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    Demasiada hojarasca

    La Comedia estrenó Arcadia, de Tom Stoppard, dirigida por Jorge Denevi

    Luego del paso fugaz de Kronos y La voz humana, la Comedia Nacional se despacha en mayo con cuatro estrenos, uno por fin de semana. El primero, el sábado 9, fue Arcadia, comedia histórico-científica de Tom Stoppard, dirigida por Jorge Denevi. El sábado 16 subirá a la sala Zavala Muniz Pacamambo, pieza de realismo mágico para niños y adolescentes, del líbanocanadiense Wajdi Mouawad (autor de las notables Incendios y Litoral), sobre una niña que, ante la muerte de su abuela, conserva su cuerpo y le exige explicaciones a la señora de la guadaña. Desde el sábado 23, la misma sala albergará una verdadera rareza: una adaptación de la sangrienta novela histórica La tierra purpúrea, de W. H. Hudson, retrato del Uruguay decimonónico, cosido entre luchas fratricidas, revoluciones y guerras civiles. La dramaturgia y dirección son del inglés radicado en Uruguay Anthony Fletcher. Stefano, sainete criollo sobre un italiano que se abre camino en el mundo de la ópera porteña, de Armando Discépolo, dirigida por Juan Worobiov, va desde el sábado 30 en el Solís. 

    Pero volvamos a Arcadia, ganadora del premio Laurence Olivier a la mejor obra inglesa de 1994, sobre la que hay bastante para decir. Es presentada en el programa de mano como “la obra maestra” del dramaturgo checo-británico Tom Stoppard, un autor reconocido por títulos como Travesties y La invención del amor, y en el cine, por los guiones de Brazil y Shakespeare enamorado. Su singularidad está en combinar los grandes temas —que son siempre los mismos— con asuntos mucho más específicos y complejos, siempre con el humor como herramienta y a veces como un fin en sí mismo.   

    Uno de esos grandes temas recurrentes en su obra dramática es la búsqueda de la verdad, y uno de los universos que le obsesionan es el de la ciencia y la matemática. Ambas inquietudes se encuentran en Arcadia. Otra de sus aficiones es adentrarse en los mecanismos con los que el ser humano reconstruye el pasado y cuestionar el modo, muchas veces fortuito o equívoco, en que los hechos se convierten en historia, rasgo que aparece en Arcadia. Aquello de que los errores históricos prevalecen porque el tiempo los convierte en tradición, como el Shakspeare, así, mal escrito, en el cielorraso del Solís. 

    También le interesa a este caballero lidiar con la dualidad, contar una anécdota desde dos puntos de vista bien distintos y ver qué resulta. Por lo general este juego dicotómico funciona muy bien cuando se contraponen conceptos opuestos como clasicismo y romanticismo, pasión y razón, caos y orden, determinismo y azar. Y hay mucho de esto en Arcadia, cuyo principal atractivo, sumamente seductor, es el doble escenario temporal en que está dividida —y superpuesta— la ficción: en la misma casa de campo inglesa transcurren dos historias, una en 1809 y otra en la actualidad. Al principio la acción alterna entre ambas y luego ambas se instalan en simultáneo, en un exigente planteo escénico que hace unos años utilizó Gabriel Calderón en Obscena

    La cosa promete y uno entra entusiasmado. A principios de siglo XIX viven allí un poeta de dudosa calidad (Juan Antonio Saraví), con su esposa (Alejandra Wolff) y su hija (Stefanie Neukirch), una adolescente inusualmente hábil para las matemáticas, capaz de desarrollar ecuaciones que explican en el papel sucesos aparentemente triviales como una hoja al viento o el vuelo de una bandada de patos. El vínculo entre la chica y su tutor (Diego Arbelo), es uno de los dos motores narrativos de Arcadia. El otro está en el tiempo presente, cuando una escritora (Lucía Sommer), un profesor de literatura (Mario Ferreira) y un matemático (Pablo Varrailhón), se instalan en la misma casa para rastrear los escritos con las investigaciones de la niña prodigio y su maestro, que conducen a la monumental teoría de la Arcadia.  

    Como si no fuera suficiente, el trío intenta develar el enigma de la autoría de un libro de poemas y su relación con el famoso exilio del célebre poeta inglés Lord Byron, sobre el que existen mil especulaciones pero ninguna certeza. Stoppard juega con el misterio de Byron y plantea una ambiciosa cadena de acontecimientos que explicarían este intríngulis que desvela a la intelectualidad británica.

    Hasta ahí todo bien. Denevi hace un planteo lógico y pragmático, fiel a su estilo alejado de excentricidades o recursos experimentales. La puesta se nutre de los generosos recursos con que cuenta la compañía oficial, que se traducen en un notable decorado de Alfredo Ghierra (su especialidad) y un vestuario por demás vistoso. Pero quizá le faltó a esta versión una buena tijera, porque el problema está en que el texto, esta supuesta obra maestra de una luminaria del teatro anglosajón, parece escrito por dos personas: un genio y un mediocre aspirante a comediógrafo. 

    Los pasajes del texto que involucran a los protagonistas son brillantes. Hay diálogos de índole filosófica y espiritual que están para enmarcar. Dentro de lo arduo del asunto, los conceptos están muy bien dosificados como para que el espectador atento se adentre y comprenda la maravillosa posibilidad de bajar al papel todo aquello que ocurre en la naturaleza de un modo aparentemente fortuito. También entretiene la comedia de enredos del poeta, su libro y el error histórico que cree descubrir el profesor. Una noticia de primera plana, tan potente como si alguien descubriera fehacientemente que Cervantes era ambidiestro, o que Gardel en realidad nació en Río de Janeiro y de chico era lustrabotas en Copacabana. 

    Pero alrededor gira una constelación de personajes intrascendentes que distraen al espectador de los asuntos centrales con episodios laterales soberanamente aburridos, entreverados, sobreactuados y superfluos. Poco importa lo que tiene para decir la irritante Lady Croom o los decorativos Jellaby y Richard Noakes. Ni que hablar de figuras olvidables como el Capitán Brice, Cloe, Gus y August Coverly, todas presencias que desenfocan la mirada y extienden la acción a unas excesivas dos horas, lo que vuelve imposible la recomendación del espectáculo.

    Concentrada en los personajes esenciales, hubiera sido una historia compacta y mucho más breve. Pero esta Arcadia que apuesta a develar los siete secretos de la naturaleza está cubierta de una espesa hojarasca que nada aporta y que oculta la “obra maestra” entre pretenciosas intenciones, una pesada hojarasca que hunde una buena historia y la hace naufragar en el tedio.

    Arcadia, de Tom Stoppard, por la Comedia Nacional. Traducción y Dirección: Jorge Denevi. Iluminación: Juan José Ferragut. Vestuario: Johanna Bresque. Música original: Alfredo Leirós. Sala Verdi (Soriano 914), viernes y sábados, 21 h; domingos, 19. Entradas: $ 110 en Tickantel y boletería (Socio Espectacular y mayores de 60 años, domingos gratis)