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En el desenlace de Dolor y gloria, la antepenúltima película de Pedro Almodóvar, el director recurre a un giro argumental que resignifica lo visto, hasta ese punto, en su drama autobiográfico. Revela al cine y el hacer cine, como la amalgama entre su identidad y memoria, con un último vistazo de aquella película dedicada al artificio con el que el español se convirtió en un maestro. Un hijo y su madre, interpretada por Penélope Cruz, intentan reposar y hacerse compañía. La cámara se aleja y muestra, con la presencia de técnicos y equipos de filmación, una naturaleza desconocida. Lo que creíamos personas son personajes, dos intérpretes que construyen, desde una ficción dentro de otra, el poder del recuerdo.
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Lo último del cineasta, Madres paralelas, reúne al director y a la actriz, frecuente colaboradora, con el afán del realizador en explorar el inevitable peso del pasado. Desligándose de sus experiencias para poner el ojo en la memoria histórica de España, Almodóvar elaboró un melodrama emotivo y delicado en el que dos mujeres ven sus vidas entrelazadas a través de la maternidad, el romance, las reconfiguraciones familiares y una reivindicación ante los horrores del franquismo. Se estrena el viernes 18 en Netflix.
El lanzamiento forma parte de la reciente adquisición de la plataforma de streaming del grueso del catálogo de Almodóvar que se estrenará a lo largo del mes. La selección abarca los inicios del director con Entre tinieblas (1983), recorre su trabajo hasta la multipremiada Volver (2006) e incluye títulos infaltables como Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) y Carne trémula (1997).
Madres paralelas, estrenada en el Festival de Venecia de 2021, se saltea las salas en Uruguay –sí tuvo un estreno en cines en Argentina– y llega con viento en la camiseta tras haber obtenido, el martes, dos nominaciones a los Premios Oscar, con Penélope Cruz (Mejor actriz principal) y Alberto Iglesias (Mejor banda sonora) como los talentos reconocidos por la Academia.
Penélope Cruz interpreta a Janis, una fotógrafa que queda embarazada tras entablar un amorío junto a un antropólogo forense casado. Decide tener al bebé como madre soltera y sin la ayuda del padre, y durante el trabajo de parto conoce a Ana (Milena Smit), una futura madre adolescente con la que entablará un relación arraigada inicialmente en la amistad pero transformada, por circunstancias impredecibles, en algo diferente.
El encuentro entre las dos futuras madres, en un punto crucial para sus vidas, es el puntapié para explorar la compasión mutua entre ambas mujeres al verse obligadas a emprender las respectivas crianzas de sus hijas sin ayuda, más allá de la que puedan emplear. Janis es una adulta profesional y establecida que vive con determinación, mientras que Ana, idílica e inocente, ve su vida reconvertida a raíz de una tragedia que Almodóvar se reservará compartir, hasta considerarlo necesario, como otros de los secretos dentro de una historia que coquetea con frecuencia con el suspenso.
Si en Dolor y gloria el Salvador de Antonio Banderas buscaba retornar al cine como conducto hacia una expresión redentora, aquí Cruz ya es una fotógrafa de moda aguerrida cuya profesión no le significa un problema, sino más bien lo contrario. Define gran parte de su identidad y la pone en conversación directa con el explícito espíritu político del filme. En sus retratos, Janis intenta obtener la expresión deseada de sus modelos. Se concentra demasiado en el pasado y, eventualmente, le recrimina Ana. “Hay que mirar el futuro. Lo otro solo sirve para abrir viejas heridas”, le remarca.
Lo que Ana desconoce es que Janis ha cargado siempre con el conocimiento de la posible ubicación de una fosa en la que sus antepasados fueron enterrados tras ser asesinados durante la guerra civil española. La herida abierta de una familia por encontrar a los suyos queda reflejada casi que desde los primeros diálogos de Janis, quien se niega a fotografiar a quien será su futuro amante con una calavera en su mano.
Almodóvar compartió en diferentes entrevistas que ha tenido la idea de narrar el encuentro de dos mujeres que dan a luz el mismo día desde hace dos décadas, pero jamás pudo superar algunas carencias que el guion tenía en sus primeros borradores.
Tras verse sometido al confinamiento por la pandemia, revisó su historia y en especial su necesidad de recordarle a su país, con su arte, una gran deuda pendiente. El reclamo saldrá de la voz de Cruz pero no hay dudas de que corresponde al cineasta, quien hasta se da el gusto de criticar dentro de la ficción al expresidente Mariano Rajoy frente a dichos que el mandatario tuvo sobre las políticas en torno a la búsqueda de los restos de desaparecidos en España.
Dividida en tres partes claras, la película propone una cruzada por la maternidad y otra por la justicia histórica, con la primera funcionando como el sostén emocional y la segunda como el telón de apertura y cierre para la relación entre Janis y Ana. El quiebre entre ambos impulsos es notorio y por momentos hasta disonante, pero satisfactorio al fin dada la circularidad que la película propone.
Al haber filmado durante la emergencia sanitaria española, a Almodóvar se lo percibe atraído por maximizar las posibilidades narrativas de los espacios interiores de Madrid a los que ha sometido a sus protagonistas. El mobiliario, las paredes y hasta los electrodomésticos reflejan el deseo de confeccionar un entorno cromático vibrante que compensa cierta inclinación del director en concebir personajes imperfectos. Plagada de primeros planos sobre Cruz, los diálogos y actuaciones jamás se sienten inverosímiles, incluso cuando la actriz parece hasta trastabillar en la letra, tal vez en un guiño o recordatorio del director sobre la pared invisible que divide al mundo real con el que viene construyendo desde la década de 1980.
El Almodóvar de Madres paralelas, presente detrás de cámaras y libreto, es uno con confianza plena en su oficio. La seguridad se percibe, en especial, en su manejo de lo trágico. Las erupciones dramáticas tan características de sus obras anteriores, más barrocas, fueron transformadas en conmociones sosegadas desplegadas en conversaciones íntimas, menos espectaculares, pero no por ello menos angustiantes. Se presentan personajes que prefieren guardar sus emociones hasta verse arrinconados por los enfrentamientos a los que los vínculos afectivos los someten sin remedio. Como lugareños de un mundo doloroso, deben ser capaces de sortear su culpabilidad y aprender de sus errores para superar una contención que tiene a la catarsis como destino final.
No se hace nada difícil, de todas formas, sentirse a gusto habitando esos espacios y conviviendo con las creaciones de Almodóvar. Sus problemas, siempre con una pata en lo cotidiano y otra en lo imposible, pueden tomar giros imprevistos pero nunca lo hacen sin un significado. El azar como motor es siempre atractivo si se utiliza, como es el caso, para unir las realidades de dos madres y mujeres como Janis y Ana en pos de transformarlas en algo poco visto en el cine del español de sus últimas dos décadas. El encuentro germinal de Madres paralelas tiene, para el director, un atractivo doble: le permite ahondar en la culpa de aquellos españoles que han decidido ignorar las cicatrices de su sociedad y celebrar, además, el encuentro de quienes han priorizado la empatía por sobre todo dolor que el pasado trae consigo.