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En una esquina de la plaza Independencia, en medio de las numerosas tiendas de souvenirs para turistas, hay un contenedor blanco con un cartel colgado en uno de sus lados: “Huelga de hambre día 13”. Desde el viernes 1º de diciembre en esa pequeña habitación viven los dirigentes de la Unión Autónoma de Obreros y Empleados del Gas (Uaoegas) Martín Guerra, Fabricio Sosa y Javier Ortíz.
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Su rutina ahora consiste en ocho horas de sueño, cuatro de reposo durante el día, tres horas para recibir visitas de familia o prensa (distribuidas en dos tandas de una hora y media), dos controles médicos y cuatro ingestas. La dieta es acotada y repetitiva: caldo de verduras (sin sólidos), jugo de manzana, agua, algo de mate y dos cuadraditos de chocolate (50 gramos).
Al principio casi no sentían las consecuencias del ayuno y pasaban bastante tiempo afuera del contenedor, con los compañeros que los apoyan. Ahora prefieren pasar la mayor parte del tiempo adentro, con el aire acondicionado, leyendo o escuchando la radio.
“Se siente un cansancio total en el cuerpo”, cuenta Sosa, que bajó 5,3 kilos desde que empezó la huelga. Guerra, que perdió otros seis kilos, lo confirma: “Ahora estuve parado unos minutos hablando con mi familia y ya quedé cansado”.
Aunque esa “medida extrema” no es tan frecuente, sí tiene varios antecedentes en el sindicato del gas. Durante la conflictiva relación con Gaz de France, que fue accionista mayoritario de Gaseba Uruguay entre 1994 y 2005, los trabajadores llevaron a cabo tres huelgas de hambre: una de 44 días, una de 26 y otra de 30.
Ahora el conflicto es con Petrobras —propietaria del 100% de las acciones de MontevideoGas—, que envió al seguro de paro a 24 trabajadores y tiene previsto hacer lo mismo con otros 30. En paralelo, la compañía brasileña inició a través de MontevideoGas y de Conecta —de la que tiene el 55% de las acciones— reclamos judiciales contra el Estado uruguayo por cerca de US$ 100 millones.
Para el dirigente del sindicato, Alejandro Acosta, los trabajadores son en realidad rehenes de un cambio de estrategia global de la compañía.
“Hay una estrategia de fondo que es obtener recursos de los uruguayos a través de las demandas y no de la gestión”, dijo.
En estos 13 días de huelga los dirigentes recibieron la visita del ministro de Trabajo, Ernesto Murro, la de legisladores del Frente Amplio y la del arzobispo de Montevideo y cardenal, Daniel Sturla. También se acercan turistas a interesarse; algunos brasileños les piden disculpas por lo que está haciendo Petrobras.
Apoyo y autodeterminación.
En 1985, el Sindicato Médico del Uruguay (SMU) creó una comisión para dar apoyo en las huelgas de hambre. Desde entonces, el sindicato acumuló una vasta experiencia en el tema y acompañó desde ese lugar huelgas emblemáticas. El SMU, por ejemplo, participó en 1993 en la huelga de hambre de los tres ciudadanos vascos, miembros de la ETA, que pedían asilo a Uruguay para evitar la extradición.
Julia Galzerano, integrante de la Comisión de Derechos Humanos del SMU, sostiene que en los últimos años aumentó del uso de la huelga de hambre. “El tema está más en el tapete, la gente lo ve como una salida para sus reivindicaciones”, dice.
Habitualmente no llegan al sindicato más de tres casos al año. Este mes, sin embargo, viven una situación excepcional. Además de la medida de los dirigentes del gas, recibieron pedidos de apoyo para otras dos huelgas de hambre, una de ellas de un ciudadano colombiano que protesta frente a la Embajada de su país.
El SMU suele apoyar las huelgas “regladas”. El sindicato participa en la selección de los huelguistas, del lugar donde se va a desarrollar, elabora un protocolo de dieta, y firma mediante un escribano un contrato con los participantes.
La dieta del protocolo es de 500 calorías diarias, repartidas en cuatro ingestas. Con el correr de los días se puede incrementar hasta las 650 calorías. El consumo de mate y tabaco está limitado; el de alcohol y café, prohibido. Dos veces por día el equipo del SMU controla el estado de los huelguistas.
Las repercusiones en el organismo, según Galzerano, se limitan en principio a la pérdida de peso y el cansancio. Con el correr de los días empiezan los dolores musculares y si la huelga se prolonga la situación se va complicando.
Las consecuencias para el cuerpo son bastante más intensas en la “huelga seca”, que no incluye la ingesta de líquidos. En esos casos, explicó Galzerano, la situación ya se “complica” al cabo de una semana.
El SMU no aceptaba la “huelga seca” hasta el caso del refugiado sirio Yihad Diyab. “Esa fue la huelga que más nos desafió a nosotros. Se nos movieron muchas cosas y cambiaron algunos parámetros”, contó.
El SMU está reviendo su protocolo. En particular discuten la posibilidad de acompañar las huelgas secas. “La cuestión es pensar qué es lo mejor, cómo podés apoyar sin dañar el principio de autonomía y sin perjudicar a la persona que tiene la determinación de hacer la huelga para conseguir determinado fin”, concluyó.