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Las fotografías la muestran con su flequillo desparejo, tijereteado al descuido, como si se hubiera divertido con su cabello un niño travieso. Era corpulenta, tenía nombre de varón y le gustaba vestirse como un varón. Sin embargo, esa apariencia recia desentonaba con lo aniñado de su rostro. Cuando adolescente, Carson McCullers sufrió por su altura, pero después la esperaban otros dolores, porque el cuerpo le dolió toda su vida. Una fiebre reumática mal diagnosticada en la adolescencia la aisló y la fue paralizando y consumiendo de a poco. La enfermedad le impidió ser pianista, su primera pasión, sin embargo, la transformó en una voraz lectora y en una de las grandes escritoras norteamericanas del siglo XX.
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Sus narraciones respiran el ambiente sureño donde nació, y tratan sobre la soledad de los seres diferentes, el racismo, el alcoholismo y la ambigüedad sexual. Ella misma se consideraba una “rara”, una excéntrica que se expresaba a través del arte. Había nacido en Columbus, Georgia, el 19 de febrero de 1917, con el nombre de Lula Carson Smith. El apellido McCullers lo adquirió de su marido, Reeves McCullers, un joven que quería ser escritor.
La pareja tuvo una relación difícil, contaminada por un mundo sórdido donde se mezclaban angustias internas y dolores externos. Convivieron en Nueva York y París, se separaron al poco tiempo de casarse y años después se volvieron a casar. Pero él no pudo soportar las heridas que le provocó la II Guerra Mundial ni la superioridad literaria de su esposa, y se suicidó en 1955 en un hotel parisino.
En ese momento, McCullers ya era una escritora consagrada que mitigaba su enfermedad con la literatura. Había publicado su primera novela con gran éxito a los 23 años: El corazón es un cazador solitario, sobre un hombre sordo que se relaciona con otros personajes marginados en la Georgia de los años 30. Después vinieron Reflejos en un ojo dorado (1941) y Frankie y la boda (1946). Todas tuvieron sus versiones cinematográficas.
En 1951 apareció La balada del café triste, una novela corta que se publicó con seis de sus relatos breves. Este año, en el centenario de su nacimiento, y a 50 años de su muerte, ocurrida el 29 de setiembre de 1967, Lectores de Banda Oriental reeditó esta nouvelle junto con los cuentos Un muchacho atormentado, El aliento del cielo y Un árbol. Una roca. Una nube.
La balada del café triste es igual que su autora: áspera y suave, cruel y tierna. Y rara, siempre rara, porque la extrañeza es su materia prima. Se inscribe en el llamado “gótico sureño”, un estilo que cultivaron, entre otros, Tennessee Williams, Corman McCarthy o Flannery O’ Connor, otra gran escritora de lo freak, quien escribió lo siguiente sobre este género: “En estas obras grotescas observamos que el autor insufla vida a experiencias que no estamos acostumbrados a ver cada día, o que el hombre corriente puede no experimentar nunca en su vida cotidiana. Encontramos que las conexiones que uno esperaría del realismo normal han sido ignoradas (…). Sin embargo, los personajes tienen una coherencia interna, aunque no siempre una coherencia respecto a su contexto social. Este tipo de ficción lleva lejos de patrones sociales típicos, hacia lo misterioso y lo inesperado”.
En La balada del café triste hay que detenerse en Forks Falls, un pueblito rural por donde no pasa el tren y básicamente no pasa nadie. “No hay allí gran cosa, salvo la fábrica de algodón, las casas de dos habitaciones donde viven los obreros, unos pocos durazneros, una iglesia con ventanales de vidrios de colores y una miserable calle principal que no tiene más de cien metros”. En este pueblo plano y desolado, donde la única diversión es escuchar el canto de la cuadrilla de presidiarios en la carretera, se eleva un edificio tapiado y a punto de caerse que en otra época fue un café. El café de miss Amelia.
A partir de este edificio, la historia va a hacia el pasado donde aparece la inmensa figura de Amelia: “Era una mujer alta y morena, con huesos y músculos que parecían los de un hombre (…). Podría haber resultado bonita si, aún entonces, no hubiese sido ligeramente bizca”. Esta mujer rica tenía el poder económico de la región. Dueña del único almacén del pueblo, era temible con quienes le debían dinero, y sentía pasión por pleitos y tribunales.
A pesar de su alma fría, miss Amelia una vez se casó con un hombre atractivo: Marvin Macy. Ella no lo amaba y es un misterio por qué se casó. Él sí estaba enamorado de ella, y el amor lo había reformado, porque era un malviviente que había robado y humillado a los más débiles. Pero el matrimonio solo duró 10 días.
En otra ocasión, Amelia sí se enamoró. Fue de un forastero que llegó al pueblo caminando con dificultad porque era jorobado. “No medía más de cuatro pies de altura y llevaba un saco andrajoso y polvoriento que apenas le llegaba a las rodillas”. El forastero, llamado Lymon Willis, se quedó a vivir con Amelia, y gracias a su amor nació un café donde antes había solo un almacén. Ese café, que más bien era un bar, fue el centro de reunión del pueblo y su única diversión: la etapa más feliz de Forks Falls.
Por qué el café se vino abajo es lo que hay que descubrir al leer esta historia. Lo que se puede decir es que algo tuvo que ver la relación entre el triunvirato de frikis: Amelia, Lymon y Marvin.
Pero más allá de la anécdota, el fuerte de la historia está en la mirada cruel y risueña de McCullers hacia sus personajes. Algo de morbo despliega la sureña cuando se detiene en el jorobado, que se posa como un ave maléfica en las escaleras y cuyas manos “parecían las patitas sucias de un gorrión”. O cuando se detiene en la “melancólica mirada de los enamorados”, de la mujer bizca cuando mira a su amado. Hay intervenciones de la narradora que parecen convocar a la audiencia para que “vean” el grotesco: “Mírenla cómo vadea el agua con el jorobado instalado sobre sus hombros, agarrado de sus orejas o sujeto a su amplia frente”.
La novela tiene, además, reflexiones que escapan a la trama y en las que McCullers expone sus ideas, por ejemplo, sobre la fraternidad que se crea en un café o sobre el amor, esta última una de las más famosas. “Ante todo, el amor es una experiencia compartida entre dos personas, pero eso no significa que esa experiencia sea la misma para los dos involucrados. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. A veces el amado es solo un estímulo para todo el amor que se ha ido acumulando durante largo tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro, todo amante lo sabe (…) y es ese conocimiento lo que lo hace sufrir”.
Carson McCullers fue amante y fue amada como miss Amelia, sufrió la deformidad como Lymon y la soledad de todos sus personajes. Murió de una forma cruel, paralizada por la enfermedad. Y los últimos años de su vida padeció un dolor insoportable al escribir, que fue su mayor tortura.
En La balada del café triste, llevada al cine por Simon Callow en 1991, la gran friki sureña evoca sentimientos, miedos, emociones. Es lo que hacen los novelistas excepcionales.