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    Cuando los guerrilleros tomaron el palacio

    Columnista de Búsqueda

    Si uno mira las listas de hits musicales de los últimos años, resulta casi imposible imaginar un mundo en donde esas listas estaban dominadas por canciones rock. Más difícil aún es imaginar que hubo un año en que esas listas estaban ocupadas no solo por música rock sino por lo que hasta entonces se consideraba rock alternativo, es decir, la clase de música que no suele entrar en ninguna lista de éxitos. Y, sin embargo, ese año existió. En 2021 se cumplen tres décadas de ese 1991 en el que un puñado de grupos, que tenían casi como único denominador la distorsión, le pasarían por arriba a consagrados del pop y el rock, como Michael Jackson y Guns N’Roses. A la música de ese grupo de bandas (y a otras que vinieron después) se le llamó grunge, un término que tuvo más de estrategia de marketing que de referencia artística real. En todo caso, la etiqueta sirve para recordar el año en que el rock alternativo dejó de serlo y conquistó el mundo.

    Durante la segunda mitad de los ochenta, por debajo del radar de las multinacionales discográficas, fermentaba una música distinta. O mejor dicho, varias músicas distintas. Por un lado estaba creciendo el hip hop en su vertiente más política y alternativa, lejos de los hits del disco debut de los Beastie Boys, quienes por tener una patita anclada en el rock y, muy seguramente, por ser blancos, habían encontrado una ruta al éxito que se les negaba a artistas negros que hacían una versión más pura del género. Así, los primeros discos de Public Enemy, De La Soul, Tribe Called Quest o KRS-One, por citar artistas clave del género, no habían logrado salir de su público.

    Algo similar ocurría en el rock: si bien bandas como R.E.M. o The Pixies ya estaban consolidadas, no terminaban de cuajar para el gran público. No era ese el caso de Guns N’Roses, que quizá por su cercanía estética con el glam rock, había logrado colar su disco debut, el excelente Appetite for Destruction en todas las listas de rock. Sin embargo, en la parte de arriba de esas listas de popularidad se repetían artistas pop como la cantante y coreógrafa Paula Abdul, el canadiense Bryan Adams, la terna Madonna, Mariah Carey, Whitney Houston y hasta el bueno de Rod Stewart. Si algo del rock alternativo comenzaba a colarse, era el que venía de la escena del rock dance de Manchester, Inglaterra, conocido como “sonido madchester”. Allí comenzaban a despuntar bandas como EMF con su Unbelievable y los Jesus Jones con Right Here, Right Now. Sin embargo, nada hacía presagiar el bombazo que traería consigo la llegada del grunge.

    En todo caso, ese 1991 fue pródigo en rock nuevo y distinto. Y como suele ocurrir con cualquier fenómeno artístico que se vuelve visible, las bases de esa visibilidad se habían creado en años previos. Por un lado, tras una década de new punk, new romantic y demás derivados ligeros, muchos jóvenes de entonces volvieron la mirada hacia la música de sus mayores. Dentro del rock, esa mirada se posó en particular sobre Black Sabbath. Al mismo tiempo, el thrash, que era el subgénero dominante en el metal, comenzaba a darse palmaditas en la espalda con el hardcore y el punk. Ese híbrido, patentado por bandas under como Dirty Rotten Imbeciles, Bullet La Volta y hasta los propios Black Flag, fue uno de los pilares de lo que se conocería como grunge y, más en general, del rock alternativo que triunfaría en la siguiente década: guitarras distorsionadas sobre bases densas, deudoras a partes iguales del rock pesado de los setenta y de los experimentos de cruza entre géneros, con detalles pop en las melodías.

    Por eso es que casi todas las bandas que en apariencia comenzaron a sonar en aquel 1991 ya contaban con una más o menos breve trayectoria en sus espaldas. No eran grupos que estuvieran buscando un estilo, sino consolidando y desarrollando eso que ya hacían. De alguna manera, el rock alternativo de finales de los 80, ese que no encontraba su lugar en las listas de popularidad, comenzaba a labrar un cauce propio que se iría filtrando en la escena mainstream.

    Uno de los eventos que señaló la llegada de esa música a la popularidad fue la gira en que los Guns N’Roses llevaron a los Faith No More como teloneros. Si bien ambas bandas habían comenzado más o menos al mismo tiempo, la música de los segundos se asociaría con la escena alternativa de los noventa, mientras los Guns aún hoy siguen representando el rock duro más popular de la segunda mitad de los 80. Más o menos a mitad de su gira por Estados Unidos, el management de los angelinos decidió sacar a los Faith No More del asunto. ¿La razón? El público se entusiasmaba mucho más con los de San Francisco que con Axl Rose y los suyos. Algo estaba empezando a cambiar en el gusto de la gente y eso se estaba reflejando en el mainstream.

    A mediados de 1991 todavía no era claro cuál iba a ser la música dominante en los próximos años. Sin embargo, ya habían aparecido algunos de los discos que la iban a marcar. Más allá de los mencionados Faith No More, de los Red Hot Chili Peppers y de los Living Colour, bandas potentes en el under pero ajenas a lo que se cocinaba, la escena de Seattle comenzaba a marcar la cancha. Así, hace justo 30 años se editarían una seguidilla de discos de lo que luego se llamaría grunge. De yapa y para beneplácito de los creadores de etiquetas de venta, la inmensa mayoría de las bandas venía de la misma ciudad lluviosa y fría del norte de EE.UU.

    En julio de ese año Mudhoney editó Every Good Boy Deserves Fudge, un disco que la revista Entertainment Weekly definió como “el heavy metal más pesado de Black Sabbath, algo acelerado y con toques de humor añadidos”. El grupo se había formado un par de años antes, de las cenizas de Green River, banda en la que estaban también Stone Gossard y Jeff Ament, quienes luego formarían Pearl Jam. Esa banda debutaría en agosto de 1991 con el monumental Ten. A diferencia de Mudhoney, en Pearl Jam las influencias pasaban más por el hard rock y el rock estadounidense más clásico. Su debut sería con uno de los discos clave y el estilo de su vocalista, Eddie Vedder, sería el más copiado de todos: el estilo vocal del grunge por excelencia.

    Otro disco destacado de ese año fue Pretty on the Inside, debut de la banda Hole. La vocalista y líder del grupo era Courtney Love, quien luego sería esposa del más famoso mártir del género: Kurt Cobain. Sin embargo, Hole era de Los Ángeles, por lo cual, aunque sonaba muy parecido a los grupos de Seattle, no fue considerada una banda grunge.

    Soundgarden, que venía de una ya larga trayectoria del under del estado de Washington, editaron su tercer disco, Badmotorfinger, en setiembre de 1991. Herederos directos de Black Sabbath y Led Zeppelin, los Soundgarden fueron clave a la hora de definir el sonido de guitarras, cruza de heavy metal, psicodelia y actitud punk.

    Otra banda importante, que como Nirvana y Soundgarden tuvo su propio mártir, fue Alice in Chains. Debutó con Facelift, que salió en 1990 cuando a nadie se le ocurría aún llamar grunge al rock duro y blusero que producían. Sin embargo, los Alice in Chains terminaron siendo una de las bandas clave de la movida y su vocalista, Layne Staley, muerto por sobredosis, una de sus figuras más trágicas y talentosas.

    Un elemento que casi todas estas bandas tenían en común eran las letras introspectivas y, muchas veces, autoflagelantes. Eso quizá fue debido a la presencia de otro elemento en común: el consumo conflictivo de sustancias varias, especialmente de heroína, que terminaría causando estragos en una generación de artistas. Incluso desde antes de inventarse la etiqueta que los agrupó, mostraban cierta tendencia a la depresión.

    Por cierto, parece que la etiqueta grunge fue promovida por los responsables de marketing del sello independiente Sub Pop, responsable de los primeros discos de Nirvana, Mudhoney, Sebadoh y otras bandas del estado de Washington. Una de las características del sello era que sus bandas trabajaban casi todas con el mismo productor, Jack Endino, quien se caracterizaba por grabar de manera analógica, usando equipos valvulares y, sobre todo, de manera rápida y barata. Después de la explosión del grunge, Endino se volvería más popular y llegó a ser convocado por bandas tan distantes como la brasileñaTitãs, que grabó con él su disco más rockero, Titanomaquía, de 1993.

    Volviendo a 1991, hay dos discos más, importantes para la memoria y para el género. El primero es Gish, el debut de los Smashing Pumpkins, banda de Chicago liderada por el cantante y vocalista Billy Corgan. A pesar de repudiar el punk y tener un sonido más clásico en las guitarras y, sobre todo, a pesar de no ser de Seattle, muy pronto los temas ruidosos e introspectivos de Corgan serían asociados al grunge y sus flexibles cercanías. En los créditos aparece el nombre del productor Butch Vig, asociado al éxito del rock alternativo, reetiquetado como grunge.

    Vig es el hilo conductor que lleva al disco más exitoso de ese año y el último de rock que fue capaz de producir un crossover global que sacudiría a la industria discográfica y haría que el planeta entero coreara varios de los estribillos más ruidosos jamás coreados: Nevermind de Nirvana. La banda de Aberdeen, ciudad cercana a Seattle (estado de Washington), ya había lanzado su disco Bleach en 1989, bajo la batuta de Jack Endino. Sin embargo, fue en 1990 que adquirió su formato definitivo, cuando a Cobain y Krist Novoselic se unió Dave Grohl en la batería. Ese fue el grupo que estableció el sonido grunge por excelencia, el que fue cuidadosamente pulido por Vig y que terminó siendo el mojón principal del género. Hits como Smells Like Teen Spirit o Come As You Are son desde entonces parte de la mejor historia del rock, sin etiquetas.

    Ese 1991 vendría cargado de discos que, más allá del grunge, provocaron el despegue de otros géneros y artistas. Ahí está The Black Album de Metallica, que acercaría el metal al gran público. También el Apocalypse 91 de Public Enemy, que haría lo propio con el hip hop. Mención aparte merece el Blood, Sugar, Sex, Magic de los Red Hot Chili Peppers, en el que los delirantes de Los Ángeles se unirían con Rick Rubin y escribirían un puñado de hits únicos.

    Sin embargo, 1991 fue el año en que el grunge se convirtió en la música de la década que comenzaba. Su ruidoso gesto de protesta fue rápidamente asimilado por el mercado y muy pronto comenzó la lucha por ver quién era más grunge, es decir, quién repetía de manera más cansadora los peores tópicos del género. Sin embargo, ese puñado de excelentes discos fundacionales sigue siendo el mejor resumen de la nueva sensibilidad artística y cultural que trajo consigo el cambio de década. Por extraño y remoto que pueda parecer hoy, hubo un instante en que el rock más under fue también el más popular. Como escribió alguien entonces, ese fue el año en que los guerrilleros tomaron el palacio.