El aumento de propuestas educativas y laborales disminuyó los niveles de agresividad y de medicación en la Cárcel de Mujeres

escribe Florencia Pujadas 
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—“La comida, mujeres”, dice la funcionaria.

Sobre el mediodía, el anuncio sacude los ánimos en la habitación 5. Las cuatro mujeres, que miran atentas la película La era del hielo, están en su hora de descanso y esperan el almuerzo. Como todos los días, la mesa está tendida y las sillas de plástico dispuestas alrededor. A pasos de la mesa están sus camas y pertenencias; en las mesas de luz hay libros, cuadernos, dibujos, cartas y rosarios. “Jesús te ama”, dice un cartel. Sus vidas están resumidas en estos detalles. La habitación, que recibe luz solar a través de las rejas y de la ropa colgada en la ventana, es su cuarto, su comedor, su “todo”. Ellas son reclusas y están cumpliendo penas por distintos delitos en la Unidad 5 de la Cárcel de Mujeres.

Los últimos meses, atravesados por la pandemia de Covid-19, han sido difíciles, aseguran. Es que se restringieron las visitas a una persona adulta por reclusa. Las visitas de los menores de edad se habilitarán nuevamente a partir de octubre.

Todas están deseando ver a sus hijos y saber cómo sigue la vida afuera. “Ya le quiero contar a mi hija lo bien que me está yendo con la huerta”, dice una joven. En el último semestre 225 reclusas se sumaron a las propuestas de trabajo generadas para “estimularlas” y “limitar” su tiempo de ocio. “El encierro es lo más duro. Imaginate estar todo el día sin salir; de noche es más difícil descansar y los niveles de agresividad son más altos”, dice el director de la Unidad 5, Willington Sierra.

Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

Menos ocio

Situado en el exhospital psiquiátrico Musto, el edificio del barrio Colón es la residencia de 431 reclusas, casi el 70% de la población carcelaria femenina del país. En los últimos seis meses, la cifra aumentó alrededor de 20% y la mayoría ingresó por venta o suministro de estupefacientes, hurtos y rapiñas. “La gran parte lo hace por necesidad”, dice Sierra a Búsqueda.

En la Unidad 5 hay 225 presas que trabajan y 209 que estudian en clases de primaria (27), ciclo básico (105), bachillerato (49), educación informal (9) y universitaria (10), entre otros. “Es una forma de motivarlas”, cuenta el director, pero enseguida agrega que “no es suficiente”. Por eso, en los últimos meses se incorporaron más jornadas laborales, talleres y actividades para “promover” su reinserción en la sociedad. “Sabemos que es difícil y se da de a pasos. No me gusta usar el concepto de rehabilitación, porque capaz no es apropiado”, dice.

Con la colaboración de funcionarios, el incentivo del programa socioeducativo Nada Crece a la Sombra —que trabaja allí desde hace un año— y convenios con el Ministerio de Desarrollo Social, se profundizó un plan de trabajo orientado a ocupar a las reclusas en actividades. “Mirá cómo están ahora: ellas trabajan, confeccionan, fabrican, ayudan”, dice el coordinador de las actividades, Andrés Berocay.

“En los últimos tiempos se han involucrado más actores de afuera y se ha seguido con un proceso para mejorar las condiciones”, dijo a Búsqueda Denisse Legrand, integrante de Nada Crece a la Sombra. Sin embargo, “todavía falta para mejorar las condiciones laborales tanto para mujeres como para varones privados de libertad”, añadió, por ejemplo, que se pague una remuneración por el trabajo.

Dentro de la grilla de actividades, se encuentra el cuidado de la huerta, el invernadero y la construcción. Se fabrican juguetes para niños que viven en centros del Instituto del Niño y el Adolescente, regalos para las visitas (aunque ahora sean menos) y fechas especiales, como el Día de la Madre.

En estos días, la mayor parte de los trabajos de construcción están destinados a mejorar las “carencias” del edificio y fabricar camas para cubrir la demanda de la sobrepoblación en cárceles de hombres. También se construyen las cuchetas para las que llegan a la Unidad 5. “Casi todos los días tenemos que fabricar camas para que nadie duerma en el suelo”, dice una reclusa.

Bajo la supervisión del personal, las mujeres habilitadas para trabajar muestran “disposición” para casi todas las actividades, concuerdan los funcionarios. “Es que es una forma de caer rendida. Yo no pienso: vengo, estoy en contacto con el aire y los días pasan más rápido. El sábado lo duermo entero y después espero, para ver qué hacer”, dice una joven mientras camina de la carpintería al invernadero. Allí hay de todo. Distintos tipos de lechuga, ciboulette, repollo. “Si prestás atención, vas a ver cómo crece la frutilla”, señala con orgullo otra presa, que está encerrada por tráfico de estupefacientes. “La llevo mejor de lo que pensaba, pero solo quiero salir y tener otra oportunidad”, agrega.

A unos metros de la huerta está el gallinero, donde cuidan decenas de gallinas, algunos conejos y corderos. “A estos animales los tenemos más que nada para que los acaricien. Tratamos de tiernizar los procesos y los tratamientos”, asegura Sierra. “Vení, vení. Tocalo”, invita una reclusa, oriunda de Treinta y Tres, que se suma a la conversación. “Es más bueno”, dice, y agrega frente al director: “El trabajo te ayuda a tener la cabeza ocupada. Dormís y no te enterás de mucho, si no, te volvés loca”. Un argumento similar repiten las reclusas encargadas de la ropa de trabajo. Ellas hicieron 27.000 tapabocas para el Banco de Previsión Social y repararon uniformes para funcionarios del Instituto Nacional de Rehabilitación.

El próximo desafío, cuenta el director, será la inauguración de un centro estético donde se dictarán cursos de corte, depilación y masaje. La construcción se realizó con donaciones de la empresaria Lourdes Rapalin y los talleres tendrán la certificación de Bethel Spa. La inauguración será el viernes al mediodía. Habrá clases de cosmética y tinta de cabello, además de una sala de recepción y dos lavabos para practicar. “El objetivo es que las internas aprendan el oficio, se atiendan entre ellas, en un futuro a los vecinos y luego, si es posible, puedan hacerlo fuera de la cárcel”, explica Sierra.

El centro estético ya está casi listo. Las conexiones eléctricas están, los lavabos fueron ubicados y resta colocar los espejos sobre las paredes. Hay olor a recién pintado. “Esperemos poder estar arregladas”, bromean dos reclusas que ultiman los detalles bajo la supervisión de un constructor.

Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

La división

La Unidad 5 se divide por sectores; está el ala Este y el ala Oeste. Las reclusas están separadas según su perfil —si son primarias, reincidentes—, el tipo de delito y las medidas de seguridad que necesiten. Si se hiciera un plano del edificio, que tiene forma de H, se podría dividir entre las que caminan por los pasillos, tienen habilitado el trabajo y el estudio y cuentan con “más confianza” del personal, dice Sierra, y quienes necesitan mayores medidas de seguridad. Los datos del Ministerio del Interior indican que hay unas 30 reclusas de máxima seguridad, que están más aisladas, en el último piso. Estas celdas se parecen poco a las habitaciones de las reclusas que viven en los otros sectores, aseguraron fuentes judiciales. Búsqueda no pudo acceder a visitarlas en su recorrida por las instalaciones.

La división en la estructura también se repite en las tareas. No todos los días trabajan y estudian las mismas, ni en los mismos horarios. Hay mujeres que tienen jornadas de ocho horas, otras de cuatro y hay rotación. “El cambio depende de distintos factores. Hay internas que no pueden estar juntas y se las divide”, indica el director. El objetivo es “evitar” los conflictos y “bajar” las rispideces. “Lo que intentamos es darles herramientas para que puedan regresar a contextos donde a veces son vulnerables y en las mejores condiciones. Es complicado, pero en estos meses ha bajado la agresividad, la medicación, los conflictos nocturnos”, asegura.

“No sabés lo bien que está respondiendo”, escucha un juez penal por teléfono. Aunque todavía no visitó la cárcel, está siguiendo por teléfono y videollamada el caso de una reclusa que pasó de estar en máxima seguridad a tener salidas transitorias y trabajar en la huerta. La mujer está en prisión por asesinar a la madre de otra reclusa; antes había cumplido sentencia por matar a su marido. “Ahora está en su mundo, pero está agradecida y mejoró su conducta. Está dando resultados”, dice Sierra.

Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

“Descargar energía”

Además de usar el trabajo como estrategia de reinserción, el director de la Unidad 5 asegura que el plan ha mostrado “frutos” para controlar la vida nocturna. Según las autoridades penitenciarias, las noches son más “complicadas” por la falta de personal —que es mayor en el día— y el tiempo de ocio. “Se escuchaban insultos, no dormían. Si están todo el día metidas, no tenían cómo descargar energía”, indica Sierra y concuerdan otros funcionarios de la cárcel. Todavía no hay datos oficiales, pero en las visitas periódicas no se ven “tantos” cortes carcelarios y en las noches “es más común encontrarlas durmiendo o mirando el televisor”, agrega.

Consultados por Búsqueda, trabajadores de la cárcel, de las ONG y del sistema de Justicia coinciden en que limitar el ocio es una herramienta “importante” para bajar los niveles de agresividad, frustración y los problemas para dormir. Que se sientan tenidas en cuenta. Que sientan que todavía tienen una oportunidad.

Este viernes de setiembre es un día activo en la Unidad 5. Antes del almuerzo, en los pasillos del sector Este se cruzan mujeres con ropa de trabajo con quienes están en clase o escuchan a un pastor mientras lee la Biblia. El ir y venir de las mujeres es controlado por una funcionaria que está atenta a los movimientos internos y es la encargada de anunciar que está la comida. Aún no saben qué almorzarán, pero el menú varía entre pascualina, tartas o clásicos platos de olla. La noche anterior comieron pizza y esta mañana bizcochos. No quedó ni una miga.

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Información Nacional
2020-09-23T21:21:00