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    El IRPF “pesa mucho” sobre la clase media y es bajo su efecto redistributivo, pero tenerlo es “políticamente correcto”

    En el mundo de hoy se ve como a alguien “raro” al que no usa teléfono celular. Algo similar pasa con los países sin impuesto a las rentas de las personas físicas —el IRPF—, sostiene el especialista en temas tributarios Juan Antonio Pérez Pérez, asesor de la consultora KPMG.

    El IRPF con tasas distintas para las rentas del trabajo y del capital fue una de las innovaciones que trajo la reforma tributaria que puso en vigor el primer gobierno del Frente Amplio hace casi una década, alegando el propósito de darles mayor equidad a los impuestos. Que pague más el que tiene más, proclamaba Tabaré Vázquez.

    Pérez Pérez piensa que en torno al IRPF “hay un factor político importante en tenerlo, para afuera y para adentro también”. Para el exterior, no tenerlo es exponer al país a que lo miren “torcido, como un paraíso fiscal”. En lo interno, pese a las intenciones que llevaron a restablecerlo, lo que muestran los estudios es que tuvo un efecto redistributivo relativamente modesto. Según el especialista —director de la maestría en tributación de la Universidad de Montevideo—, las transferencias desde el Estado a los sectores de menores ingresos y la mejora del poder adquisitivo salarial tuvieron mayor peso, en ese sentido, que el IRPF.

    A continuación una síntesis de la entrevista que mantuvo con Búsqueda para evaluar esa reforma y los cambios más recientes en la tributación.

    —Comparada con reformas tributarias anteriores, ¿qué tan relevante fue la de 2007?

    —La anterior que se le puede llamar reforma fue la de 1974, que hizo Vegh Villegas con una visión más liberal. El hito fue la eliminación del IRPF junto con una serie de impuestos que se habían agregado por necesidades recaudatorias.

    Quizás esta última fue más integral.

    —¿Se cumplió con el triple propósito que mencionaban las autoridades del Frente Amplio de simplificar el sistema tributario, hacerlo más progresivo y estimular la inversión productiva?

    —La eliminación de impuestos pequeños es lo que sucede recurrentemente con este tipo de reformas. Quedan algunos tributos sin razón de ser —más que necesidades recaudatorias—, como el Impuesto al Patrimonio, porque hay una suerte de duplicación: pago sobre bienes que gané con ingresos que pagan renta. Lo mismo el impuesto de 1,5% a las empresas y de 2,8% para las entidades financieras, que es muy alto y grava más que su patrimonio neto. Habría que eliminarlo.

    Por otro lado, simplificar en la interna de los impuestos ya es más difícil, porque cuando uno quiere ser justo y equitativo tiene que establecer cierta fineza que conspira contra la simplicidad. Eso se ve con el IRPF. La gente dice: “no es un impuesto a la renta, es sobre los ingresos”. Es cierto, pero son 200.000 contribuyentes que hay que controlar.

    En este sentido, se ha tendido a una mayor complejidad de los impuestos. Mire la normativa sobre los dividendos fictos, ¡es complejísima!

    El estímulo a la inversión ya existía con la ley de promoción y se perfeccionó. Creció la inversión, pero siempre está la discusión de si igualmente se hubiera hecho sin la exoneración. Otro punto de vista es si no se están promoviendo proyectos ineficientes, porque si lo que lleva a ejecutarlo es el beneficio quiere decir que no es tan rentable.

    —¿Qué dice sobre los efectos de la reforma en la equidad de ingresos? El IRPF, que era la punta de lanza, ¿fue redistributivo?

    —El impuesto a la renta, si bien redistribuye, no es algo significativo, como señalan algunos estudios. Esto pasa en Uruguay y en otros países latinoamericanos; capaz que no en los europeos o en Estados Unidos, donde las escalas son más gravosas. En nuestros países, como factor redistributivo pesan mucho más las transferencias y las asistencias a los sectores de menores ingresos. Es otro tema si hay que enseñar a pescar o dar el pescado.

    Otro factor de redistribución del ingreso ha sido el aumento de la masa salarial.

    —Entonces, ¿haber reinstalado el IRPF fue solo un gesto político de izquierda?

    —El IRPF tiene varias connotaciones, y algunas son más políticas.

    Prácticamente en todo el mundo se maneja un menú de cuatro o cinco impuestos: a la renta empresarial, el IVA, los específicos, a las personas físicas y las contribuciones a la seguridad social. No tener el IRPF no es políticamente correcto.

    Además, hoy día, con toda las amenaza que viene de afuera en el sentido de la transparencia, a un país que sin impuesto a la renta personal se lo mira torcido, como un paraíso fiscal. Es como una persona que no tiene celular; es el raro. Hay un factor político importante en tenerlo, para afuera y para adentro también.

    Si se mira el indicador de Gini o la curva de Lorenz, en Uruguay y en Latinoamérica el efecto redistributivo del impuesto a la renta es un punto o a lo mejor menos en esa redistribución.

    —¿Cuánto tiene que ver eso con el nivel de tasas del tributo o de las deducciones?

    —No creo que eso sea decisivo. El IRPF superó con creces las expectativas de recaudación cuando se creó: a pesos de hoy, se estimó que iba a recaudar $ 17.700 millones y en 2015 recaudó $ 40.600 millones. Se multiplicó por más de dos. Uno dice: “bueno, también se multiplicó todo”. Pero si vemos el Impuesto a la Renta de las Actividades Económicas (IRAE), aumentó mucho menos. Realmente el IRPF explotó, justamente por el crecimiento de la masa salarial.

    —Algunos sectores del Frente Amplio son partidarios de gravar más las rentas del capital. ¿Eso tendría efectos redistributivos significativos?

    —De esa recaudación de $ 40.600 millones la renta de capital no debe pasar de 15%. Si la tasa en vez de ser de 12% fuera el doble, aportaría el 20% o 25%. Y no hay que perder de vista que, como se dice, los capitales son cobardes.

    Desde mi punto de vista, con el IRPF el asunto es entre quiénes redistribuye. No lo hace desde los niveles de ingresos altos a los bajos; sí entre los deciles siete, ocho, nueve y diez. Mi gran duda es si realmente llega, y con peso, al nivel más alto de ingreso, donde hay una gran desigualdad. En ese décimo decil hay empresarios, del campo o de la ciudad, que no pagan IRPF, aunque sí otros impuestos.

    El IRPF es un impuesto que pesa mucho en la clase media, que es muy castigada. Si uno suma todos los impuestos, una familia de clase media con dos hijos, con ingresos interesantes, la carga puede andar en 30, 35%. Esa es mi gran duda: ¿estamos llegando a los más ricos o nos quedamos con clase media?

    —La reforma bajó las alícuotas del IVA. ¿Qué análisis hace sobre esa medida?

    —Esta fue otra línea redistributiva que tocó el techo rápidamente.

    Se bajó del 23% al 22% y la tasa mínima de 14% al 10%. Fue una posición bastante ingenua al pensar que eso iba a llegar al consumidor; no llegó a la gente. Fue una buena lección, porque con rebajas posteriores se hizo a través del mecanismo de las tarjetas. Eso tiene la limitación de que es enorme la cantidad de gente, sobre todo de los estratos más bajos, que rechaza la tarjeta por razones irracionales y se pierde ese beneficio.

    —Las autoridades afirmaban, y todavía repiten, que es preferible bajar el peso de los impuestos indirectos. ¿Qué dice al respecto?

    —Si bien es cierto que el peso de los impuestos indirectos puede ser alto, una baja dramática no la veo viable. Porque el IVA sigue siendo el gran motor, la vaca lechera, y recauda casi la mitad del total. Es un salto al vacío: ¿con qué lo sustituimos? ¿con más IRPF? No parece haber tanto espacio.

    Además, los países desarrollados están en la onda contraria y más bien están aumentando los impuestos indirectos.

    —A nadie le gusta pagar impuestos, sobre todo si siente que no hay una adecuada contraprestación en cómo gasta los recursos el Estado. ¿Ve cambios en este aspecto?

    —No veo un mejor retorno del gasto. Como dijimos, la clase media es uno de los grandes contribuyentes, y además tiene que pagar seguridad privada, colegio privado, salud privada si puede. Es un gran debe y la gente lo percibe.