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El paso de Gustavo Pena Casanova por la música uruguaya tiene ciertas semejanzas con el de Eduardo Mateo. Casi toda su carrera transcurrió en el ostracismo. Recién en sus últimos años de vida, el Príncipe consiguió la atención del público. En paralelo cautivó a decenas de músicos relevantes y, a casi dos décadas de su muerte, es venerado en ambas orillas del Plata (más en Argentina, incluso), donde sus canciones son versionadas a granel y hasta son aprendidas en las escuelas.
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En sus 48 años de existencia, el Príncipe compuso cientos de canciones. La mayoría quedaron en un casete. El documental Espíritu inquieto (2019), producido y dirigido por su hija Eli-U Pena —la gran difusora de su obra, que ha publicado cientos de temas en su web oficial—, lo atestigua. Pero extrañamente —o no— su discografía cuenta con un solo disco de estudio, producido en forma profesional, en toda su vida: La fuente de la juventud, grabado en Buenos Aires en 1994 y publicado recién 10 años después, con su creador ya fallecido. A esa obra insular está dedicado este libro, el volumen 16 de la colección Discos de Estuario Editora. Además de ser un destacado escritor uruguayo, reconocido fuera de fronteras, Nicolás Alberte (Montevideo, 1973) fue uno de los amigos más cercanos del Príncipe.
Nadie se lo contó. Estuvo ahí con él, compartió días y noches de charlas, de calle, de escenarios, de boliches, de vida. Una época de gloria que define con la frase: “Cuando éramos sagrados”. Pero, además, estamos ante un oído atento y sensible, que domina con gracia, elegancia y talento ese extraño arte de narrar los sonidos. Entonces, gracias a ese trillo vital compartido y a algunas entrevistas con otros amigos y familiares, el escritor hilvana vida y obra del artista en forma pocas veces vista y pocas veces leída. Las coordenadas de cada canción, cada estrofa y cada verso son descifradas por la memoria de quien conoció los hechos que después se volvieron canciones.
Para muestra, alcanza y sobra el capítulo dedicado a Imaginando buenas, una de las canciones más conocidas del Príncipe, en la que Alberte cuenta la historia de amor prohibido que, entre tantas malas que vivió el Príncipe, alumbró una de sus más buenas: su segundo hijo, llamado Mateo, cuya existencia hasta ahora no se había hecho pública.
Alberte logró una obra estupenda, que trasciende incluso a la obra que relata, y la completa.