está armada y lista para la venganza, y un hombre llamado Burgos empieza su itinerario en el Bar Múnich y sigue por un quiosco, un supermercado y una panadería donde va descargando una furia indomable. Una casa mantiene intactos los muebles, los manteles blancos, la parra con gusanos y el reloj de péndulo, la casa parece habitada, pero falta toda una familia. Los cuentos de Lasalt son breves, incluso hay uno de un solo párrafo, tienen una escritura depurada y el encanto de las historias tristes. Y no dan tregua, como suele suceder con los buenos relatos. Sobre la naturaleza de su literatura, el escritor conversó con Búsqueda.
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—Ahora que estás dedicado a la escritura, ¿abandonaste otras áreas creativas como el dibujo?
—Hace mucho que no dibujo. En 2015, poco antes de que saliera Pichis, estuve yendo al taller de pintura de Claudia Anselmi. Había terminado todos los años en Bellas Artes y ese taller me ayudó a darme cuenta de lo que carecía en cuanto a técnica, pero también a tomar la decisión de no seguir con el dibujo. Claudia transmite una gran sensibilidad y delicadeza y me di cuenta de que estaba muy lejos de lo que correspondía hacer en esa disciplina. Nunca podría tomarme la pintura o el dibujo como un pasatiempo, y yo en ese momento quería seguir trabajando en la escritura. Me acuerdo de que hace poco leí la transcripción de un curso de guion que García Márquez dio en México. Allí cuenta que en el mismo lugar que enseñaba había otros cursos y uno de sus estudiantes quería hacer también el de pintura. Entonces García Márquez le dijo que escribir no era para diletantes, que no era un hobby y no se podía hacer a medias, que había que comprometerse. También recuerdo que el escultor vasco Eduardo Chillida en un documental cuenta que cuando entró a la Escuela de Bellas Artes todos estaban admirados de lo bien que dibujaba. Era como si no tuviera nada que aprender, entonces pensó que tenía que hacer otra cosa porque el arte no puede ser fácil. Ahí comenzó con la escultura y dejó de lado el color porque la escultura no lo necesita. Después me enteré que plagió a otro escultor vasco, a Jorge Oteiza, y ya no me gustó tanto, pero me impresionó eso de amputarse uno de los sentidos para concentrarse en una forma del arte.
'No sé exactamente, pero a veces hay que escribir sobre algo que te da miedo para sacarte ese miedo'.
—¿En qué te ayudó asistir a un taller literario?
—A tener constancia, a ponerme la meta de escribir todas las semanas. También a sacarme vicios de escritura. A veces cometemos errores y pensamos que es parte de nuestro estilo, pero en realidad estamos escribiendo mal. Por ejemplo, yo reiteraba mucho el verbo ser, usaba una y otra vez “era”. Rosario Peyrou me lo hizo ver; yo solo nunca lo hubiera visto.
—En tus novelas hay mundos sin felicidad o sin salida. ¿Por qué te interesan esos temas?
—No sé exactamente, pero a veces hay que escribir sobre algo que te da miedo para sacarte ese miedo. Por ejemplo, La entrada al Paraíso es la historia de una pareja joven a la que le roban el bebé. Lo empecé a escribir y lo dejé durante cinco años porque me ponía muy mal, me llevaba a un lugar muy oscuro. Un día tuve un sueño horrible, muy horrible, soñé que un animal o un ser monstruoso se comía a mi bebé. Entonces cuando releí lo que había escrito me di cuenta de que tenía miedo a que me pasara a mí, a que me robaran a mi bebé. Descubrí que tenía un miedo animal, primitivo, y que no era ancestral, sino que me lo habían transmitido mis padres. Nací en 1977, mis padres no tenían vínculos con la política ni la militancia, pero en ese momento había miedo al robo de bebés o a que cambiaran un bebé por otro en los hospitales. En mi casa se hablaba de eso y a mí me quedó ese miedo al robo y la ausencia.
—La subversión de la lluvia es una novela de ciencia ficción ecologista. ¿Te preocupa la situación del medio ambiente?
—Me preocupa como a cualquiera, no soy un militante ecologista, por lo menos no por ahora. Empecé a leer mucho sobre el tema hace diez años, y ahora está todo mucho peor. Hay más conciencia en la gente, pero eso no alcanza. En la novela planteo que no vale echarle la culpa a quien deja la canilla abierta cuando se lava los dientes. Esa persona tiene poca conciencia del valor del agua, pero no es responsable de la contaminación y del desperdicio. Es un disparate que tengamos inodoros con agua potable, sin embargo, no sirve de nada que yo saque el inodoro y empiece a usar un baño seco. Eso le puede hacer bien a mi conciencia, pero no significa un cambio si no se toman otras medidas
—En general tus historias se desarrollan en un plano real, pero por momentos se deslizan hacia mundos oníricos o alucinados. ¿Lo sentís como una peculiaridad en tu literatura?
—Alguna vez con algún libro, y sobre todo con alguna película de Buñuel, me quedé con la sensación de que podía pasar cualquier cosa, como si hubiera una peligrosidad latente, de esas que te pueden llenar de miedo. Recuerdo que sentí eso cuando vi Los olvidados. En el mundo de los sueños estás totalmente entregado a una emoción. Está muy bueno cuando sucede eso en un libro, pero no sé si pasa en los míos, por lo menos no es algo pensado.
—Un odio cansado es tu primer libro de cuentos. ¿Significó un cambio importante en tu escritura?
—En realidad empecé escribiendo cuentos, y algunos de los de este libro tienen 10 o tal vez 15 años. LLeva mucho tiempo trabajar un cuento y lo hice en diferentes épocas. Todos tienen registros muy distintos y me da la impresión de que puede ser más difícil leer este libro, que leer una de mis novelas. Incluso puede llevar más tiempo, aunque es breve. No sé si es cierto eso de que un buen cuento es un cuento triste, pero si este es el caso, puede ser una dificultad para leerlo porque una novela tiene más altibajos. A mí me gustaría que mis cuentos pudieran tener algo de humor, pero lo que busco es que tengan vitalidad.
—¿Por qué el título?
'En el mundo de los sueños estás totalmente entregado a una emoción. Está muy bueno cuando sucede eso en un libro, pero no sé si pasa en los míos, por lo menos no es algo pensado'.
—Cuando envié el libro al concurso del MEC le había puesto Ficción intravenosa, pero no significaba mucho y sabía que lo tenía que revisar. Después se lo di a leer a Silvina Gruppo, una amiga argentina que es escritora, y me dijo que había leído en un cuento una frase que incluía “un odio cansado”. A ella le parecía que tenía que ver con lo que pasaba en las historias y me convenció. Es un título oscuro, pero me parece que detrás de un odio cansado puede haber una esperanza. Si estás cansado del odio, puede venir algo mejor que termine de liberarte.
—Uno de los cuentos, Burgos, recuerda a la película Un día de furia, por su personaje de rabia descontrolada, como en caída libre…
—Esa es una gran película, y para mí representa mucho más que un día de furia, es una metáfora, el mundo se convirtió, y ya no es el del personaje. En algunas cosas se parece a Taxi Driver, a Rambo, esos personajes que se sienten engañados. Burgos tiene algo de eso, pero se me complica más explicar por qué actúa así. Me hubiera gustado trabajarlo de otra manera, tal vez si hubiera tenido más conciencia de qué estaba pasando con el personaje. Un día lo llevé al taller y una compañera me dijo que había soñado con el cuento, y Carlos María Domínguez lo relacionó con Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que yo nunca había leído. Me fascinó ese libro porque para mí más que del lado malo o destructivo habla del lado vital de las personas. En el taller me di cuenta de que Burgos tocaba algo sensible.
—¿Hay algún libro que te haya influido especialmente?
—Ahora, a los 42 años, no tengo un libro de cabecera, pero a los 20 me entusiasmé con los cuentos de Cortázar. En este momento estoy leyendo Moby Dick, y no la quiero terminar, en serio que no quiero que termine. Este año me estoy dedicando a los clásicos, a Dostoievski, a Dickens, a Melville, a la literatura fundacional. También leí a algunas mujeres del siglo XX, como Irène Némirovsky o Virginia Woolf. Cuando leí a Woolf pensé: “Esto es lo que yo quería hacer”, pero en realidad yo quería llegar a mucho menos.