Los autos circunvalan el Palacio Legislativo de manera lenta y ordenada, los transeúntes en el centro de Montevideo caminan ensimismados, mientras un perro juega con las ramas de una palmera en la peatonal Sarandí.
, regenerado3Los autos circunvalan el Palacio Legislativo de manera lenta y ordenada, los transeúntes en el centro de Montevideo caminan ensimismados, mientras un perro juega con las ramas de una palmera en la peatonal Sarandí.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLas imágenes se suceden en las 30 pantallas instaladas en una pared del Centro de Comando Unificado (CCU) del Ministerio del Interior. Quien visite ese lugar tendrá la sensación de haber entrado en el mundo descripto por George Orwell en su novela “1984”, con un Gran Hermano que vigila cada movimiento de los ciudadanos.
Esa sensación persistirá hasta de que el visitante se percate de que, salvo ocasiones especiales, a lo sumo uno de los 20 policías allí presentes les presta atención a las pantallas; el resto está demasiado concentrado en los dos o cuatro monitores que tienen ante sí y que son parte del engranaje del sistema de emergencia 911.
Luego de varios atrasos en su implementación, el servicio de emergencia opera a pleno desde mayo del 2012. Búsqueda visitó las instalaciones cinco meses después y presenció cómo funciona durante cuatro horas.
Casi a cualquier hora del día, quien camine por la calle Mercedes hacia Ciudad Vieja se topará metros antes de llegar a Julio Herrera y Obes con un policía haciendo guardia frente a una puerta de doble hoja, y a otros efectivos que estarán fumando.
La fachada no da indicios de lo que sucede adentro. Recién al franquear una segunda puerta interior, custodiada por más policías y con un mecanismo sofisticado de ingreso,se accede al corazón del edificio, en el que se alojan los principales proyectos de “alta tecnología” del Ministerio del Interior: el 911, el sistema de comunicación de la Policía y la videovigilancia.
Una vez adentro el visitante se topa con una pared de vidrio, una suerte de pecera para hombres, repleta de computadoras y efectivos que las administran, y al fondo un videowall con 30 pantallas.
El CCU recibe el 100% de las llamadas de celulares al 911 y los domiciliarios de Montevideo y Canelones; tiene 60 líneas disponibles que son atendidas por 10 telefonistas por turno.
“Recibimos 5.800 llamadas por día, de las cuales el 7% son emergencia policial real, es decir procedimientos que requieren presencia de efectivos en ese momento. El 10% no son urgencias, el 5% son comunicaciones no vinculadas con hechos policiales, gente que no tiene recursos y que quiere que la patrulla funcione como ambulancia. El 73% son llamadas residuales o improcedentes, que no se tendrían que haber hecho a ese número”, explicó a Búsqueda el director del CCU, Rivera Arias.
Cuando ingresa una llamada que requiere actividad policial, la telefonista la deriva al operador de una de las cuatro “mesas de zona” de la Policía, quien al igual que la telefonista, está dentro de la pecera.
El operador tiene ante sí cuatro pantallas: con una maneja las comunicaciones radiales, la segunda es un GPS con los móviles y efectivos desplegados en un mapa, la tercera tiene la información de la llamada recabada por la telefonista, y la cuarta sirve para buscar datos en el sistema de gestión de seguridad pública —lo que le permite analizar si un auto que es objeto de persecución policial fue robado, por ejemplo— y para conectarse con la Jefatura, Bomberos, Radiopatrulla u otra dependencia.
Todo el sistema es monitoreado por dos oficiales fiscalizadores, que están encargados de controlar el trabajo y recomendar a las telefonistas qué pasos hay que seguir ante las distintas situaciones denunciadas.
Si bien la mayor actividad del 911 se produce entre las 13 y las 18 horas, debido al horario bancario y a la salida de las clases, la calma reinaba en el CCU. A las 14.36 horas, la primera llamada que provocó algo de movimiento dentro de la pecera fue una denuncia por un perro colgado a una palmera.
“Tengo un perro arriba de una palmera. ¿Qué hago? Me dicen que está colgado de una palmera en la peatonal Sarandí”, pregunta una de las telefonistas al oficial a cargo. Por primera y única vez en la tarde, un efectivo enfila hacia las cámaras de videovigilancia para corroborar el hecho.
Falsa alarma. Se trata de un perro que está jugando con una palmera, salta y muerde las ramas, quedando suspendido por unos segundos.
Los “911 emergencia, buenas tardes” de las telefonistas se oyen una y otra vez, pero nadie contesta. “La mayoría de las llamadas son bromas o gente molestando”, se lamenta uno de los oficiales fiscalizadores. “Niños jugando con la emergencia”, “absoluto silencio”, “ruidos de fondo no contesta”, escriben las operadoras en sus computadoras.
Todas las comunicaciones son registradas y grabadas para su control posterior si es necesario. Según los datos oficiales, hay celulares que llaman hasta 4.000 veces al 911 para saturar sus líneas, pero no existe castigo para esos casos.
Un vecino denuncia que hay un “tipo borracho tirado en la calle”, comenta la telefonista y le pregunta a su supervisor qué hacer. “Si no está haciendo nada, no podemos hacer nada”, contesta y sigue en sus tareas. La persona preocupada por el alcohólico vuelve a llamar cinco minutos después, con igual respuesta.
Dos personas atan a un joven a un caballo, al “estilo far west”, en la calle Larravide. “Avisar a la seccional 13ª, zona 2”, recomienda el fiscalizador.
A las 14.47 una operadora recibe una llamada de un celular, un niño se ahogó en Salto. Todos en el 911 se quedan en silencio.
La tranquilidad se hace añicos con la siguiente llamada de urgencia. “¡Un 32 en proceso!”, exclama la telefonista a las 15.03. Una mujer a la que le arrebataron su cartera está persiguiendo en auto a los ladrones, que se escapan en una moto por Bolivia a la altura de Mones Roses, en dirección al Portones Shopping. La operadora le pide que siga en línea mientras ubican al móvil policial más cercano.
La llamada se corta cuando la víctima llega a la Cruz de Carrasco —en Bolivia y Camino Carrasco—. El ambiente está tenso y se refleja en los rostros de los oficiales. Mientras la telefonista y el fiscalizador intentan comunicarse otra vez con la mujer, algunos efectivos elucubran sobre la dirección que tomarán los delincuentes.
—Están yendo hacia la Usina 9, por Felipe Cardozo— dice uno.
—Para mí que van a tomar Camino Oncativo y llegar hasta Punta Rieles— sostiene otro.
—Si siguen por la calle de tierra larga, pasando el quemadero, van a dar al descampado donde encontraron aquel cadáver descuartizado. ¿Te acordás?— retruca el primero.
A los pocos minutos se comunican otra vez con la víctima del robo, quien les explica que llegó hasta Felipe Cardozo y Camino Carrasco pero no se animó a seguir. El móvil policial está con ella y se dispone a ingresar a la zona a inspeccionar, aunque en la pecera todos dan por sentado que no van a tener éxito; pueden haber escapado por varios lados.
Mientras se producía el “32” (el código policial para la “persecución de vehículo), había saltado una alarma de un comercio y “dos personas robustas intentaron robar una moto, pero huyeron al no poder encenderla”, según la denuncia recibida.
A las 15.35 volvió la calma, lo que fue aprovechado por un efectivo con más de 20 años en la Policía para contar a Búsqueda que “todo es más violento ahora” y que “antes los ladrones tenían ciertos códigos”.
De fondo se seguía escuchando “emergencia 911, buenas tardes”.
La conversación es interrumpida por otro momento de adrenalina. Dos jóvenes, uno de campera marrón y “posiblemente armado con un arma calibre 38”, acaban de robar a una mujer en la calle Serrato. Casi en seguida, otra llamada avisa que un hombre “de tez morena y pelado” hurtó un par de championes en una zapatería. Cae la tercera denuncia: un ladrón se llevó un botín de $18.000 tras una rapiña en 8 de Octubre.
Como explica uno de los oficiales, la mayoría de las llamadas recibidas son denuncias de “hechos consumados” y muy pocos están ocurriendo al momento de la comunicación.
El director del Observatorio de Violencia y Criminalidad del Ministerio, Javier Donnangelo, dijo a Búsqueda que “en una sociedad normal, donde no hay cientos de miles de policías y cientos de miles de patrullas, a lo máximo que se puede aspirar” es a tener una respuesta de “cuatro o cinco minutos” ante una llamada de emergencia. “Si a eso lo sumamos el tiempo que demora la víctima en comunicar ese delito —añadió—, eso le da un margen a los autores del delito para escaparse de la zona, cambiarse de ropa”.
Según el especialista, eso da una “ventaja muy difícil de descontar” a favor de los delincuentes. “La respuesta policial, por más rápida que sea, típicamente depende de la velocidad con que la víctima comunique el delito. En el caso de las rapiñas en la calle es donde este proceso insume más tiempo, porque la persona tiene que lograr acceder a un teléfono. Aun si la respuesta Policial es extremadamente rápida, hay un límite a la rapidez con la que la Policía puede llegar al lugar de los hechos”, añadió.
Los datos oficiales marcan que con el nuevo sistema y el aumento de operadoras y líneas disponibles, se redujo a cero la cantidad de llamadas que dan ocupado. Además, aumentaron “472% las demandas de emergencias que obtienen respuesta”, de 1.800 a más de 10.000.
En el área metropolitana, la Policía recibe más de 15 denuncias por hora, muchas de ellas en las comisarías. Aun así, los teléfonos del 911 no dejan de sonar. Apenas pasadas las cuatro de la tarde el conductor de un ómnibus de la empresa UCOT alerta que fue apedreado en Haití y Carlos María Ramírez; no hay heridos ni víctimas.
Un minuto después, una mujer llama porque vio a un “morocho de rastas” en el Parque Batlle. Cree que es el mismo que apuñaló a una doctora pocos días antes. “Eso de la médica lo debe haber visto en la televisión. Si vamos a detener a todos los morochos con rastas...”, afirma un efectivo. La orden es llamar a la seccional 9ª para que investigue.
Entre las 16 y las 16.30 hay dos presuntos casos de violencia doméstica: un hombre está “agresivo con su madre” en la zona del hipódromo, mientras que un padre se puso violento con su hija.
Saltan dos alarmas de cajeros automáticos, una embarcación queda a la deriva en el Delta del Tigre y una emergencia médica solicita asistencia policial para trasladar a un paciente psiquiátrico. También se cuelan llamadas que no son urgentes. Una persona denuncia por los molestos ruidos de las motos que circulan en su cuadra, alguien ve a una persona “sospechosa” caminando por la calle y un vecino se contacta nervioso por la presencia de unos indigentes.
El 911 se apoya en el nuevo sistema de comunicaciones Tetra de la Policía, adquirido durante la actual administración, que permite al operador contactarse con el móvil más cercano a la escena del crimen. Antes, las radios de todas las patrullas recibían los datos de una denuncia, lo que llevaba a que varios respondieran al mismo llamado.
“El sistema funciona de manera excelente, pero todavía estamos en un proceso de educación, porque antes había una conducta de avisarles a todos y que todos salieran corriendo”, explicó Arias. Y agregó: “La herramienta no te va a obligar a que se trabaje bien. Si no hay disciplina operativa, no funciona. Pueden seguir trabajando como siempre, pero ahora no pueden culpar a la herramienta”.
El Tetra está encriptado para que no pueda ser escuchado por cualquier radio e incluye un sistema de GPS, lo que permite a las autoridades saber el recorrido que siguen los vehículos y también quienes patrullan a pie. “Hemos mejorado la cantidad de información que tienen los tomadores de decisión”.
Falta menos de una hora para el cambio de turno, pero los teléfonos no dan respiro. Tres personas para alertar sobre el mismo accidente: un ciclista fue embestido mientras circulaba por Máximo Tajes y Santa Mónica. Una mujer denuncia una rapiña en la calle Rousseau y una patrulla inicia una persecución de una moto por la calle Juan Acosta, a la altura de Chimborazo.
La actividad hace que los minutos pasen más rápido; ya son casi las 18 y los policías que iniciarán su turno están ingresando a la pecera. La operadora de una de las “mesas de zona” de Montevideo recibe a su sustituto.
“Te dejé todos los procedimientos anotados, hay uno ahora”, le dice, y ante la mirada incrédula de su compañero, agrega entre risas: “¿Qué pensás, que estaba haciendo la plancha?”.