—Es mucho más común de lo que se imagina, pero capaz no se es consciente. El arraigo que genera la empresa familiar a veces se malentiende; el enamoramiento no es con la empresa, es con lo que uno hace. Contrario a lo que el común de la gente pueda pensar, el empresario por supuesto que trabaja para generar resultados y riqueza, pero no somos exitosos todo el tiempo en ese objetivo. Muchas veces perdemos —y eso es muy claro en la industria frigorífica, que viene de tres años de pérdidas operativas— y la resiliencia ante la pérdida es esa motivación, ese amor. Lo otro es estar en la categoría de multinacional y tener el bolsillo de payaso.
La vida empresarial que únicamente encuentra razón de ser en los retornos económicos se muere, porque por momentos se pierde mucha plata.
—Ese propósito del emprendedor que busca valerse por sí mismo que señala contrasta con la imagen que se le atribuye al uruguayo, de preferir la estabilidad de un empleo público…
—No hay vocación emprendedora. Inclusive, los adjetivos que vienen a la mente de la gente cuando se habla del empresario no son los que me hacen feliz: “A quién habrá jodido o estará por joder”.
—¿Por qué no está más extendida esa vocación por emprender?
—Es un tema trillado: si es por una cuestión de idiosincrasia, si es parte de nuestra historia, del batllismo… Yo tengo hasta una teoría digamos antropológica: no sé si no hay algo de ascendencia gallega, que es de poco mostrar, de envidioso a veces.
—Más allá de esa posible explicación cultural, ¿inciden restricciones estructurales para emprender un negocio como, por ejemplo, la dificultad de acceso al capital inicial o el alto riesgo al fracaso en un mercado chico?
—Uruguay tiene una cantidad de ventajas para encarar la vida empresaria, y eso incluso es ajeno al gobierno de turno: me refiero a las fortalezas institucionales y la credibilidad jurídica que lo destacan diría por sobre casi todos los países de América del Sur. En contracara, tiene limitaciones de tamaño de mercado y son pocas las industrias en las que se puede soñar en grande; cantidad de proyectos que dependen del consumo interno se lanzan y quedan por el camino todos los años.
Respecto a lo financiero, la inexistencia de un mercado de capitales hace aún más importante el rol de la empresa familiar y del capital familiar para fondear emprendimientos, si bien en los últimos años se mejoró en cuanto al acceso al financiamiento bancario en cantidad y condiciones.
—¿La capacitación para llevar adelante un negocio es otra restricción? Usted es licenciado en Gestión de Empresas Agropecuarias y tiene un posgrado en la Universidad Austral, una preparación mayor a la habitual.
—Hoy el empresario que no tiene una preparación, en particular en finanzas corporativas… Cada vez veo más gente capacitada.
—¿La edad incide? ¿Es más difícil para los jóvenes abrirse paso en el mundo empresarial en Uruguay?
—Tengo 40 años y me hace gracia que me consideren joven. ¡Soy joven, pero para este país! Somos un país liderado por gente mayor, y no quiero decir que está mal. Lo que está mal es esa lógica de medir el mérito por los años de antigüedad que se aplica tanto en el aparato público como en la actividad privada. En muchas cosas que podemos medir resultados por mérito de la persona no tomamos medidas en consecuencia. Hay mucha gente joven talentosa que debería ir por una autopista rápida, pero cae en el sistema y eso la desmotiva. Y perdemos todos.
—Decía que en la sociedad uruguaya se ve al empresario como jodedor. ¿Por qué cree que predomina esa mirada y no la de alguien que crea empleos?
—Como en cualquier ámbito, entre los empresarios hay buenos y malos. Trascienden, y muy fuerte, muchos ejemplos que han enchastrado a la clase empresarial. Tampoco trascienden los buenos ejemplos; claramente los empresarios no ayudamos a mostrar en qué creemos y qué aportamos.
—¿Quiénes son esos buenos ejemplos?
—Tuve el privilegio de trabajar con una última generación de empresarios que forjó la industria frigorífica uruguaya —mi padre, las familias Secco, Costa o los González—, y hoy se mantiene cierto legado, en algún caso aun habiendo vendido sus empresas; las multinacionales podrán tener muchas herramientas que las hace muy robustas, pero no pueden igualar el valor que tiene en la empresa familiar el fundador y su capacidad de crear, la ambición, el liderazgo y la construcción de vínculos personales. Es impensable un desarrollo de un sector en manos de multinacionales. En el Máster un profesor decía que aquellas empresas familiares con cierta escala no se ponían en venta; estaban “en compra”, siempre siendo miradas por una multinacional. Ese fundador tiene la visión de construir algo que después viene alguien a comprar; a la multinacional siempre la antecede un emprendedor.
—Respecto al empresario agropecuario en particular, siempre aparece la imagen de las camionetas 4x4 como una supuesta expresión de su riqueza. ¿Ve una grieta entre el campo y la ciudad?
—Sin lugar a dudas. Estoy convencido de que es por desconocimiento, porque inclusive parte del desarrollo del sector empujó hacia afuera al que no acompañó. El empresario que pasea por el campo con la 4x4, con los perros en la caja y que está esperando que engorden los animales es absolutamente inviable. Es un lujo muchísimo más caro que irse de vacaciones. Lo primero que reclama retorno es la tierra, y hoy a alguien que sea propietario y no la trabaje como tal el negocio lo empuja para afuera. El campo como caja de ahorro no existe; eso es un lujo o una forma de gasto. Entonces, está la grieta por desconocimiento. Y también está la grieta entre la industria frigorífica y la producción.
—¿A qué se refiere?
—La imagen de la industria mala, que me paga pocos precios y que recibe los retornos de la producción primaria. Durante muchos años me comí el discurso de que la ganadería y la industria de la carne tenían que formar una cadena, como la del arroz. Y los últimos 10 años han sido temerarios para el sector arrocero.
La grieta entre la producción y la industria se gesta en el gremialismo empresarial. En nuestro frigorífico, con el que nos vende ganado no hay grieta; podemos tener discusiones o diferencias que se zanjan y se sigue trabajando. Por supuesto que los acuerdos son más o menos ajustados, lo que es normal en la vida comercial. La grieta se gesta en otros ámbitos.
—¿No es la función de las gremiales defender los intereses de sus sectores?
—Sí, pero cuidando los límites. Es tan injusto tergiversar el rol del sindicalista que cuida los intereses de los trabajadores con el argumento de la lucha de clases como el del gremialista productor que adopta un discurso de que no vale la pena producir más porque entonces lo que produce vale menos, aunque predica algo que no hace.
—¿Quiénes hacen eso?
—Los del rubro los van a saber identificar. Tienen un discurso destructivo.
—¿Y por qué lo hacen?
—Es una suerte de discurso que lo que pretende es escalar, lograr visibilidad y atender intereses personales que tienen que ver con el acceso a lugares de poder en los partidos políticos y la política. Eso se puede ver tanto en el sindicalismo como en las gremiales de la producción, y que a posteriori ocupan carteras ministeriales. Eso pasa hoy y pasó antes con todos los partidos políticos.
—También hay una visión del empresariado desde la política. ¿Cómo le fue con los gobiernos del Frente Amplio?
—Haber tenido 15 años de gobiernos del Frente y tener ahora uno de la coalición multicolor —y previamente haber tenido a blancos y colorados— empieza a desmitificar esto de izquierda y derecha. Eso tiende a desaparecer, si no desapareció ya: los partidos son mucho más de centro, más o menos liberales. De los dos lados pudimos borrar una cantidad de fantasmas que, si bien se siguen expresando, cuando llegan al poder prima una suerte de responsabilidad que mitiga esas voces.
En los años del Frente Amplio el agro vivió un ciclo excepcional, por un contexto internacional que se hubiera dado con cualquier gobierno. Puedo aceptar los desequilibrios en la política monetaria y fiscal en esos períodos —más allá de que en los últimos años se generó una bomba de tiempo al indexar salarios y causar un problema de competitividad—, pero lo imperdonable fue haber perdido la chance de un TLC con Estados Unidos. Eso supone una condena permanente, no atribuible a un error en la gestión.
—Algunos piensan que el Frente Amplio no supo interpretar las preocupaciones del campo y otros sectores empresariales que canalizó Un Solo Uruguay. ¿Cómo lo ve usted?
—Puede ser una falta de interpretación o un modelo que se desgastó; la alternancia en el poder ayudó a la maduración del sistema político.
—¿El nacimiento de ese movimiento mostró un problema de representatividad de las gremiales tradicionales?
—Existe muchas veces un problema de representatividad. Como dije: quien produce para nosotros está totalmente alejado del gremialismo agropecuario.
A un Solo Uruguay lo veo hoy como una corriente más, que ha desfigurado su voz. Lo que en su momento supo hacer fue convocar a distintos sectores —no solo el agro— y voces pro-Uruguay.
—La promesa del gobierno de Luis Lacalle Pou de “aflojar la cincha” al sector privado, ¿la ve posible?
—Tengo confianza y veo que va por ese camino de recomposición de la competitividad y de la masa salarial. Pero va a tener dificultades para lograrlo: el 1o de marzo tenía un escenario hostil que la pandemia agravó.
Dentro del “costo país” ¿es un problema el precio de los combustibles y el del gasoil en particular? Sí, es de los más caros del mundo. Ahora, si pos-LUC Ancap es capaz de poner la casa en orden y ajustar el precio en la puerta de la refinería en $ 6,50 más los $ 3,50 del subsidio del boleto —que no digo que esté mal si no que cuestiono por qué lo debe pagar la producción— serían casi $ 10. Eso pondría al gasoil en un nivel de los más baratos de la región. Entonces, no me preocupa la cuestión de si hay o no monopolio.
En cambio, sí me preocupa mucho —y a todo el sector privado—el monopolio de accidentes laborales del Banco de Seguros y el aparato de certificación médica que está detrás. Genera un círculo vicioso de ausentismo, de encarecimiento de las prestaciones sociales y la prima de seguro, que hay que regular. ¡Estoy hablando de que te faltan 100 personas en un día!
—Otro propósito enunciado por la actual administración es el de abrir mercados para la exportación uruguaya. Es algo que también intentaron anteriores gobiernos con pocos resultados concretos; ¿confía en que ahora habrá avances concretos?
—Está la voluntad política, las intenciones, pero desconozco —y me angustia mucho— cuán atado nos deja el Mercosur. Es algo trillado lo de la inserción internacional… Somos un país de renta media que produce materias primas, en el caso de la carne un híbrido entre commoditie y speciality. Si uno no tiene una ventaja diferencial con sus vecinos, cae en la trampa de que, al no ser barato, no es viable. Precisamos un acceso diferencial a los mercados respecto al de nuestros competidores.
Un trabajo reciente del Ceres (Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social) me interpela y debería interpelar también a los dirigentes políticos: concluye que si Uruguay duplicara la exportación de carne el impacto sobre el Producto Bruto Interno sería del orden de los 10 puntos o en proporciones a eso. Es decir, si fuera la mitad —que es algo más factible y para lo cual el complejo cárnico está preparado—, le produciría al país el mismo impacto económico agregado que el de una papelera, todos los años y sin renuncia fiscal. El complejo no necesita exoneraciones fiscales para lograrlo, precisa inserción internacional. ¿Cuál? La que tienen nuestros pares de Oceanía. ¿Apuntamos alto? Sí, pero son preferencias que existen y que nos diferenciarían de los vecinos.
—Está bien, pero la realidad es que eso no ocurrió, por más que distintos gobiernos lo tuvieron como un propósito.
—No creo que haya falta de voluntad y no creo que sea el momento de mostrarle los dientes al Ejecutivo. Pero sí esperamos o bien que estudios como el del Ceres se descarten con argumentos o que se actúe en consecuencia. ¡Festejamos la construcción de una papelera con 500 beneficios atrás!
- Recuadro de la entrevista
Las multinacionales, los frigoríficos “rengos” de ministerio y “ser Australia”