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Mundial de 1986. Argentina se enfrenta a Uruguay en octavos de final. La selección capitaneada por Diego Armando Maradona va ganando uno a cero, pero el partido es duro, trabado. Gol del Diez, que el juez inexplicablemente anula. Bilardo salta del banco, contiene la alegría ante la decisión arbitral y se arregla el pelito como si fuese una parruqueta con un gesto de cierta elegancia que pretende ser sereno pero resulta torpe. Esa imagen de hombre nervioso y apasionado que nunca llega al punto de desmadrarse, de narigón avivado que siempre logra impartir una indicación a los jugadores, obsesivo con su trabajo, conocedor de mil trucos y con una cuota de locura difícil de medir es una de las mejores para definir al técnico de la selección argentina campeona del mundo en 1986 y subcampeona en 1990, impecablemente retratado en el documental de cuatro capítulos Bilardo, el doctor del fútbol, de Ariel Rotter, que se puede ver en la plataforma HBO Max.
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Un tipo complejo este narigón. Fue un jugador sin demasiados atributos sobresalientes en el mañero y complicado Estudiantes de La Plata de Osvaldo Zubeldía, el técnico con el que aprendió todo, desde los secretos tácticos para disponer un equipo en la cancha (los tiros de esquina con pierna cambiada, el adelantamiento de los defensas para dejar a los delanteros en off side) hasta eso que en el Río de la Plata se ha denominado “picardía” y que muchas veces evita el juego limpio y otras opta directamente por la trampa. Parece que Carlos pinchaba a los contrarios con un alfiler. Sí, un auténtico pincharrata. Luis Ubiña, que jugó para Nacional en aquellas tremendas finales de la Libertadores a fines de los 60 contra Estudiantes en La Plata, recuerda que el autobús los dejó con toda la intención de amedrentarlos a dos cuadras del estadio. Se tuvieron que abrir camino a los vestuarios entre la hinchada a las piñas y a las patadas. Salieron a jugar el partido con la cabeza inflada por los golpes.
Gran cantidad de futbolistas, como los mundialistas Óscar Ruggeri, Jorge Burruchaga, Julio Olarticoechea, Sergio Batista y Nery Pumpido, y de dirigentes, masajistas y otros técnicos dan testimonio en el documental para construir la esquiva y opaca personalidad de Bilardo. Pero también su esposa y su hija son fuente esencial para descifrar a este hombre que confesó haber “dejado de vivir” para dedicarse al fútbol. Mientras era jugador de Estudiantes, terminaba sus estudios de medicina. Y cuando se recibió no se lo dijo a nadie, ni siquiera a su familia. Se enteraron mucho después, el día en que fue a retirar el título. Tampoco tocó la copa ni se permitió celebrar el título del 86: “Ya hay que pensar en lo que viene, no en lo que pasó”.
A partir de 1982, el ciclo de César Luis Menotti había terminado como entrenador de la albiceleste. Las autoridades de la AFA designaron a Bilardo como su sucesor. Su postura fue terminante: “El jugador me tiene que hacer caso en todo. Si les digo que suban a un árbol y después se tiren de cabeza, deben hacerlo”. Durante los cuatro años siguientes, el trabajo con los futbolistas fue muy duro y detallista, pero el equipo no jugaba bien, incluso llegó a ser abucheado por un estadio lleno antes de partir hacia México. Bilardo daba indicaciones incansablemente, pero los jugadores no entendían sus conceptos en el pizarrón y detestaban las maratónicas sesiones de videos de partidos (¡completos!) que les hacía ver en su casa, sin ofrecerles ni siquiera un vaso de agua. Concepto espartano del fútbol, por llamarle de algún modo. No daba respiro: “Cuando cito para entrenar a las ocho de la mañana, es a las ocho de la mañana. A las ocho y un minuto ya no me gusta”. Diego Simeone recuerda que una vez lo hizo entrenar solo, sin ningún otro jugador ni referencia alguna. “Imagíneselo todo”, le dijo.
Una vez, en una fiesta, se permitió bailar toda la noche. Y los jugadores alucinaron. Anda, si es humano. Entre las definiciones sobre su personalidad hay para todos los gustos, desde la que sentencia de que es un “cagón que le tiene un miedo atroz a la derrota”, dicha por el preparador físico Fernando Signorini, hasta el “neurótico obsesivo que no duerme y se perdió la crianza de su hija”, según Sergio Batista. Muchos son los que no dudan en llamarlo genio y revolucionario del fútbol. También está el autorretrato del propio Bilardo: “Soy un tipo normal, que camina por la calle y nadie le dice nada”. ¿Y qué hace cuando no le salen las cosas? “Camino por el cementerio de la Chacarita”.
El documental muestra la buena, no tan buena, digamos tumultuosa relación con Diego Armando Maradona (fue Bilardo quien apostó por darle la capitanía de la selección), a quien llegó a dirigir también en el Sevilla y después secundar como ayudante en el malogrado pasaje del Diez como técnico de la selección argentina.
Hay una anécdota de Bilardo en el Sevilla que es por demás significativa. En cierto momento se detiene el juego y entra al campo el kinesiólogo del Sevilla para atender a uno de sus jugadores, y de paso a uno de los contrarios, que solicitó asistencia. Cuando el utilero vuelve al banco, Bilardo le pregunta: “¿Por qué hiciste eso?”. “Bueno, me pidió y…”. Al oído y bien claramente, el técnico le aconseja: “¿¡No te diste cuenta de que es del otro cuadro!? ¡Pisalo!”. En homenaje a esta máxima, hasta el día de hoy la hinchada del Sevilla canta para el Narigón en su recuerdo: ¡Písalo, písalo!
Dejar un legado fue otro de sus deseos, y para eso diseñó una escuela de fútbol que tuvo mejor repercusión en el exterior que en su propio país. Y si algo le faltaba a esta figura inquieta, fue un brevísimo intento de incursionar en la política. Su plataforma era entre futbolera y naif (“Conmigo los mejores; los peores afuera”), y en un país donde más que carnívoro hay que ser diabólico para dedicarse a los menesteres de administrar los bienes públicos, no le dio ni para empezar. Incluso algunos medios le tomaron el pelo y decían que a sus ministros les pasaría videos.
Hoy tiene 84 años y sufre una enfermedad neurodegenerativa. Bilardo, el ausente de su hogar familiar. El que te explica el fútbol en un pizarrón lleno de rayas y flechas y cruces y más flechas. El que te recuerda antes de salir a jugar con Brasil que no se la pases a los de amarillo. El que confía en el jugador si el jugador atiende exactamente la indicación que le está dando desde el banco (el gesto de un círculo es “Estamos perdiendo en el medio campo”). El que repite siempre las mismas cábalas (en el ómnibus todos sentados en el mismo orden; y antes de llegar a los vestuarios debe sonar un teléfono). El que también dirigió a la selección de Libia. El que se mofó de que lo llamaran “antifútbol” y bebió Gatorade en una copa de champán durante un partido. El que no festeja nunca. El que pincha y pisa a los vivos y encuentra paz entre los muertos. El que una vez se permitió dejar el fútbol de lado para escuchar música y bailar. Bilardo, el que se olvidó de vivir porque solo pensaba en ganar.