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    De Nevski a Putin

    La situación en Ucrania ha repuesto el clima de la Guerra Fría en casi todo su esplendor. Docenas de miles de soldados rusos, apoyados por tanques y aviones de guerra, están “haciendo ejercicios” a lo largo de la frontera. ¿Esperan dar el zarpazo o ejercen solamente presión?

    Crimea ya no pertenece a Ucrania y, vistas las cosas desde una perspectiva sobria, propia de la Realpolitik, buena parte del este y sur ucraniano están condenados a seguir el mismo camino. Ucrania es la nueva Yugoslavia y su futuro tiene todos los rasgos de las guerras de desguace balcánicas de fines del siglo pasado.

    ¿Cuál es el objetivo de Putin en esta fase? ¿Lo sabe él mismo?

    Las imágenes de soldados o ciudadanos rusos con banderas soviéticas les ha devuelto la sonrisa a muchos comunistas que aún no han digerido la caída del sistema bolchevique. Otros, por el contrario, se preocupan por un regreso del mismo. Ni unos ni otros tienen en cuenta que la nostalgia del tiempo soviético se debe simplemente a que los nacionalistas rusos (tanto los marxistas-leninistas como los ultra derechistas) recuerdan con amor a la URSS por haber significado la etapa de mayor esplendor del imperio ruso desde los días de Alejandro Nevski, Iván el Terrible y Pedro el Grande.

    No en vano, durante la etapa más dura de la dictadura comunista se rodaron varias películas en las cuales Stalin era reflejado en la figura de estos tres próceres, defensores de la patria e impulsores de la expansión del imperio. Se mostraba (no sin exageración) que había un hilo conductor desde los días en que Nevski, príncipe de Kiev, había frenado una invasión de cruzados suecos a orillas del río Neva (por eso se le llamó “Alejandro del Neva”), en el lejanísimo 1240.

    Fue bajo la bandera roja con la hoz y el martillo que Moscú logró su mayor expansión mundial. Lo de comunismo, marxismo-leninismo, lucha de clases y dictadura del proletariado fueron ingredientes propios de esa fase, así como Iván el Terrible, Pedro I o Catalina la Grande usaron otros compendios de códigos, otra ideología y otros mitos. Otros relatos.

    No es de extrañar pues, que para Putin y sus más íntimos colaboradores del Kremlin la caída del bloque soviético haya representado una catástrofe perfectamente igualable a la invasión y ocupación del territorio ruso por parte de los tártaros a comienzos del siglo XIII (los mismos tártaros que hoy son minoría en Crimea y esperan “el peor tratamiento” luego de la caída de la península en manos de Moscú).

    Y así como Kiev, centro de la cultura rusa con más pergaminos que Moscú, cayó bajo el poder lituano y polaco hace más de 700 años y hubo que liberarla y reintegrarla al mundo ruso, hoy la ciudad está bajo las garras de otro viejo enemigo, Occidente, y es necesario volver a salvarla.

    Elemento central y necesario a tener en cuenta: en el siglo IV, el imperio romano se dividió en dos partes. El occidental tuvo a Roma como capital y al latín como lengua aglutinadora. El oriental tuvo a Constantinopla (Bizancio, Estambul) como capital y al griego como lenguaje dominante. Esa división en donde la geografía fue un adorno marcó el origen de una Europa occidental y una oriental.

    Con la caída de Constantinopla a manos de los turcos (1453), Moscú heredó el legado de la capital imperial, constituyéndose en la sede de la Iglesia ortodoxa. El zar (forma rusa del latín césar) se convirtió en el heredero de los emperadores romanos y por eso Moscú era considerada “la tercera Roma” (luego de Roma y Constantinopla).

    De un lado occidente, del otro oriente, con Moscú como centro. En el medio, un territorio con base eslava, políticamente dividido y militarmente débil. A través de él la indecisa frontera entre las dos Europas. La ubicación de esta frontera es fundamental desde hace siglos en la historia continental. Moscú la quiere lo más lejos posible de sus muros, Occidente la desea lo más cercana posible al Kremlin.

    Con la caída del Muro de Berlín y la liberación de sus viejas colonias, Moscú asistió espantado al avance de los nuevos invasores occidentales. Pues en la tierra de Gorki la OTAN es vista como una versión contemporánea de los viejos cruzados suecos, de las tropas napoleónicas y de los tanques de la Wehrmacht.

    Cuando se mira en los espejos dorados del Palacio de Invierno, Putin se ve como un heredero directo de Alejandro Nevski, defensor de la “Madre Rusia”. No es una ocurrencia mía: luego de que Iván el Terrible conquistase Kazán, la capital de los tártaros, en 1552, se escribió una Historia de Kazán en la cual se hablaba de la necesidad imperiosa de liberar las tierras rusas para que la nación rusa pudiese crecer bajo la protección de Moscú.

    Para el nuevo zar, la democracia, la libre determinación de los pueblos, la economía de mercado, la libre movilidad de las personas, el respeto por los homosexuales, la libertad de opinión y los derechos de las minorías son todos postulados propios de una cultura decadente: la occidental. La Madre Rusia que él defiende no cultiva esas abyecciones.

    Vida Cultural
    2014-04-30T00:00:00