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Rigurosos y concisos, los militares son proclives a medir desempeño con números. Con marcialidad lo han hecho mes a mes para mostrar sus resultados a lo largo de un año de patrullaje en las fronteras del país: han sido 5.200 puestos de control de ruta, un promedio de 800 efectivos disponibles por día, más de 4.350.000 horas de servicio, 16.268 patrullas y 306.113 km2 de área total recorrida. Las cifras son destacadas por el gobierno como razón para la baja general de delitos y comentadas con orgullo dentro de las Fuerzas Armadas, cuestionadas en su momento por su capacidad para ejercer esta tarea que roza lo policial. Sin embargo, el trabajo en frontera, sumado al que genera la pandemia, empieza a dejar consecuencias en el plano militar.
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“El cometido asignado, entre varios, de contribuir a crear las condiciones de seguridad en esa zona especial para la soberanía nacional seguramente se hará más dificultoso en los próximos meses de invierno. Si bien se aprobó un incentivo económico, el desgaste del personal y del equipamiento, en conjunto con el apoyo a otras múltiples tareas derivadas de las consecuencias de la pandemia en la población, nos obligará a extremar nuestras energías y recursos”, advirtió Gerardo Fregossi, comandante en jefe del Ejército, en el último número de la revista oficial de la fuerza.
Denominado Operación Frontera Segura por el Ministerio de Defensa, el patrullaje en áreas limítrofes comenzó a funcionar en marzo de 2020 en cumplimiento con la Ley Nº 19.677 —aprobada por el gobierno de Tabaré Vázquez y reglamentada por la coalición multicolor—, que habilita a militares a patrullar en el perímetro de 20 kilómetros de la franja fronteriza exceptuando los centros poblados. Identificar personas y controlar y registrar vehículos son parte de las funciones enfocadas en el combate al narcotráfico, habitualmente realizadas por el personal más bajo del Ejército, abocado al menos siete días al mes a ese trabajo. Como incentivo, la Ley de Presupuesto asignó una partida anual para el pago de una compensación diaria de $ 450 al personal que se desempeña en frontera.
Pese a este incentivo, las ya de por sí duras condiciones del control fronterizo militar coincidieron con las responsabilidades derivadas al Ejército por el Covid-19, que incluyeron la apertura de unidades para duchas de agua caliente y platos de comida a la población, la distribución de canastas alimenticias, las fumigaciones en espacios públicos, los puestos de control sanitario para evitar la propagación del virus entre departamentos, la distribución de vacunas y el armado de carpas de sala de espera y para posvacunación en distintos puntos del país. Tareas que, según Fregossi, el Ejército deberá mantener “a pesar de las dificultades propias”, porque es necesario apoyar “de las más variadas maneras a otros organismos estatales” desplegándose “en la primera línea de batalla contra un enemigo que cada vez ocasiona más daños”.
Reinventarse
Poder mantener los mismos resultados que hasta ahora en el trabajo fronterizo no es la única preocupación que tiene el Ejército. El Covid-19 ha debilitado a la enseñanza militar tanto como al sistema educativo nacional, con el perjuicio agregado de que en el Ejército el componente práctico es fundamental y desde hace meses es casi nulo.
“Hoy el entrenamiento básico e incluso especializado es realmente muy poco. Se hace difícil poder sostenerlo. Manejar un mecanizado, disparar una ametralladora… Hay muchas cosas que son necesarias para un militar y que son elementales entrenar o capacitarse, pero que obviamente no se pueden hacer a distancia, no se pueden hacer por Zoom”, afirmó a Búsqueda Wilfredo Paiva, jefe del Departamento de Comunicación Institucional del Ejército. El tema es particularmente urgente ante los relevos de los soldados uruguayos en las misiones operativas de paz de las Naciones Unidas, ya que está atrasado el entrenamiento de los contingentes que reemplazarán a las tropas del Congo, Sinaí y Siria.
Paiva señaló que la situación obligará a la fuerza “a reinventarse” una vez superada la peor parte de la pandemia para actualizar la formación de todos los efectivos y estudiantes que han quedado rezagados. Fregossi sostuvo que el Ejército tendrá que hacer “ingentes esfuerzos en todos los niveles” para reducir las brechas producidas dentro de la fuerza.
La situación del Ejército también la sufre la Armada. “El Covid-19 complicó mucho. Es prácticamente imposible el adiestramiento porque para hacerlo hay que estar a bordo de los buques y el adiestramiento a bordo diría que es casi inexistente”, dijo a Búsqueda Pablo González, jefe de Relaciones Públicas de la Armada.
Para González el entrenamiento atrasado no se va poder recuperar. “Cuando se retome cierta normalidad sanitaria se empezarán con los nuevos adiestramientos y con lo que ha quedado pendiente, pero será como empezar todo de cero porque lo que se perdió, se perdió. Es la primera vez que nos sucede algo así y nos hemos advertido los integrantes de la Armada que ya tenemos preparación que deberemos ser conscientes y precavidos de no descansarnos en aquellos que no han recibido la misma capacitación”.
González mencionó como ejemplo que hay alumnos en segundo año de la Escuela Naval que tal vez pasen a tercer grado con la gran mayoría de sus cursos a distancia. “Veremos cuánto los ha afectado todo esto cuando se reciban. Cuando se reciban de marineros sabremos con exactitud qué fue lo que no obtuvieron y qué será necesario reforzar”.
Lo menos debilitado dentro de la Armada fue la aviación naval, que siguió sus cronogramas de prácticas con cierta normalidad, pues las aeronaves tienen uno o dos tripulantes. En la misma línea se encuentra la Fuerza Aérea por su capacidad de ajustar el entrenamiento a los protocolos sanitarios.