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De niño no leía. Tanto es así que al crecer, y para estimular la lectura con cierta urgencia, su madre —que era bibliotecaria— le regaló cómics con la finalidad de que conociese el amor por las palabras. La cultura visual, un basamento clave en nuestros tiempos dominados por pantallas de todos los tamaños, debía encontrarse con la geometría de las letras impresas, con el papel, con la tinta, con la abstracción y, lo más importante, con la construcción imaginaria. Porque una película o una viñeta pueden sugerir, pero siempre será inevitable el perfil del héroe, el rostro de los actores, la luz y los colores del paisaje, el interior de una casa. Elecciones determinadas y precisas que ya están dadas antes del viaje. En cambio, la literatura es una construcción originada cien por ciento en la mente de quien lee, solitaria a más no poder. Y con el amor por las palabras nació el escritor David James Poissant, que con su primer libro El cielo de los animales (Edhasa, 15 relatos, algunos publicados anteriormente en medios de prensa como Playboy y The New York Times), se ha posicionado como uno de los más prometedores talentos en la nueva narrativa estadounidense.
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Hay datos a tener en cuenta. Uno de ellos es que Amazon —la tienda más importante del mundo, algo así como un shopping borgiano sin lugar preciso que sin embargo está en todos lados— lo eligió como el mejor libro de 2014. El otro dato tiene que ver con la valoración de los cuentos de Poissant. Según la contratapa, se lo compara a Richard Ford, Alice Munro y, elevemos el listón un pelín, con Chéjov. Si la cámara tomase al lector con un plano cercano, en su rostro habría desconfianza, una mueca irónica y una risita sorda, hacia dentro.
Todo esto se diluye rápidamente ya en el primer cuento, El Hombre Lagarto, y termina por emocionar hasta las lágrimas en el último, El cielo de los animales, que retoma los personajes del primero y se centra en la figura de un padre que imperiosamente debe visitar a un hijo agónico, enfermo de sida. Entremedio, historias variadas, algunas más breves que otras, sobre dramas contemporáneos no demasiado estruendosos —realismo sucio, para ubicarnos en algún lado—, pero todos con una calidad de resolución armoniosa, justa (por momentos las imágenes son tan poderosas que parecen en HD), no pocas veces sorprendente, que transita la amargura sin dejar nunca la necesaria cuota de humor y que demuestra un especial cariño por los animales.
Dos perdedores, un obrero de la construcción y un planchero de bar, viajan en auto al domicilio del padre del primero, que ha fallecido. El cuento destila soledad, una amable y a la vez distante amistad entre los hombres, detalles importantes de su pasado, diálogos precisos y de pronto, como quien descorre un mantel en un truco de magia, irrumpe un… caimán (El Hombre Lagarto).
La amputada es el extraño ligue entre un hombre mayor y una muchacha que lía porros con una razón que no se agota en el pegue. En cierto momento, otra vez un giro sorprendente: “Brig estaba pensando en lo que podría querer y en qué lo convertiría eso cuando, sin hacer ruido y sin advertencia, Lily se sacó el brazo”.
Una muestra de la cultura visual que subyace en David James Poissant: “Fue a la ventana. La vista del vecindario desde el tercer piso era impresionante: el racimo de casas de River Run Hights y los edificios altos a lo lejos, la ciudad azul en la noche. El mundo era de hielo. Imaginé que empujaba a la señorita Morrell por la ventana y que ella caía agitando los brazos como hacen los villanos cuando caen de los rascacielos en las películas malas” (Reembolso).
Brevísimos son los relatos El bebé brilla, la disolución de un matrimonio en el ring y ante gente en Knockout, la extraña aparición de un lobo que habla en Lo que quiere el lobo o un siniestro atraco (100% Algodón).
El relato más extenso es La geometría de la desesperación, sobre una pareja que ha perdido a un bebé. Y el más caricaturesco Cómo ayudar a tu marido a morir, cuya atroz perspectiva —el marido sufre un cáncer terminal— tiene la perfecta elegancia del humor, como si fuese un doble imposible de separar.
Destila la profundidad de una novela Nudistas, el encuentro luego de mucho tiempo entre dos hermanos que han estado distanciados. Hay cantidad de matices y un agudo estudio de psicologías y silencios. El relato también incluye en pocos trazos el perfil de las dos esposas, que tampoco parecen llevarse bien. Y cuando Poissant intercala diálogos, aunque sea con terceros o desconocidos, son certeros y filosos:
—Hice un trato con Dios —dijo—. No me cortaré la barba hasta que no termine la guerra.
—¿Qué guerra? —preguntó.
El hombre sonrió.
—Todas.
David James Poissant nació en Syracuse, Nueva York, hace 35 años. Hace poco más de diez años decidió que iba a escribir y con tal fin abandonó su puesto como docente de escuela. El clic literario le llegó con El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, una novela a la que vuelve una y otra vez. Actualmente trabaja en su segundo libro, que será una novela. Según ha declarado, es obsesivo y perfeccionista, de meter y sacar comas, de corregir y corregir. A juzgar por la frescura de estos cuentos, no se nota.