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Uno no sabe si lo que guía a los autores de las iniciativas del “día de” (la independencia, los trabajadores, el niño, el abuelo, la Batalla de las Piedras, y así seguimos) es el ánimo de homenajear a algunas instituciones, personas o ejemplos destacables. Porque paralelamente en algunos casos se transforma en un buen estímulo para mover el mercado y promover las ventas o también fabricar un cuasiferiado, que si cae en lunes o viernes es el mejor disparador para un fin de semana largo.
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Pero las razones para presentar iniciativas de este tipo son variadísimas. Según lo informa El País en su edición del miércoles de la semana pasada, la Honorable Comisión de Constitución, Códigos, Legislación y Administración de la Cámara de Diputados tiene a estudio unos cuantos casos más de “días de”. Señala esta publicación que están presentadas las iniciativas del Día del Leonismo, Día Nacional de la Gestión Cultural en Uruguay, Día Nacional del Automovilismo Deportivo y —créalo, por favor— el Día de la Madre Indígena.
En todos los casos, se mencionan las razones y las personas o instituciones en las que se inspiran tales proyectos, fundamentándolos con nutridos detalles. A continuación, me voy a permitir citarles textualmente parte de los fundamentos que respaldan esta última iniciativa. Aclaro que no es parte de No es broma —como se llama esta columna—, sino que es lo que escribieron los postulantes de esta iniciativa.
Dice la publicación de El País: “También se solicitó que el 28 de setiembre sea el Día de la Madre Indígena, fecha del nacimiento de Micaela Guyunusa en 1806. La iniciativa repasa la historia de esta mujer. Cuenta, entre otras cosas, que ‘su primer hijo nació en los tiempos de las batallas de Sarandí e Ituzaingó, pero fue separado de él en forma violenta en los repartos de niños posteriores a las emboscadas de Salsipuedes, Paso del Queguay y la estancia de Bonifacio. Fue entonces cuando la propia Guyunusa fue entregada al director del Colegio Oriental de Montevideo, el francés François de Curel, quien iba a viajar a Francia, y consideraba que el contacto directo con sobrevivientes de una raza próxima a su extinción despertaría el interés del público y los científicos franceses’, recuerda la iniciativa. Y continúa: ‘Fueron instalados bajo una toldería y expuestos a la curiosidad pública en una casa del IX Distrito de Paría, donde se cobraba entrada para observarlos. ¿Por qué motivo’ —continúa el texto de la propuesta— ‘solicitamos considerar esta joven indígena como símbolo de la madre charrúa? Entendemos que esta mujer indígena inspira sentimientos de madre, y podemos reparar en la memoria de nuestro pueblo su triste destino de exilio, burla y humillación a pesar de haber sido fieles compañeros de nuestro héroe nacional. Sería de estricta justicia con la etnia charrúa y con la mujer indígena, y a través de ella, con la maravillosa condición de madre’”, concluye el texto de la propuesta recogido por El País.
Más allá del desgraciado destino de “los últimos charrúas”, como nuestra memoria recuerda a aquellos desdichados indios exhibidos como animales en Europa, no debemos caer en la trampa de creer que los charrúas fueron los célebres inventores de la “garra” que se nos atribuye deportivamente, ni en la de seguir insistiendo que fueron salvajemente aniquilados. Los verdaderos indios que poblaron nuestro territorio fueron en realidad los guaraníes, gente trabajadora, pacífica, honrada, buenos compañeros de Artigas y de otros tantos héroes nacionales y regionales. Los charrúas se destacaron más bien por ser revoltosos, desordenados e incivilizables. La propuesta del Día de la Madre Indígena nos parece, en nuestro modesto saber y entender, un dislate histórico-sensiblero, con ribetes de telenovela.
Un vocero de la Comisión de la Cámara de Diputados que estudia estas propuestas nos dijo que tienen además algunas más, como por ejemplo la del Día del Enroscador de Tornillos. Se basa en la historia del inmigrante italiano Pietro Tornichetti, quien llegó al Uruguay en 1835 y trabajó en la herrería Il Ferro Grande, de su compatriota Giovanni Lavoratore. Un año después de su llegada, el 18 de agosto de 1836, en una extensa jornada de 16 horas, Pietro logró enroscar en una estructura de hierro la cantidad de 456 tornillos, todo un récord. “Proponemos, pues —dice el proyecto a estudio—, que el 18 de agosto sea declarado el Día del Enroscador de Tornillos, en homenaje a estos valerosos y sacrificados inmigrantes que impulsaron la industria nacional con el sudor de sus frentes y la energía de sus brazos enroscadores de tornillos”.
Otra interesante iniciativa que estudia la comisión es la de declarar el 5 de febrero como el Día del Lavador de Botellas. La propuesta dice textualmente que “un ciudadano oriental llamado Mamerto Metó Motodo, de 56 años, estaba empleado en una cervecería como lavador de los envases. Su magro salario consistía en un jornal de $ 25 más un par de litros de cerveza por día. Pero a Mamerto le propusieron aumentarle la cantidad de cervezas diarias que se llevaba como parte de su retribución en función de la cantidad de envases que lavara por día. Este heroico trabajador —continúa el texto de la propuesta— el día 5 de febrero de 1936 lavó 235 botellas, con lo cual los dueños de la cervecería le pagaron doble el jornal y le entregaron dos casilleros llenos de cervezas, que él se llevó orgulloso para su hogar. Si bien no concurrió a trabajar en los dos días siguientes, Mamerto volvió al trabajo y continuó siendo el mejor lavador de botellas vacías, lo cual justifica esta propuesta. Este noble y sacrificado trabajador es un hermoso ejemplo de la contracción a la labor y de los deseos de superación que distinguen hasta nuestros días a los trabajadores de nuestro país”. El 5 de febrero de cada año, de ahora en adelante, será el Día del Lavador de Botellas.