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    Cultura, comunicación y simbología en una disciplina

    Del plomo al pixel. Una historia del diseño gráfico uruguayo, de Rodolfo Fuentes

    Antes de llegar a ser libro, Del plomo al pixel. Una historia del diseño gráfico uruguayo fue una exposición itinerante, organizada por la arquitecta Ximena Moraes, con curaduría, contenidos y textos del diseñador Rodolfo Fuentes. La muestra viajó entre 2013 y 2014 por Salto, Fray Bentos, Maldonado y, finalmente, se instaló durante tres meses en el Museo de las Migraciones de Montevideo, donde sufrió un imprevisto: el sótano de la sala se inundó y se perdió una parte importante de su estructura, por lo tanto, tuvo que suspenderse.

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    Si bien el final fue desafortunado, para Fuentes significó un nuevo proyecto: hacer un libro que, con algunas variantes, incluyera el contenido de aquella muestra viajera. Así surgió Del plomo al pixel, un trabajo que estuvo elaborando durante tres años de una forma que solo puede hacer, y entender, un diseñador gráfico: lo iba escribiendoen el mismo programa en el que lo iba armando. Su intención no era la de escribir la historia del diseño gráfico sino una historia que registrara, en texto e imágenes, lo que para él fue lo más significativo desde 1807, cuando llegó la primera imprenta con los invasores ingleses, hasta el 2000.

    No es este su primer libro. En 2004 había publicado La práctica del diseño gráfico, que fue editado por Paidós y traducido al portugués. Ese libro surgió del material que tenía preparado para sus clases en la ORT, donde fue docente hasta el 2000.

    “Cuando trabajé en la curaduría de la muestra sobre Antonio Pezzino en 2010, la primera de diseño gráfico uruguayo que se hizo en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), se me abrió todo un mundo en el que yo no había reparado. Me di cuenta de la importancia de Pezzino no solo como diseñador, sino como voz comunicante con el Taller Torres García, que irradió su influencia hacia toda la cultura uruguaya. Por lo tanto, mi preocupación es mostrar que las cosas las hace alguien, que no surgen por generación espontánea”, explicó Fuentes a Búsqueda.

    Otro elemento que analiza el libro es el aporte del diseño gráfico a la construcción de la cultura. No es casual que comience con una extensa cita del diseñador brasileño Aloísio Magalhães, quien afirma que “lo nuevo” en la evolución de una cultura “es apenas una forma del pasado transformada, enriquecida por la continuidad del proceso o nuevamente descubierta en un repertorio latente. En verdad los elementos son siempre los mismos: la visión puede enriquecerse por la forma en que la luz incide en las diversas facetas de un mismo cristal”.

    Fuentes comprobó esas “facetas” cuando en 2017 fue curador de la segunda exposición en el MNAV, Añón, un diseñador en su tiempo: “La gente se asombraba de ver en un museo las tapas de los libros que estaban en las bibliotecas de sus padres. Se dio una identificación del diseño con lo cotidiano al mismo tiempo que con la cultura”.

    Del plomo al pixel se divide en tres partes: la primera narra el desarrollo del diseño gráfico en Uruguay y su tardía introducción en la educación académica; la segunda incluye el contenido de la muestra itinerante, y en la tercera aparecen 17 entrevistas que el autor le hizo a diseñadores de diversas generaciones que hoy trabajan en el país o en el exterior.

    Para Fuentes el diseño gráfico está “en el filo de la cuchilla”, entre el arte y la disciplina técnica, y comparte esta afirmación del artista plástico y diseñador argentino Tomás Maldonado: “El factor estético constituye meramente un factor entre muchos con los que el diseñador puede operar, pero no es el primero ni el predominante. Junto a él también está el factor productivo, el constructivo, el económico y quizás también el factor simbólico”.

    Fuentes agrega que el diseño siempre surge de un encargo y que en el 99% de los casos es el principio de un proceso industrial, al contrario de lo que sucede con el arte que se traduce en una única obra. Pero el asunto no es tan simple. “Hoy en un museo un afiche de Toulouse Lautrec se puede equiparar con una obra de Picasso porque trascendió su razón de ser. El afiche que Lautrec hizo de Aristide Bruant era para anunciar que iba a recitar sus poemas en tal lado. No quería hacer una obra de arte, pero el tiempo lo transformó en arte. Ahí es donde se complica definir esta disciplina. Para mí el diseño es una categoría aparte”.

    La manito de Pieri.

    Fuentes nació en Santa Lucía en 1954 y su aprendizaje fue básicamente autodidacta. Estudió dibujo a los nueve años con un profesor que era técnico textil y hacía las matrices con las que se imprimía en las grandes fábricas, como Sudamtex, y a él esa técnica le gustó. “En Santa Lucía vivían los dueños de Publicidad Oriental, clientes de mi padre, que tenía una carnicería. Un día le preguntaron qué me gustaba hacer y él les dijo que me gustaba el dibujo. Entonces me invitaron a ir a la agencia, donde aprendí mucho viendo a los que trabajaban en el Departamento de Arte”. En una oportunidad encontró a uno de ellos en el baño remojando un dibujo y pensó que había enloquecido. Después vio cómo lo secaba y transformaba en la tapa de un disco. “Uno ahí aprendía”, dice.

    Desde adolescente se volcó a la fotografía y sigue siendo su otra profesión. En 1976 entró en una empresa que se dedicaba a crear programas de televisión, radio y espectáculos, y lo nombraron jefe del Departamento de Fotografía. “Yo era un canario que llegaba de Santa Lucía, pero a ese lugar iba todo el mundo porque no había otro sitio que fuera capaz de organizar, por ejemplo, un concierto. Entonces allí iban Rada, Mateo y todos los músicos de la época. Ahí hice mis primeras fotos de artistas”, recuerda.

    Después los artistas acudían a él para las fotos y las tapas de los discos. Desde entonces hasta ahora, ha diseñado más de 1.000 tapas de discos, entre vinilos, CD y casetes, y más de 700 tapas de libros, además de afiches y diseño de exposiciones. Gran parte de su obra se ha perdido, como suele suceder con la de otros diseñadores. Y ese es uno de los problemas que plantea en su libro: todo lo que es difícil de reconstruir porque solo ha quedado en la memoria.

    Una curiosidad que pocos saben, pero que informa este libro, es que en 2008 se creó por ley el Centro y Archivo del Diseño Gráfico y Publicidad en la órbita del Ministerio de Educación y Cultura. Pero como la ley nunca fue reglamentada, el centro nunca llegó a existir.

    Entre la obra que se ha perdido o es difícil de rescatar está la del dibujante Carlos Pieri (1926-1993), recordado por varias generaciones gracias a sus ilustraciones de libros escolares. Pieri tiene un homenaje especial en las páginas de Del plomo al pixel: una de sus ilustraciones es lo primero que se ve al abrir el libro, y su “manito” va señalando leyendas, fotografías y notas al pie de página.

    “Se necesitaría hacer una muestra de Pieri, porque fue un gran generador de iconografía nacional. Pero sería difícil porque no hay nada, todo desapareció cuando murió. Entonces sería una muestra testimonial a partir de la recuperación de impresos, de lo que hacía en Marcha, en Arca o en los libros de Primaria”.

    Otro homenaje es a Julio César Suárez, Peloduro, cuya “mosquita” aparece revoloteando al comienzo de cada capítulo. “El caso de Peloduro fue más lateral porque no era un diseñador gráfico, pero fue uno de los docentes de la Escuela de Artes Comerciales donde se formó Hermenegildo Sábat y Blanquito, que después trabajaron en agencias”, recuerda el autor.

    Ellos integraron el grupo de los artistas que pasaron a ser diseñadores, algunos provenientes del Círculo de Bellas Artes. Los lugares para formarse no fueron muchos hasta entrado el siglo XXI: la Escuela de Artes y Oficios, Artes Gráficas en la UTU o la Escuela de Artes Comerciales que fue parte de la agencia Publicidad Oriental. El diseño gráfico como carrera llegó tardíamente a la Udelar, que abrió la Licenciatura en Comunicación Visual en 2009 en la Facultad de Arquitectura. En 2016 pasó a llamarse Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo.

    Las pantallas y el Estado.

    Las páginas de este libro atraviesan desde las tipografías móviles hasta la litografía offset, del linotipo al fotograbado y la fotocomposición. De la mano a la pantalla y al festival de tipografías que trajo en los años 80 Macintosh.

    “La avanzada de los sistemas informáticos desde mediados de los 80 produjo generaciones que entraron directamente a trabajar con máquinas y programas, con la estética que esos programas les ofrecían. Pero se fue perdiendo una de las características atávicas del ser humano, que es la conexión entre el cerebro y la mano. El hacer no quiere decir que todos tengamos que ser grandes dibujantes, pero sí que se piense el diseño y que no sea totalmente dependiente de la informática. En estos momentos se está retomando la calidad del dibujo y lo manual, la imprenta de tipo móvil, la pintura directa”.

    Otro de los análisis del libro apunta a la carencia de una identidad institucional del Estado por falta de un trabajo profesional. “La identidad visual del Estado se transforma en una exhibición del gobierno de turno. Cada jerarca impone su idea, cuando tendría que ser una política de Estado como sucede en Alemania, España o inclusive Argentina”. Fuentes recuerda que con el primer gobierno de Tabaré Vázquez hubo un intento de identidad estatal, pero para él fue muy mala porque se eligió una tipografía con problemas de legibilidad y un sol que en algunas instituciones llegó a ser verde. “Quería plantear algunas cosas que aún me rechinan, por ejemplo, la ausencia de información sobre lo visual en la dictadura, que fue una herramienta exprofeso. Por eso decidí incorporarlo en el libro”.

    Del plomo al pixel repasa la estética de los afiches de comienzos del siglo XX, entre ellos, uno espectacular de 1915 que promociona a Montevideo como ciudad de turismo, hecho por Carlos Alberto Castellanos. También se registra el boom editorial de los años 60 y 70 a través de las tapas de libros y revistas o la señalética de las calles en la época colonial o la iconografía del terrible Año de la Orientalidad, en plena dictadura.

    Fuentes no contó con la enseñanza directa de grandes maestros, pero admira a varios. Entre ellos, señala al diseñador japonés Shigeo Fukuda (Tokio, 1932-2009), a quien pudo conocer. Cuando le toca contestar la pregunta sobre si la enseñanza promueve o mata la creatividad, que él formuló a otros diseñadores, dice: “Es fundamental poner al estudiante en aprietos, pero darle elementos. Primero que nada, el diseñador es curioso. Todo lo demás viene por añadidura”.