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    Doblaje y subtítulos en las salas de cine

    Sr. Director:

    Para quienes nacimos en los 40 o 50 del siglo pasado, el cine fue una experiencia habitual y, a la vez que uno de los entretenimientos más populares, una escuela de formación de nuestras personalidades.

    Por ello, su ausencia durante este largo periodo de pandemia la hemos vivido como una pérdida que no logra ser compensada por el nuevo mundo del streaming, pese a su variedad y sus recientes progresos en calidad. Seguimos añorando las salas oscuras y silenciosas, donde podíamos ensimismarnos, con una comunidad de espectadores, en las imágenes y sonidos de la pantalla.

    Y por eso también, celebramos su vuelta.

    Pero, para nuestro pesar, esa celebración se ve empañada por la nueva política de los exhibidores de recurrir en la mayor parte de los horarios al doblaje, relegando las películas subtituladas a las últimas horas de las funciones nocturnas.

    Siempre fue un orgullo de los cinéfilos uruguayos el no recurrir a esa práctica, solo razonable en películas destinadas al público infantil, y ello fue celebrado por nuestros más eminente críticos como Homero Alsina Thevenet o Jorge Abbondanza.

    ¿Tan bajo ha caído nuestra enseñanza como para que a un joven o a un adulto le resulte difícil leer los subtítulos con la rapidez adecuada? ¿Necesitamos realmente recurrir a la traducción no siempre fidedigna de los diálogos, en lo que un español sin matices oculta las voces originales de actores y actrices?

    Pero además, y aquí entro en un terreno más personal aun, ¿han tenido en cuenta los exhibidores de estar discriminando negativamente a muchos espectadores mayores, afectados por un déficit auditivo frecuente a esas edades? ¿A las dificultades para enfrentar las películas originalmente habladas en español —sobre todo las de la Madre Patria— nos veremos obligados a privarnos ahora de la totalidad de las películas exhibidas, máxime cuando a nuestra edad se hace más difícil concurrir en horarios nocturnos? En una época dominada por la preocupación de hacer a nuestra sociedad cada vez más inclusiva, ¿cómo se justifica moralmente esta virtual exclusión de la población mayor, seguramente la más apegada al arte cinematográfico que conoció y disfrutó en su lejana juventud?

    Exhortamos a los exhibidores a cambiar esa política o por lo menos a reservar horarios más tempranos con películas subtituladas, para permitirnos a los afectados por la sordera de la edad —dejémonos de locuciones políticamente correctas— seguir disfrutando del cine en las salas —su lugar natural— como lo venimos haciendo desde nuestra adolescencia

    Luis A. Carriquiry