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Desde la primera temporada de la serie, quedó establecido que Rita no era una maestra típica de estos tiempos. Ni una persona típica tampoco. Se podría pensar que esto era así porque la serie que emite Netflix está hecha en Dinamarca y nosotros poco sabemos de los daneses. Pero a medida que los capítulos de aquella primera temporada avanzaban, iba quedando claro que lo particular no eran los daneses, sino el personaje y su entorno personal y afectivo. Y es que Rita es muchas Ritas.
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Para quienes no vieron las temporadas previas, Rita es una maestra de primaria en un suburbio de Copenhague. Es cálida con sus alumnos al mismo tiempo que exigente y heterodoxa. Recurre a toda clase de medios atípicos para poder cumplir con su tarea, que define como “defender a los niños de sus padres”. Ahora, una cosa es Rita en el ámbito académico y otra en su vida en el mundo exterior. Es madre soltera de tres hijos y no tiene un vínculo realmente fluido con ninguno de ellos. Es caótica en su vida afectiva y, aunque por lo general eso no parece importarle demasiado (la pasa bien), cada tanto ese caos la lleva a reflexionar sobre sí misma y su camino en la vida. Y no siempre lo que encuentra le gusta.
La principal virtud de la serie Rita —una virtud que en esta quinta temporada se ve reforzada— es que todo ocurre en tono de comedia, pero no de comedia ligera. Sí, cada tanto algún personaje alcanza su microrredención y se reencuentra con sus vínculos de manera no muy creíble. Pero eso es también parte del arsenal de recursos que maneja la serie y tampoco incomoda. Al revés, tranquiliza que a veces las cosas sean “como en la tele”. El 90% del tiempo, sin embargo, los vínculos de los personajes son realistas y los diálogos entre ellos son excelentes. El tono es bastante único y encuentra su balance justamente en ese punto de cruce entre el realismo, el humor y la reflexión.
Mille Dinesen es la actriz que le pone cuerpo a Rita, y es excepcional. Su personaje derrocha humor, sarcasmo y humanidad a partes iguales, y es absolutamente magnético. El elenco que la acompaña es también muy bueno, especialmente Lise Baastrup, quien interpreta a la cándida aunque profunda Hjørdis, y Carsten Bjørnlund, quien compone al conflictuado y buenazo Rasmus, exdirector de la escuela de Rita y expareja suya. En esta quinta temporada, Hjørdis y Rita tienen una nueva y pequeña escuela “progresista” en un pueblito y Rita retoma su relación con Rasmus, quien trabaja en la nueva escuela como encargado de mantenimiento.
Si algo caracteriza a la serie, es su habilidad para plantear conflictos que son globales en una escala micro, la de ese pequeño mundo de padres, alumnos y profesores. En el arranque de esta temporada, uno de los alumnos niega que el Holocausto haya existido. De inmediato, el ya naturalizado dispositivo social de la corrección política se activa, como si en vez de tener a un niño de 10 años repitiendo las gansadas que lee en Internet, se tratara de un militante radioactivo de Amanecer Dorado. La directora Hjørdis y los padres, angustiados y furiosos, se reúnen y se enzarzan en un debate delirante en donde las acusaciones de ser o no ser nazi se suceden y el problema del niño pasa a ser un problema de adultos que no saben cómo lidiar con la realidad. Hasta que Rita inventa que el niño estaba haciendo un trabajo sobre la intolerancia y con eso el dispositivo se desactiva. El niño entiende que no hay que creer todo lo que uno se encuentra en Internet y listo, asunto solucionado: nunca hubo un nazi en la escuela.
No sé si es una foto realista, pero en Rita los suecos son retratados como seres rígidos, en contraste con la mayor liberalidad de los daneses, poco amigos de las normas morales calvinistas que, nos cuenta la serie, dominan a los suecos. Así, una visita escolar a unos dólmenes en Suecia termina siendo un combate entre los modales laxos y poco serios de Rita y la cuidadora sueca del campo de piedras, quien acusa a la maestra de ser una acosadora sexual (porque hizo una broma al pedir 20 panchos en un puesto), de ser contaminadora (fumó cerca de las piedras) y de resistirse a la autoridad (porque la llamó “semifascista de la corrección política”). La distancia cultural entre los dos países es resaltada en clave de humor bufo y, según la mirada de Rita, los suecos efectivamente son un compendio de dogmatismos y corset morales varios, completamente inútiles frente el huracán de su carácter.
Más serio es el capítulo en que Rita, que también tiene un grupo de alumnos adultos por las noches, sospecha que una de sus alumnas es víctima de violencia doméstica. Y aunque también es resuelto en clave humorística, todo el episodio bordea la violencia explícita, generando una tensión bastante atípica para el tono más relajado de la serie. Rita es una comedia, pero no una comedia ligera, sino una que es capaz de meterse con temas delicados y tratarlos con la complejidad emocional y argumental que estos merecen.
En ese sentido, la serie es un auténtico oasis ideológico en Netflix, una plataforma que, en su intento alevoso de generar contenidos segmentados, ha hecho proliferar una serie de programas en donde los personajes son apenas una caricatura de lo real y en donde las minorías son tratadas como mascotas por los guionistas: personajes de cartón que siempre hacen lo que se espera de ellos. En Rita los personajes son humanos, contradictorios, se equivocan, cambian de punto de vista y son intransigentes en apenas un puñadito de cosas básicas. Puede aparecer un personaje que es gay y que aún no salió del armario, para recordarle al hijo menor de Rita (Jeppe, que es gay) que hay muchas formas de ser gay fuera de Copenhague y que no todas son alegres, sencillas y transparentes.
En una plataforma en la que por lo general los personajes de las series vienen con una receta para entenderlos de manera correcta, un programa que no comulgue con semejante modo es un auténtico soplo de aire fresco. Si además rebosa humanidad, humor y personajes que pueden ser reprobables y adorables al mismo tiempo y se pone el acento en el matiz, el soplo ya pasa a ser un pequeño y bienvenido chaparroncito de realidad.