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Debe ser un tipo difícil. Dejemos de lado la corrección política: seguramente un histérico. Tal vez porque Xavier Dolan alcanzó la fama siendo muy joven, a los 19 años, cuando presentó en Cannes Yo maté a mi madre (2009), escrita, dirigida e interpretada por él, sobre sus conflictivas relaciones con una madre a la que amaba y odiaba con igual intensidad. No debe ser fácil dar órdenes a actores y técnicos que te doblan —o más— en edad. No debe ser fácil para quien da las órdenes y tampoco para quien las recibe. Hay que tener en cuenta que con ocho años ya había hecho una serie de avisos publicitarios de farmacias y le había mandado al mismísimo Leonardo DiCaprio una carta reconociéndole su admiración y pidiendo para trabajar a su lado. Repito: ocho años.
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Matthias & Maxime (2019, estrenada en Mubi), la última realización de Dolan, es una sólida historia de amor que vuelve a la zona donde mejor se siente este director, guionista, montajista y actor canadiense: los afectos no correspondidos. Se mueve con libertad y sinceridad de acuerdo con lo que le dictan sus entrañas. Dolan es inmediatamente auténtico y fiel a sí mismo. El elenco de jóvenes actores con los que cuenta también parece identificarse con la problemática que plantea el cineasta. Estamos ante una película mucho mejor que la decepcionante Solo el fin del mundo (2016), que desperdiciaba un tremendo elenco integrado por Gaspard Ulliel, Marion Cotillard, Léa Seydoux y Vincent Cassell, y donde Dolan no parecía sentirse cómodo con un guion ajeno, basado en una obra teatral de Jean-Luc Lagarce.
Matthias y Maxime son amigos y frecuentan el mismo círculo de amistades. Maxime (el propio Dolan) tiene una madre loca, un factor recurrente en su filmografía, un eje dramático en el cual parece girar todo su cine. La relación es asfixiante, se basa en gritos y desencuentros. El hijo puede estar cocinando los fideos preferidos de la madre, pero ella —con un salto de cama de la mañana a la noche— solo piensa en fumar. Maxime viaja en autobús, no tiene trabajo estable ni claro su futuro. Matthias (Gabriel D’Almeida), en cambio, tiene una madre mucho más comprensiva. Goza de un buen trabajo y vive con su novia. Los padres brillan por su ausencia. La única figura masculina de la historia es el jefe de Matthias, un viejo que desde su oficina en las alturas de Montreal habla de estrategias para atraer clientes, el típico discurso anodino de cualquier empresario ante sus empleados.
Por allí hay una amiga que pretende rodar un corto pretencioso y pedorro en el que debe ocurrir un beso entre dos hombres, y quiere que sea entre Maxime y Matthias. Ese beso —que no vemos, pero abre la película— será el disparador de todo lo que venga después.
Los ambientes elegidos no tienen ningún distintivo ni particularidad. Es más: esquivan cualquier elemento de belleza escenográfica, de vestuario o fotográfico. Aquí no está el viejo Montreal ni se pretende resaltar ningún lugar ni calle. Tampoco se trata de retratar algún rasgo de la sociedad canadiense ni de la gente que vive en Montreal. Eso a Dolan no le interesa. El director pretende hacer un corte transversal y universal de gente joven: muchachos que escuchan música, beben cerveza, fuman porros y hacen los mismos chistes que harían en cualquier lugar. El asunto pasa básicamente por el amor silenciado entre dos personas que parecen condenadas a seguir vidas distintas: Maxime viajará a Australia para trabajar de barman y Matthias seguirá con su novia y haciendo que escucha, enfundado en su soberbio traje y corbata y en compañía de otros empleados también impecablemente vestidos, el anodino discurso del viejo empresario. Y ese beso quedará en el fondo del saco de los deseos, como algo no resuelto, pero latente.
Está claro que Matthias & Maxime no llega a las alturas de sus mejores obras, como Laurence, de todas formas (2012), Mommy (2014, Premio del Jurado en Cannes) y Tom en la granja (2013). Con 31 años, Dolan parece despegar de su juventud y adentrarse en los neblinosos campos de la vida adulta. La transición es inevitable. El joven gritón da paso al adulto. Los sinsabores afectivos no tienen edad, pero te vuelven experiente, curtido. Al final de la película, Dolan, que es suscriptor de Mubi, donde descubrió ente otros autores al tailandés Apichatpong Weerasethakul, responde sintéticamente una serie de preguntas. Dice que su cine sigue siendo sobre el amor y el desamor y sobre los que encajan o no en la sociedad. Que si debe interpretar a un personaje en sus películas siempre será el del “chico tímido”. También se reconoce admirador de Paul Thomas Anderson (“viviría en sus mundos”) y de Claude Sautet. Y se despide con la misma inquietud de quien está pensando en su próxima película.