N° 1998 - 06 al 12 de Diciembre de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn todo el pleito en torno al concepto de libertad se dan cita planos que no siempre son discernidos con la debida precisión. Se habla de libertad para hablar de libertad política, y va a decir Friedrich Hayek que esto es un error; una peligrosa asimilación que no conviene a la causa de la libertad y que puede ambientar fatales distracciones que luego cuesta mucho superar en el seno de las sociedades organizadas. También, como para erizar el problema o la extensión del asunto, usamos el vocablo para caracterizar el irreductible espacio de interioridad que tiene toda persona, algo que está más allá de cualquier pretensión externa. Esa es la específica libertad en la que es indiferente estar encadenado o suelto, amenazado o perdonado; lo que íntimamente se ama y se cree no se doblega, no se pierde por las presiones o cambios que provengan de afuera.
Conectada con esta acepción tenemos la fecunda mirada del existencialismo que con tanto acierto supo caracterizar Albert Camus en su trabajo sobre el mito de Sísifo. Allí nos recuerda que Sísifo, que desafió a los dioses, está condenado a levantar una piedra y llevarla hasta la cima de una montaña; la piedra, empero, se obstina en hacer infeliz a su portador y cuando llega arriba comienza a caer. Interminablemente, Sísifo está empeñándose con esa roca que no le dará descanso en toda la eternidad. Nos propone que Sísifo, lejos de ser un desgraciado, un informe juguete del antojo de los dioses, es todo un héroe, alguien que halla el espacio de su identidad en esa esencial libertad de su conciencia que lo lleva a amar de todo corazón el reto de levantar una y otra vez la piedra a la que los dioses lo han atado indefinidamente. Afirma Camus que es necesario “imaginar a Sísifo dichoso” y pensarlo como el héroe moderno, esto es, el héroe absurdo; el hombre que juzga más feliz la suerte de penar con la roca que la suerte de agradar a los dioses; el hombre que es capaz de construir un sentido de la felicidad allí donde los otros han dictado infortunio; el hombre que sabe que el sufrimiento es oportunidad y que nadie puede llegar a castigarnos tanto como para que no descubramos que el peor de los castigos es distanciar del alma aquello que estamos haciendo, aquello que podemos hacer, aquello que somos. Subir infinitamente la piedra a la cima de la alta montaña es un ingrato proyecto para cualquiera que tan solo obedece; pero no para este elemental Sísifo que recrea Camus: para él la existencia está lejos de la mano de los dioses, lejos de la mano del poder; existir es reconocernos en lo que tenemos de inalienable, de sagrado; es ser tan valiente como para asumir que somos la exacta y viva construcción de nuestra primaria, orgullosa rebeldía.
Al lado de estas concepciones reclama Hayek evitar nuevamente el ingreso en los laberintos retóricos y dejar que la similar grafía y el sonido de las palabras junto con acepciones aproximadas o análogas terminen por definir la confusión. Dice que cuando se refiere a la libertad indispensable para vivir en sociedad, no está aludiendo a ninguno de estos aspectos, en especial a la muy querida libertad interior. Y le interesa hacer visible la diferencia: “Lo opuesto a ‘libertad interior’ no es la coacción ajena, sino la influencia de emociones temporales, la debilidad moral o la debilidad intelectual. Si una persona no acierta a hacer lo que después de serias reflexiones ha decidido, si sus intenciones o fortaleza le fallan en el momento decisivo y no lleva a cabo lo que en cierta medida todavía desea hacer, debemos afirmar que no es libre, que es ‘esclava de sus pasiones’. Ocasionalmente utilizamos dichos términos cuando decimos que la ignorancia o la superstición impiden a los hombres hacer lo que deberían hacer si estuvieran mejor informados y, por lo tanto, proclamamos que ‘el conocimiento hace libre’. El que una persona sea o no capaz de escoger inteligentemente entre distintas alternativas o de adherir a la resolución adoptada es un problema distinto del de si otras gentes le impondrán su voluntad (…) la ‘libertad interior’ y la ‘libertad’ en el sentido de ausencia de coacción determinarán conjuntamente hasta dónde una persona se aprovechará de su conocimiento de las oportunidades” (cf. Los fundamentos de la libertad).
Considera este pensador que es decisivo mantener estos conceptos convenientemente separados por mor de incurrir en deslizamientos o distracciones que tarde o temprano afectarán nuestro marco de felicidad posible en la sociedad.