• Cotizaciones
    jueves 03 de octubre de 2024

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Desde estas aguas negras se levantan himnos al cielo

    Es irreal, onírica y de una belleza embriagadora, pero existe. Creada por unos locos desesperados que buscaban protegerse de las invasiones bárbaras, fue fundada en marzo de 421 después de Cristo, hace… 1.600 años. Una ciudad que es una isla compuesta de otras islas. Casas, plazas e iglesias entre canales, sobre una laguna que se abre al mar Adriático. Resguardo del arte y de la religión cristiana, patrimonio de la humanidad, antaño potencia marítima y económica del medioevo y hoy centro neurálgico del turismo, Venecia se hunde unos centímetros cada año que pasa. No nos alarmemos: la humanidad también se hunde. Antes de que las negras aguas nos sumerjan del todo y si no tenemos la suerte de visitar la Serenísima presencialmente (palabra que se ha vuelto necesaria en este mundo demasiado virtual), disfrutemos con una película y un libro que nos recuerdan ese enclave de soñados palacios de mármol sobre un pantano. La película es Muerte en Venecia (1971), de Luchino Visconti, una obra maestra que cumple medio siglo y se puede ver en Qubit en un impecable HD. El libro es Venecia. El león, la ciudad y el agua (2020, Siruela), de Cees Nooteboom, un deslumbrante ensayo sobre la cotidianidad de lo divino materializada en la arquitectura, las pinturas y las estatuas, que a lo largo de la historia se van descascarando irremediablemente, como nosotros, aunque nos empeñemos en preservarlas y restaurarlas, como nosotros, aunque nos empeñemos en vacunarnos.

    Visconti quedó deslumbrado con la novela de Thomas Mann, que se ambienta en 1911, cuando el escritor alemán pasó una temporada en el imponente Hotel des Bains del Lido, donde ocurre este drama de un escritor maduro de endeble salud, Gustav von Aschenbach, que se enamora de la belleza ensordecedora de un adolescente, el apolíneo Tadzio, a quien jamás le dirige la palabra. El valor del arte, los deseos reprimidos, la idealización, la inevitable vejez y la también inevitable decadencia de una aristocracia refinada y culta que ya no parece tener lugar son algunos de los muchos temas que trata la novela, que se publicó en 1912 y generó un desbordado rubor en la sociedad victoriana de la época, similar al que unos años después provocaría Lolita, de Nabokov, con el agravante de que el enamoramiento de Mann es entre personajes del mismo sexo. “Nada de lo que aquí sucede es inventado”, declaró Mann (La montaña mágica, Doctor Fausto, Los Buddenbrook), quien fue enemigo público del nazismo, sufrió el exilio (primero en Suiza y luego en Estados Unidos), ocultó su homosexualidad detrás de un matrimonio estable y con varios hijos y también ganó el Premio Nobel en 1929. Venía de la aristocracia germana, conocía su europeizante sensibilidad y en particular sus defectos. En la actualidad, Mann, Nabokov y Visconti serían echados a patadas de todos lados por pedófilos.

    Gustav Mahler recién había muerto y Mann pensó en él, un vector de inspiración como puede ser cualquier otro y como lo fue un joven polaco a quien conoció en el Hotel des Bains y que disparó la figura de Tadzio. Y Visconti, luego de seis meses de rodaje, transformó al personaje del maduro profesor, interpretado por el británico Dirk Bogarde, en un respetado compositor que llega a Venecia con una tragedia personal —se le ha muerto una hija pequeña, como a Mahler— y con un fracaso artístico a cuestas. Su último concierto en Múnich ha recibido abucheos de todos los sectores del teatro. Vemos a este hombre arribar a la maravillosa Venecia ya como un ser resignado, pálido, agonizante, en uno de los más imponentes contrastes que haya dado el cine. El cielo con la inconfundible luz de atardecer veneciano, la suavidad de las aguas, los palacios que se recortan en la lejanía y un cadáver que se dirige a su encuentro. Una ciudad cuya belleza es inversamente proporcional a la felicidad del protagonista. Y también una ciudad húmeda, desconchada y decadente que oculta un mal, una peste asiática que ha provocado la saturación de camas en los hospitales (muy actual, ¿no?). Más de un siglo después el mundo se vuelve a sumergir en las mismas aguas, manoteando desesperadamente el amor e intentando escapar de la muerte. Más de un siglo después —o muchos siglos después, qué más da— nada ha cambiado en lo esencial, aunque Venecia sigue siendo única, insustituible.

    No solo hay algo de Mahler en el personaje de Von Aschenbach. También está como leit-motiv su Quinta sinfonía, que precisamente con Muerte en Venecia trascendió el círculo de los conocedores y diletantes musicales para cobrar mayor fama mundial. Bogarde recuerda en su autobiografía Un hombre ordenado (Espasa-Calpe, 1985) la función especial de la película que se hizo en Los Ángeles para medir la receptividad del público estadounidense. Al terminar la proyección se desató un silencio incómodo. Le sugirieron a Visconti cortar algunas escenas, advertir sobre la obscenidad del asunto, tal vez cambiar el final por uno más feliz.

    —¿¡Qué!? —vociferó el cineasta—. ¿¡Cambiarle el final a Thomas Mann!? ¡Va fan culo!

    Para atemperar el enojo de Visconti, un empresario cinematográfico se levantó de su asiento y lo felicitó por la elección musical.

    —¿De quién es la música?

    —De Mahler.

    —Deberíamos contratarlo para que haga otras bandas sonoras.

    El papel de Tadzio fue una historia aparte. Al principio había sido pensado para el ahijado de Visconti, Miguel Bosé, hijo de la actriz Lucía y del torero Dominguín. Pero cuando el padre se enteró de qué iba la cosa dijo sin tapujos: “No permitiré que mi hijo participe en ninguna historia de maricas”. Visconti comenzó el casting. Debido a la importancia de la búsqueda filmó para la televisión en 1970 el documental Alla ricerca di Tadzio, que es la peripecia hasta dar con el físico adecuado, que fue el del sueco Björn Andrésen, a quien el papel le cambió la vida… para mal. En ese entonces tenía 15 años y allí donde iba era presentado como “el chico más lindo del mundo”, una prisión de la que no pudo salir, como lo muestra otro documental, The Most Beautiful Boy in the World (2021), estrenado en Sundance este año. Ha pasado otras veces y volverá a ocurrir: un personaje se convierte en algo más tangible que la propia realidad. Así le sucedió a Linda Blair con El exorcista. ¿Blair? Ah, el diablo. ¿Andrésen? Ah, Tadzio. Andrésen vive actualmente en un diminuto y sucio apartamento en Estocolmo, tiene 66 años y no quiere ver a nadie. Tuvo una breve aparición en la película de terror Midsommar.

    Muerte en Venecia fue un éxito en el Festival de Cannes. El público desbordó el Palais des Festivals. Había gente sentada en los escalones, en los pasillos, de pie junto al escenario. Además de las bellísimas imágenes del hotel y de la playa, de los deslumbrantes decorados y del vestuario (ropa de época auténtica, planchada y almidonada), de la enorme actuación de Bogarde y de la música de Mahler, el auditorio fue receptivo al impactante drama de un hombre que desde su reposera en la playa vive el amor o lo espía en furtivos corredores y estrechas calles venecianas. El rostro de Bogarde, que ha ido al barbero para una sesión de rejuvenecimiento, se descascara, la tinta del pelo surca su frente como la rajadura de un muro.

    La Palma de Oro fue para El mensajero del amor, de Joseph Losey, quien ya había dirigido a Bogarde en varias películas, entre ellas Por la patria, El sirviente y Extraño accidente. Visconti quedó hecho pasta porque esperaba el galardón mayor, y debió conformarse con un premio especial por los 25 años del festival, que recibió a manos de la divina Romy Schneider. Al subir al escenario fue ovacionado.

    Visconti también era un aristócrata como Mann y también tuvo predilección por los jóvenes de su mismo sexo, aunque no lo ocultaba. Pero su aristocracia no era únicamente soñadora, sino, digamos, neorrealista. Le ocurre a mucha gente adinerada: la imperiosa necesidad de ser progresistas. Allí están sus grandes películas en blanco y negro, fundacionales de un cine preocupado por los más desfavorecidos y débiles de la sociedad, como los pescadores sicilianos de la épica La tierra tiembla (1948) o los campesinos sin lugar en la gran ciudad de Rocco y sus hermanos (1960, premios Fipresci y Especial del Jurado en el Festival de Venecia), o sus nobles conscientes de la decadencia en El gatopardo (1963, Palma de Oro en Cannes) y Grupo de familia (1974), ambas con Burt Lancaster en memorables actuaciones que nada tienen que ver con el hombre de acción por el cual se lo recuerda. Y apretaba el acelerador sin temor, como en La caída de los dioses (1969), un furibundo retrato del nazismo en el seno de una familia de metalúrgicos acaudalados.

    Casanova

    El donjuán más famoso de todos los tiempos y maestro de la eyaculación controlada disfrutó de los favores de bellas mujeres, jugó su suerte en mesas de cartas y también fue encarcelado en Los Plomos, la prisión de máxima seguridad de Venecia, de la cual nadie escapaba y él lo hizo en 1756. Este amante y aventurero es una de las tantas figuras que aparecen en Venecia. El león, la ciudad y el agua, un erudito ensayo sobre la arquitectura, los monumentos, las pinturas y los personajes venecianos, pero antes que nada un registro de la sensibilidad y observación de Nooteboom para acompasar hechos históricos con anécdotas y detalles de las pinturas. Es como si en lugar de un guía el lector tuviese a un amigo que lo invita a recorrer la Venecia más turística y conocida de las góndolas, de las cúpulas y de los campanarios, pero también la oculta, la de extraños relojes y varices en el mármol, la de los recovecos y jardines, la de los pasajes secretos, la de los cangrejos y la pescadería del barrio, la del cementerio de la isla San Michele, donde están enterrados Ezra Pound y Joseph Brodsky, mientras caminamos por las páginas de este asombroso libro.

    Nooteboom nos recuerda la ausencia de autos en Venecia, mejor dicho, la ausencia del sonido del tránsito automotor. Ante un silencio despejado escuchamos el agua que se desplaza cuando pasa un vaporetto, los pasos de alguien que ha cruzado un puentecito y se acerca al pórtico de un palacio, las voces de los vecinos desde una ventana donde cuelga la ropa. Nos presenta al temible Paolo Sarpi, hombre de fe y fiel a Dios y también experto jurista, que se opuso en su momento a la Iglesia, a tal punto de que el papa de turno mandó asesinarlo una noche en que caminaba por las apretadas calles de algún apretado canal, a la salida de una taberna. Le dieron más de 20 puñaladas pero no lograron quitarle la vida, tan tozudo era Sarpi.

    Venecia solo tiene unos 55.000 habitantes permanentes que soportan el altísimo costo de vida y el desembarco de millones de turistas todos los años. La especulación financiera y las mafias no son ajenas a esta ciudad que genera monumentales ingresos. Dice el escritor que solo en el entorno de la plaza de San Marcos, más del 90% de los restaurantes y trattorias pertenecen a chinos, albaneses y “gente de Medio Oriente”. Nooteboom es un apasionado lector de las novelas policiales de la estadounidense y experta en cultura italiana Donna Leon, creadora del comisario Brunetti, encargado de investigar la corrupción veneciana. Leon vive desde 1981 en Venecia. Sus novelas han sido traducidas a más de 20 idiomas, pero no se han traducido al italiano para salvaguardar la salud de la escritora, que desea vivir en paz con sus 78 años como una vecina más. No vaya a ser cosa que le ocurra como a Sarpi.

    Nooteboom se detiene frente a un cuadro de Tiziano o de Tintoretto y nos describe lo que ve. Tintoretto, que está enterrado en la iglesia Santa Madonna de la Huerta. Altares y tumbas, pinturas que glorifican a Dios y nos alertan sobre el Juicio Final. Belleza por todos lados. Historia en todos los rincones. Debe ser muy difícil vivir en una ciudad donde cada muelle, cada losa, cada empedrado y escalón que el transeúnte pisa es capaz de levantar tantos acontecimientos y revivir tantos fantasmas de una escandalosa celebridad.

    Cita a Henry James y a Mark Twain y nos revive lo que sintieron o pudieron sentir estos escritores ante las mismas pinturas. La cultura de Nooteboom es abrumadora pero al mismo tiempo posee el encanto y la frescura de lo lúdico. Nos habla del misterio veneciano, que yace por todas partes, y ese misterio bien desparramado lo leemos como un cuento, una aventura. Enumera a los dux que gobernaron la ciudad-Estado (llegar a dux era más difícil que llegar a ser papa), entre ellos Enrico Dándolo, ciego y octogenario, quien comandó la cuarta Cruzada y murió en Bizancio en 1205, después de enviar a su ciudad natal lo más preciado del saqueo a Constantinopla, la famosa Cuadriga Triunfal (los Caballos de San Marcos), que luego pasaría a manos de Napoleón como uno de sus principales botines de guerra. La historia del arte y de la belleza es también la historia de las guerras, de los grandes saqueos y de los cismas religiosos. Los bronces, los oros y las telas llevan la sangre de los caídos en combate. “Una ciudad no es una ciudad hasta que, con el paso del tiempo, acumule tantas contradicciones que cualquier explicación se haga imposible”, dice Nooteboom.

    Se mete en esos enormes lienzos de los grandes maestros del renacimiento y les da vida, especula con las imágenes, nos acerca datos esclarecedores. Nos lleva al Palacio Ducal, a la sala del Consejo de los Diez y nos pone frente a una enorme pintura de los hermanos Francesco y Leandro Bassano que ocupa una pared entera. Nos perdemos, pero enseguida nuestro guía nos traslada a otro sitio, más anónimo, más íntimo, a una de sus moradas en Venecia donde guarda sus ropas y sus libros de estudio, que ahora tiene la puerta cerrada. Entonces Nooteboom, que ha olvidado la llave, debe llamar a la propietaria, que llega con una… radiografía y abre la puerta. “Entrar en la casa es mucho más fácil de lo que uno piensa”, dice la mujer. “También puede hacerse con una tarjeta de crédito”. La inexpugnable Venecia de las aguas, la que fue un imperio marítimo y se resguardó de sus enemigos, no está a salvo de cualquier ratero más o menos avezado. Con esa facilidad de ir de lo inmensamente histórico y valioso a lo mínimamente anecdótico y cotidiano se mueve este libro.

    Nooteboom no nombra a Visconti pero sí a Fellini, a quien entrevistó y con quien discutió vaya uno a saber sobre qué, si a propósito de las mujeres con grandes tetas, que era una de las obsesiones del cineasta y por qué no también del escritor, o sobre la grandeza de una ciudad única, indivisible, acuática. Si Visconti hubiese participado en esta apasionante discusión, hubiese preferido centrar el asunto en Venecia.