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    Cuando la mentira es la verdad

    Columnista de Búsqueda

    N° 1961 - 15 al 21 de Marzo de 2018

    El señor X puede ser periodista. O quizá político, no importa si del gobierno o de la oposición. También puede ser un señor X sin más, que por algún azar del destino tiene miles de seguidores en alguna red social. Como es obvio, su oficio no implica que el señor X sea alguien informado o que se interese especialmente por “la verdad”, sea esta lo que sea.

    Lo que sí se sabe es que el señor X suele postear cosas incendiarias. Es decir, cosas que llaman la atención, que provocan la indignación de sus seguidores, que logran que muchos repiquen su posteo. Cosas que logran generar ruido y que impactan en la retina de sus seguidores y en las de los seguidores de estos. Y estos en las de los suyos “and so on, and so on”, que diría el bueno de Zizek.

    El problema que tienen las cosas que postea el señor X es que casi nunca son hechos contrastados. Por ejemplo, si el señor X es un eurodiputado español que desea la independencia de “su” parte del territorio, no tendrá el menor problema en postear fotos falsas de represión (que no fueron tomadas en lo que el señor X considera “su” territorio sino en otra ciudad, 10.000 kilómetros al sur) o manifestaciones de apoyo a su causa que no son tales (que son del festejo de una victoria futbolística, por ejemplo).

    No es algo que el señor X haya hecho una sola vez, en realidad lo hace cada vez que puede. Porque al señor X no le preocupa en absoluto estar desinformando de manera intencional. Al revés, entiende que esa es su tarea: lograr llamar la atención sobre su causa, si para ello hace falta inventar hechos o agrandar los que realmente ocurrieron, no hay problema, se hace y listo. La causa, el impacto de la causa, no admite la menor demora ni el menor compromiso con los hechos.

    Por supuesto, ni el señor X ni la mitad de los periodistas (todo sea dicho) respetan aquella vieja regla de las tres fuentes independientes antes de dar por bueno un dato. Obviamente, las tres fuentes pueden mentir todas al mismo tiempo, aunque eso es difícil. Por eso fue adoptada hace muchos años por la prensa como un recurso más o menos fiable. En la convicción de que, eliminando toda la chatarra que suele acompañar los hechos duros, con un poco de suerte, uno podía hacerse una idea aproximada de estos hechos.

    No estoy hablando aquí de objetividad, hablo de aproximaciones a los hechos, de cruce de informaciones. Luego, cada uno, a partir de sus preferencias, criterios, prejuicios e ideología decidirá en que cajoncito pone esos hechos aproximados. Y lo hará sabiendo que al menos hizo el intento de buscarlos. El problema es cuando el lector, sea este uno de los hinchas del señor X, sea un simple lector de medios, deja de preocuparse por los hechos y se encuentra fascinado con su propia capacidad de indignarse. O de emocionarse. La indignación y la emoción son estupendos motores para hacer cosas y también para decirles a los demás qué cosas deben hacer. Pero no son el mejor motor para comprender: son inmediatas, son en caliente y no se detienen mucho en razones.

    Nada de esto ocurriría si todos los que repican estas “fake news” prefirieran ser informados en vez de ser indignados, arengados o entusiasmados. Y es que cuando el señor X postea sus cositas, estas reciben miles de réplicas. Y cuando alguien, muchas veces implicado en la mentira monumental que subió el señor X, alguien que conoce los hechos de primera mano, responde con datos, cifras y argumentos, apenas logra un pequeño impacto con su réplica.

    Pareciera que las mentiras, porque de eso estamos hablando, suelen tener un atractivo mucho mayor que las verdades. Estas últimas suelen ser apagadas, rutinarias, poco vistosas. Es el karma que cargan las informaciones que tratan de apegarse a los hechos: nunca serán tan relucientes como una mentira. Porque la mentira no tiene más límites que su intención de llamar la atención, se la puede estirar como un chicle y extender como una sábana de dos plazas. King size a ser posible.

    Según un informe del Massachusetts Institute of Technology (MIT) publicado por la revista Science la semana pasada, las noticias falsas se extienden más velozmente y de manera más “convincente” que las noticias verdaderas. Para su investigación, el MIT monitoreó la difusión de 126.000 rumores a través de Twitter entre 2006 y 2017. Las historias fueron tuiteadas por 3 millones de personas más de 4,5 millones de veces. Los investigadores las clasificaron como verdaderas o falsas usando no tres sino seis organizaciones independientes dedicadas a lo que se conoce en el mundo anglo como “fact checking”: confirmación de los hechos.

    El estudio concluyó que las noticias falsas se “difunden significativamente más rápido, más lejos, con más profundidad y de manera más extendida” que las noticias verdaderas, en todas las categorías de la información. También que son las falsas noticias políticas las que más y mejor se difunden. El informe destaca que las noticias falsas resultaban más “novedosas” (“novel” es la palabra que usa el estudio) que las verdaderas, lo que siguiere que se tiende a compartir más las cosas que perciben como tales. También que los robots, que suelen ser acusados de empujar las falsas noticias, reproducían a la misma velocidad tanto las falsas como las verdaderas. Es decir, que el aumento de la difusión de las falsas noticias se debe a un sesgo humano. Finalmente, el informe del MIT apunta que cambia la percepción entre una y otra clase de noticias. Las historias falsas eran recibidas con “temor, disgusto y sorpresa”, mientras que las verdaderas inspiraban “tristeza, disfrute y confianza”.

    Hay algo que ese estudio destaca y que me parece clave para entender el piso donde nos paramos en estos tiempos: “Definir lo que es verdadero y lo que es falso se ha convertido en una estrategia política común, reemplazando los debates basados en un conjunto de hechos mutuamente acordados”. Y es justo en ese punto en que las “fake news” y la humana necesidad de “sentirse vivos” (calculo que por ahí viene la preferencia por noticias que generen “temor, disgusto y sorpresa”) están dinamitando el frágil terreno común sobre el que hasta hace no tanto se construía la política.

    Como señala otro estupendo artículo publicado por Science, también la semana pasada, las “fake news” erosionan la posibilidad que tienen los ciudadanos de informarse de los asuntos públicos. “Debemos rediseñar nuestro ecosistema informativo en el siglo XXI”, proclaman los 15 académicos firmantes de esa nota. La tarea es urgente e indispensable, pero mientras la ciudadanía se ilusione con la emoción del engaño, la modestia del dato siempre parecerá poca cosa. En algún momento, y ojalá sea pronto, los ciudadanos tenemos que asumirnos como actores responsables y dejar de tirar pelotas al obol. Porque nadie, de verdad, nadie, va a venir a sacarnos las castañas del fuego.

    ?? Sufragio, luchas y símbolxs