Del tabú a la “democratización” de la cirugía estética: una intervención que alcanza a cada vez más edades y géneros

escribe Federica Chiarino 

Tenía una nariz delgada. Su tabique sobresalía apenas y la punta caía hacia abajo. Una forma similar a la que alguna vez alguien denominó aguileña, por su semejanza con el pico del ave que inspiró al adjetivo. Pero Federica no odiaba su nariz, aunque “en teoría debía” hacerlo, reflexiona ahora. “Según algunos estándares, era raro que yo me hallara cómoda con esa parte de mi cuerpo”, agrega. Y es que el calificativo aguileña no es halagador, sino lo contrario.

Esta nota es exclusiva para suscriptores de BÚSQUEDA y GALERÍA
Elegí tu plan y suscribite

Suscribite

¿Ya sos suscriptor? Iniciá sesión

Probá nuestro servicio, registrate y accedé a una nota gratuita por semana.