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Una serie de lámparas colgando del escenario flanquean un portal de piedra que ocupa el centro del escenario. Se hace la luz y con esos elementos se configura frente a nuestros ojos el colosal palacio real de Tebas. Las columnas griegas apenas sugeridas por una estupenda sinécdoque escenográfica. En lo alto, una gran cabeza taurina con su prominente cornamenta. Abajo, solo un par de mesas y bancos, mobiliario utilitario a los efectos del reposo circunstancial de algunos personajes. Queda mucho espacio libre, el terreno necesario para que el coro de esta historia despliegue todo su poder.
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La puesta en escena de Edipo rey, estrenada por la Comedia Nacional en el Solís y dirigida por el español Andrés Lima, donde estará en cartel hasta fines de julio, vuela por todo lo alto. Metafórica y literalmente. Se sostiene, en gran medida, en la luz que todo lo tiñe. La luz que va desde la incandescencia a la penumbra, la luz que se entrelaza con el humo que enturbia la escena, la luz que atraviesa los cuerpos, los vestuarios, los objetos, las bocas abiertas de dolor y desesperación. La luz de los primeros planos de los rostros de Tebas que se proyecta en vivo sobre la gran pantalla que oficia de telón de fondo. La luz que ilumina abruptamente un rostro y solo un rostro: el de Fernando Vannet, el actor que asume este protagónico, seguramente el mayor desafío interpretativo en los 11 años que lleva en el elenco oficial. Porque en esta versión de la tragedia de Sófocles adaptada por Lima y su colega Alfredo Sanzol, también español, el peso dramático del relato se concentra sobre el protagonista, auténtico centro de gravedad de la narración. Yocasta, Tiresias y otros personajes con mayor preponderancia en la obra clásica, tienen una presencia más limitada en este montaje de factura ibérica y realización montevideana.
Pongámosles nombre a estos conceptos: la concepción audiovisual es de Miguel Grompone, un realizador con vasta experiencia en el teatro (Sergio Blanco, Mariana Percovich, Gabriel Calderón) a cargo de las proyecciones de video en vivo. El diseño de iluminación es de Martín Blanchet, un verdadero artista visual con más de 30 años de trayectoria en la escena uruguaya. La escenografía es de Gustavo Petkoff, gran exponente de una generación más reciente de diseñadores teatrales. El vestuario y la caracterización de los personajes son obra de Johanna Bresque, otra destacada creadora de la escena. A todo este notable despliegue visual se suma la música original de Santiago Marrero (tecladista de El Cuarteto de Nos), compuesta mayormente de sonidos de naturaleza digital, lo que aporta un fuerte tono contemporáneo a la acción.
Otro punto alto de la puesta en escena es el rol central que Lima le confiere al coro, cuyos desplazamientos permanentes y su despliegue vocal (rubro a cargo de Silvia Uturbey), en especial al repetir como mantras algunas líneas clave para la trama convertidas en desgarradoras letanías, generan una sensación de envolvente y cautivante extrañeza. El coro no atropella ni aturde: es un cardumen que ocupa todo el escenario cuando la narración se expande o se concentra en un metro cuadrado cuando el texto lo pide.
Como contrapeso a todas estas virtudes, la dimensión interpretativa del espectáculo resulta algo más despareja, con una exacerbada tendencia a plasmar extensos diálogos demasiado gritados. Como es lógico en una tragedia con la alta tensión que requiere Edipo rey, hay momentos que necesariamente piden ese desborde en el decir y en la acción. Pero del mismo modo, hay unos cuantos pasajes que bien podrían ser resueltos uno o dos cambios más abajo. También resulta evidente que el personaje de Yocasta —que incluso ameritó una recordada obra de Mariana Percovich, con esta historia narrada desde la óptica materna— en esta versión pierde abundante terreno y eso se aprecia en una Roxana Blanco que resulta algo frenada, limitada para sus (grandes) posibilidades.
De todos modos, Edipo rey, en cartel de jueves a domingos, es un espectáculo de referencia en esta temporada que comenzó muy floja y que de a poco empieza a mostrar sus garras.
