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    Discriminación y racismo (II)

    El caso de Tania Ramírez, cuyo auto de procesamiento se hizo público el pasado jueves 31 de enero, desnudó una de nuestras facetas más racistas.

    Ese racismo, sin embargo, no se vio en el fallo, ya que a mi entender el juez interpretó correctamente que en este caso sólo correspondía imputar el delito de lesiones y que no se presentaban los elementos necesarios para tipificar el delito del artículo 149 ter del Código Penal, el cual requiere que los “actos de violencia moral o física de odio o de desprecio contra una o más personas” se realicen “en razón del color de su piel, su raza”. Eso no significa que el ataque no tuviera algún componente racista, ya que llamar “negra de mierda” a una persona es un acto racista; lo que ocurre es que este hecho, por sí solo, no constituye delito. Tal vez el hecho de que la víctima sea negra haya influido algo en la saña que mostraron las atacantes, pero eso es prácticamente indemostrable y está bien que el fallo no lo haya considerado.

    En efecto; nuestro racismo no se vio en el fallo judicial, y sólo tímidamente asomó en el ataque a Tania. Pero donde se mostró en todo su esplendor —y con una buena cuota de hipocresía— fue en nuestra reacción frente a la confirmación de que el ataque no tuvo una motivación racista.

    Si fuera cierto que en Uruguay no hay racismo —como por estos días lo afirman centenares de mensajes en redes sociales y comentarios en portales de noticias—, por muy de acuerdo que estuviéramos con el fallo judicial, igualmente sentiríamos compasión por la muchacha que en medio de una reyerta por un taxi, además de ser víctima de un delito de lesiones, debió sufrir encima insultos racistas. Un hecho por sí solo no delictivo, pero racista al fin.

    Pero no fue así. Recibimos el fallo con una enorme satisfacción, como la que se siente siempre que los hechos vienen a reafirmar lo que uno siempre supo; esto es, que en Uruguay no hay racismo; que decirle a alguien “negro de mierda” no es racista, y que los negros que opinan lo contrario son unos acomplejados y perseguidos, cuando no pretenden obtener ventajas lanzando acusaciones de racismo al voleo.

    En ningún momento nos molestamos en tratar de entender la sutil diferencia entre un acto no racista y un acto racista pero no delictivo y rápidamente saltamos a la conclusión de que la Justicia había dictaminado que el insulto “negro de mierda” no es racista. En las redes sociales y en los foros circulamos argumentos increíbles acerca de lo que hace aceptable a este insulto. Afirmamos con tanta naturalidad que decir “negro de mierda” es tan poco discriminatorio como decir “gordo de mierda” o “rengo de mierda”, que no nos dimos cuenta de que estamos equiparando la negritud a cualquier otro defecto (nadie dice “blanco de mierda”, porque claro...ser blanco no es un defecto). Dijimos que es válido usarlo en medio de una discusión, porque, claro, se trata de golpear donde duele, y es normal que un negro esté dolido por ser negro.

    Pero por sobre todas las cosas, la mayor excusa, la máxima expiación que podemos brindar a las agresoras de Tania, no la podemos confesar. Y es que nos identificamos con ellas.

    No en la golpiza, claro; la mayoría de nosotros no podríamos identificarnos con eso. Pero sí en los insultos. Todos los usamos; todos decimos “negro de mierda”, a veces para referirnos a personas de raza negra, a veces para referirnos a delincuentes o malvivientes de cualquier raza, a veces simplemente para referirnos a cualquier pobre que nos desagrada —porque, como bien sabemos, los negros son pobres.

    Escribo esta carta en primera persona del plural porque también estoy hablando de mí. Yo soy racista. Está en mi matriz cultural, como en la de todos los demás integrantes de nuestra sociedad, blancos y negros por igual. Y sí; alguna vez le llamé “negro de mierda” a alguien. En lo único que me distancio de la mayoría de mis compatriotas es en que soy consciente de que está mal.

    Hagamos de una buena vez un mea culpa. No podemos dejar de ser racistas, pero podemos dejar de ser hipócritas. 

    Darío Burstin

    CI 3.606.892-5