El buen padre, el buen gerente, el buen amigo que ayuda a sus amigos que están en la mala

entrevista de Javier Alfonso 
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El 20 de marzo de 2020 Marianella Morena leyó en la prensa la noticia del hallazgo de una mujer muy joven muerta en el arroyo Solís, identificada por los tatuajes. La vio y se sintió impactada del mismo modo en que la afecta cualquier noticia sobre jóvenes desaparecidas o muertas. Inicialmente no pensó en algo parecido a convertir esa noticia en una obra de teatro. Siguió en lo que estaba, que era mucho. Estaba obsesionada con escribir los episodios de Conductas en cuarentena, una serie de cortometrajes unipersonales dramáticos subidos a YouTube al inicio de la pandemia, a partir del mismo texto por ella escrito, y protagonizados por actrices como Noelia Campo y bailarinas como Rosina Gil. Pero con el paso de los días, aquella escena macabra se le instaló en su mente. Se le clavó, no se la podía quitar de encima. Pasaron las semanas, su agenda profesional se fue cayendo en picada por las cancelaciones, una tras otra, aquí y en el exterior, y el episodio se apoderó de la dramaturga. Con el tiempo fue quedando claro que había sido un suicidio, vinculado luego, por la investigación de la Fiscalía, a un alto nivel de estrés y presión que sufrió la muchacha por el mundo en el que se había metido. A los 16 años, con una amiga, habían empezado a relacionarse con hombres en la modalidad sugar baby / sugar daddy, en vínculos que incluían incluso el suministro de drogas. “Siendo tan joven no tenía ni la experiencia, ni la capacidad para soportar todo lo que estaba haciendo. Entonces, se suicidó”, dijo Morena, quien relató a Búsqueda su periplo creativo para escribir Muñecas de piel, la obra teatral que se iba a estrenar en abril, interpretada por Mané Pérez, Álvaro Armand Ugón y Sofía Lara, pero que la escalada exponencial de la pandemia obligó a postergar, como el resto de los espectáculos públicos. Ahora la fecha prevista para el estreno es el 27 de mayo (las entradas están en venta en Tickantel), aunque lógicamente, esto dependerá de que se levante la suspensión.

Así recuerda la autora y directora lo que sintió al leer aquella nota que disparó esta obra: “La noticia generó en mí una imagen: ella desnuda, caminando por la ciudad, completamente empapada, chorreando agua. Lleva el arroyo encima y por donde lo pasa lo moja todo, lo inunda, lo ensucia con el barro. Nadie puede quedar inmune o ileso frente a este hecho. Se me instaló de una manera muy poética; no tenía una narrativa clara sino que tenía un cúmulo de imágenes y acciones. Y así durante muchos días y muchas noches. Y ya sé que cuando eso pasa, me tengo que rendir, no tengo escapatoria. Mi psiquis me acorrala, me obliga y me condena a trabajar ese tema. Sentí que la obra me llevaba de los pelos, decidí sacarlo de mi cabeza y empecé escribir. En forma fragmentada, imágenes, escenas sueltas”. Mientras esperamos que vuelvan a poblarse los escenarios, es un buen momento para conocer las entrañas de esta triste historia, que está en pleno proceso judicial, con más de una treintena de formalizados esperando el juicio.

—¿Cómo encaraste la investigación?

—Me conecté con Antonio Ladra porque él había publicado información, había dado los nombres de algunos de los formalizados. No lo conocía y le escribí: “Mirá, tengo una nube arriba de mi cabeza que me gustaría pincharla, a ver qué sale. ¿Te interesa?”. Me dijo que sí enseguida, nos juntamos y él generó los contactos para las entrevistas que mantuve. Algunas las hice con él, otras sola y otras con Tamara Martínez, mi asistente de dirección, mi copiloto en todo esto.

—¿A quiénes entrevistaste y cómo encaraste las entrevistas? ¿Desde la búsqueda de información pura y dura o de emociones?

—A Darviña Viera, la fiscal, y a su equipo de fiscales. Varias veces. En la Unidad de Víctimas tuve reuniones con varias víctimas de todo el país. Hablé con víctimas, formalizados, abogados, agentes de Interpol. Yo no soy periodista, no tengo la técnica ni el formato periodístico. Lo hice buscando generar un encuentro, buscando conversar, para lograr confianza y acceder al ser humano. Y ver hasta dónde podía llegar. El contacto lo hacía Antonio y me lo derivaba. En algunos casos fue muy difícil y concretamos la charla. En otros, no. Alguna nos dejó plantados. Uno de los formalizados puso las condiciones de lugar y hora. Todas fueron muy diferentes en el tono. Yo dejaba que ellos instalaran el clima. No tenía un cuestionario en plan pregunta-respuesta.

—¿Cómo fue con la fiscal Viera?

—Me llevé una gran y grata sorpresa. Estaba bastante nerviosa y encontré una persona muy lisa, muy clara. Me dijo: “Lo que no puedo contestar no te lo voy a contestar”. Me deslumbró con su serenidad. En la vida está lleno de figuras públicas que ejercen un poder importante, construyen un personaje, en ocasiones con cierto grado de arrogancia. Tienen una información y trabajan para que eso les llegue a algunos y a otros no. Todo eso me da mucha pereza. Pero en ella no encontré nada de eso. Accedí a la persona. Mané Pérez, la actriz que va a interpretar el rol de la fiscal, también se reunió con ella y sintió lo mismo. También nos pasó con el fiscal de Corte, Jorge Díaz. Lo primero que nos dijo él fue: “Esto que está pasando es un cambio cultural”, en referencia a que es un cambio que se produce gracias a las acciones de muchas personas. Están las leyes, sí, pero si la gente no las incorpora, si la gente no denuncia estos casos porque piensa que si una gurisa de 17 años se pone una minifalda es la responsable, no lo vas a denunciar. Así ha sido siempre. Después mencionó el cambio que hubo desde la feminización de las fiscalías: empezaron a aparecer cada vez más mujeres fiscales y ellas fueron quienes comenzaron a preocuparse por ciertos temas que a los varones no les importaban tanto. Lo rescato porque creo que tiene que ver con la idea tan trillada de servidor público, que se la repite como un eslogan pero en la práctica te encontrás con mucha soberbia, tanto de izquierda como de derecha o del centro. El fenómeno de la arrogancia en la política es impresionante. Hombres y mujeres. Entonces frente a una mujer como Darviña, a los cinco minutos te sentís en un lugar de absoluta tranquilidad y comodidad. No manipuló su momento de poder. Veo claramente cuando al otro le gusta regodearse y hablarte en forma engañosa. Ella fue mucho más simple y directa: esto sí y esto no. Punto.

—¿Y cómo fue hablar con Interpol?

—Muy inesperado. Llegamos ahí gracias a que (el ministro) Larrañaga les pidió que me atendieran. Yo pensaba que nos recibiría el director solo y nos atendió la plana completa de Interpol en Uruguay. Uno tiene tantos prejuicios y ha mirado tantas series (ríe)... Los miraba y veía a la testosterona en pleno, a ver cuál era más machista, y, sin embargo, demostraron mucha empatía; fueron los que más recalcaron que la mayoría de las chicas eran casi niñas. Tomé esta frase para el texto: “Las ves en las redes y parecen mujeres adultas, todas producidas, que tienen control sobre lo que hacen y al hablar con ellas te das cuenta de que son niñas”.

—¿Y cómo fue enfrentarse a las víctimas y a los formalizados en la causa? ¿Contaron los pormenores?

—Eso fue un viaje. Tuve varias charlas con una de las principales víctimas y quedé muy impactada. Conmocionada. Y con los formalizados me pasó algo parecido, más allá de la diferencia entre el culpable y el inocente. Trataba de escuchar sin juicio, más allá de si él me mentía o me manipulaba o intentaba convencerme de su inocencia. Y Tamara era la que cuestionaba, la inquisidora. Yo quería que se abrieran y confiaran. Y llega el momento en el que se presenta esa gran contradicción que es la vida: terminás hablando con una persona que te muestra la normalidad en su existencia, que es un buen padre, que tiene una hija a cargo, y que tiene fragmentos donde se equivoca y comete errores.

—No es un psycho killer que sale a cazar a diario...

—Exacto. Lo mismo me pasó con la víctima. No es esa chica que ves en Instagram seduciendo, en un estado permanente de histeria o de deslumbramiento con su cuerpo. Hablás con una gurisa como si fuera tu sobrina, con una vida totalmente normal para su edad, que estudia, que va al cine, que se viste así nomás. Entonces, todo es mucho más complejo. Porque uno tiene la tendencia a creer que el estereotipo te salva, te da tranquilidad. Ah, bueno, ella es la puta, él es el malo. Ya está. Me voy a mi casa y pienso que a mis hijas no les va a pasar nada porque son buenas, estudian y usan pollera hasta la rodilla. ¿Entendés? Eso es lo más interesante, y lo más complejo: atrás del caso, las personas y sus comportamientos. Eso es lo que me mueve en todo esto como artista. Si pensás en los dramaturgos que han trabajado sobre la contradicción humana, desde Shakespeare a Lars Noren o Koltés cuando hizo Roberto Zucco, un ejemplo perfecto, no hay un elogio al asesino sino la posibilidad que te da la ficción para poner lupa sobre determinados estados emocionales.

—Después de las entrevistas, ¿qué hiciste con todo eso? ¿Te quedaste en el teatro documental o fuiste más allá?

—Voy más allá. Tenía mucho material, muchas grabaciones pero también muchos escritos. Las grabaciones a veces las transcribía, a veces no. Me pasaba horas escuchando audios, buscando algo que sobreviviera. Y a veces solo apelaba a mi memoria: si lo recordaba es porque eso era lo importante. No usé un solo método, rígido. Apelé a mi apreciación artística sobre los hechos reales. Lo fui escribiendo en forma desordenada. Tenía claro desde el principio que serían tres personajes: la fiscal (Mané Pérez), un formalizado (Álvaro Armand Ugón) que los unifica a todos, al que llamamos Jacky, y la víctima (Sofía Lara), a la que llamamos Jana (para evitar usar el nombre real), pero ya muerta. Ahí quise tratar lo real desde una postura poética, que me permitiera mucho más juego ficcional. Es como una especie de canción en la que ella entra y sale de la vida, habla del agua, de que estaba hundida. Tiene momentos oníricos sobre la vida y la muerte. Puede entrar en el realismo, pero muerta. Entonces, ¿la ven o no la ven? ¿Lo que ven es el recuerdo? Es pura licencia poética.

—Ese tipo de transiciones en escena entre personajes vivos y muertos los venís trabajando en tus obras sobre mujeres malogradas como Delmira Agustini y Carlota Ferreira...

—Sí, me gusta eso de entrar y salir del cuerpo entre el personaje y la actriz. Acá hay un pasaje de la muerte a la vida, pero a una vida fragmentada. La obra tiene permiso para alterar pasado y presente. La víctima es interpretada por Sofía Lara, una actriz muy joven, de 21 años, egresada de El Galpón, muy flaquita, que parece de 14. Quería que fuera buena actriz pero también me interesaba mucho su imagen. Que la veas y digas: “Fah, es una niña”. Es muy dúctil corporalmente, se adaptó muy bien a esta idea de estoy muerta / estoy viva. Me interesaba mucho su condición física. La ves en escena y te da un escalofrío. Su despliegue corporal es muy intenso, muy físico. No es danza pero buena parte de la composición no es oral sino corporal. Y en relación con Álvaro se nota mucho el contraste entre ellos, en edad y en tamaño físico.

—Esa tendencia a la escritura en clave poética está muy arraigada en tu dramaturgia...

—Este trabajo me permitió comprobar, una vez más, que cuando vos conectás no sé con qué, cuando tenés una intención poética fuerte, el teatro abre un camino, el escenario habilita otras dimensiones. En este “documental ensanchado”, a partir de un caso real ingreso pólvoras de ficción, pequeñas cápsulas que estallan adentro de la historia. Es un documental dinamitado por la ficción. La ficción es una herramienta para ampliar el relato cuando me faltan datos de lo real.

—Ya desde el vamos, al ser una dramaturga, seguramente las entrevistas fueron muy distintas a las de una documentalista...

—Sí, claro. Pero le agrego elementos de las vidas de cada uno. Incluso en una entrevista documental siempre hay algo que vos no contás o que cuando lo contás lo estás dirigiendo hacia un lugar. Todo relato, por más mínimo, está condicionado y editado. Sin intención, incluso, porque no todo el mundo sabe elaborar lo que vive o lo que siente. Entonces ahí la ficción trae toda su generosidad para hilvanar o desentrañar una historia real.

—O sea, vos no vas a contar toda la verdad sobre la Operación Océano. Vas por otro lado...

—No, no, porque nosotros accedemos solo a los expedientes que ya son públicos, y usamos también lo que circuló en prensa. No es “toda la verdad”, aunque hay varios momentos con el texto basado literalmente en las entrevistas. Especialmente en los parlamentos de la fiscal, donde están los textos legales.

—¿Cómo trabajaste con los actores en los ensayos?

—Trabajamos el vértigo. Es una obra que genera mucha incomodidad, tiene golpes fuertes. Fue un trabajo de ensanchamiento. Mané hace de la fiscal pero también hace otros roles femeninos y masculinos, que ni siquiera llegan a ser personajes. Con ella trabajamos mucho en improvisaciones, para que surgieran esos relatos laterales. Con Álvaro pasa lo mismo: se llama Jacky pero encarna a varios hombres. Es como un Frankenstein de todos los formalizados, al que se le inyectan datos de los diferentes casos. Pero no es un símbolo, es un tipo común y corriente.

—¿Corriste el riesgo de presentarlo como la encarnación del diablo, de irte de mambo con la demonización del personaje?

—No, porque el personaje es lo opuesto a eso. Trabajé mucho con ellos en que tomen al público como su tribuna, especialmente con Álvaro. Le pedí que sostenga su verdad, y que la defienda a morir porque en la platea siempre va a encontrar gente que estará de su lado. Por ese lugar común que está muy arraigado de, bueno, “no son niñas, son putitas, mirá cómo se viste, ella se me regaló, me mintió, me dijo que era mayor de edad”. Son los argumentos de los formalizados. No es el sádico, el psicópata. Es tu vecino, tu compañero de trabajo, tu excompañero de clase. La mayoría de los formalizados no son el viejo gordo y destruido que te podés imaginar, son tipos muy facheros, el clásico playboy con sus buenos autos. Es más complejo aún. Lo discutimos mucho al armar el elenco: ponés un Bolani, por ejemplo, un viejo desgarbado, y ya es tendencioso... es un viejo baboso, el clásico viejo verde. Y así te estoy condicionando mucho la lectura. Lo estoy torciendo. Me parece mucho más interesante que el tipo tenga cosas muy buenas en su vida, que sea un buen padre, un buen gerente o un buen amigo que ayude a sus amigos que están en la mala. Y con la chiquilina también: cuando me enteré de que la joven muerta leía a Tolstoi e iba a Cinemateca, se me derrumbó la sugar baby,

—El prejuicio...

—¡Claro! La nena que está todo el tiempo en las redes mostrando el culo, diciendo que se quiere operar las tetas y a ver qué les parece. Pero le encantaban las películas de cine mudo. Esa demolición del estereotipo es muy importante y necesaria para la sociedad. Esto no es nada nuevo, está claro. Ya lo dijo Hannah Arendt: el malo no es el diablo. El tema es que para mucha gente, si le derrumbás eso, le agregás un problemón a su vida y lo tiene que resolver. Esto me puede pasar a mí y le puede pasar a mi hijo, que es un excelente hijo, que nunca me dio problemas, es el mejor de la clase y la estrella de mi casa.

Vida Cultural
2021-04-21T21:45:00