Fue un parteaguas para la intelectualidad latinoamericana de izquierda que apoyaba a la Revolución cubana. Una especie de cachetazo que obligó a firmar cartas, solidarizarse, acusar o permanecer en silencio. El 20 de marzo de 1971, el poeta cubano Heberto Padilla (1932-2000), uno de los más reconocidos de la isla, fue detenido por las fuerzas de seguridad de Fidel Castro, junto con su esposa, también escritora, Belkis Cuza Malé, acusados de “actividades subversivas” contra el gobierno revolucionario. Unos meses antes, Padilla había leído en un recital poemas de Provocaciones, su libro en proceso, en los que mostraba su escepticismo por el rumbo de la Revolución.
La detención de Padilla produjo una conmoción entre escritores e intelectuales latinoamericanos y europeos. Aglutinados sobre todo por Mario Vargas Llosa, que en ese momento vivía en Barcelona, elaboraron una carta dirigida a Castro para que liberara al poeta. Publicada en Le Monde el 9 abril de 1971, los firmantes expresaron allí su apoyo a Cuba, pero su rechazo al “empleo de métodos represivos contra intelectuales y escritores que han ejercido el derecho de crítica a la Revolución”. Entre las firmas estaban las de Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Juan y Luis Goytisolo, Octavio Paz, Juan Rulfo, Alberto Moravia, Italo Calvino, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras y el poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger.
En medio de esa repercusión internacional, y después de 38 días en la cárcel, Padilla fue liberado. Esa misma noche, en el local de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), realizó su famosa mea culpa, en la que retomó el contenido de su confesión escrita en la cárcel y que había sido difundida por las autoridades. Sin eufemismos, renegó de su obra y de sus ideas y acusó a sus colegas escritores que allí estaban escuchándolo por sus críticas y dudas sobre la Revolución. Una verdadera inmolación pública, llena de humillación y vergüenza, que significó el alejamiento para siempre de muchos intelectuales de la Revolución cubana, incluso de la izquierda en general.
Expresivo y sudoroso
Hasta el momento solo se conocía la versión escrita del largo discurso de Padilla, que duró casi cuatro horas, y algunas imágenes recortadas de la filmación de esa noche. Porque toda su autocrítica fue filmada por las Fuerzas de Seguridad cubanas con dos cámaras. Esa filmación había permanecido oculta durante cinco décadas, pero el año pasado salió a luz en El caso Padilla (España-Cuba, 2022), del cineasta Pavel Giroud (La Habana, 1973), que puede verse el sábado 17 en Cinemateca Uruguaya.
Radicado en España, Giroud estudió cine en Cuba y este documental es su quinto largometraje y el de mayor contenido político. En 2022 se presentó en San Sebastián, y un año después ganó como Mejor documental en Miami y en los premios Platino. En la última edición del festival de Cinemateca, fue premiado en la competencia de cine iberoamericano.
El cineasta ha explicado en entrevistas y conferencias que la filmación no la encontró sino que “cayó en sus manos”, y por ahora no quiere aclarar cómo. Lo cierto es que cuando la vio de inmediato se dio cuenta de su importancia y tuvo que decidir si “soltarla” tal como estaba en las redes sociales o hacer una película. Por suerte, se decidió por la película.
La grabación original es el centro del documental, pero también hay testimonios, cartas y fotografías e imágenes del triunfo de la Revolución en 1959 intercaladas con fragmentos de discursos del primer Fidel y del que se volcó hacia el régimen soviético en 1968. Hay en este documental un gran trabajo de edición y montaje en el que participó como consultor el uruguayo Fernando Epstein. Productor y editor de larga trayectoria y fundador de la productora Control Z, Epstein estuvo tras las películas 25 Watts (2001) y Whisky (2004) de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, de La Perrera (2006) de Manuel Nieto y de Gigante (2009) de Adrián Biniez, entre otras. Su experiencia como asesor es notoria en El caso Padilla, un documental de 78 minutos en el que fluye el discurso del protagonista solo interrumpido por otras imágenes o entrevistas de archivo.
Lo que impacta en la filmación es la actitud de Padilla la noche de la autocrítica. Aunque visiblemente nervioso, lo primero que hace es un rollo con sus apuntes para tirarlos a un costado. Entonces comienza a hablar con una asombrosa elocuencia, mientras su camisa y su rostro se van llenando de sudor. Con gestos y diferentes tonos de voz, subraya los peores momentos, los más bochornosos. Uno de ellos es cuando se califica como “contrarrevolucionario”, otro cuando va nombrando y acusando a varios de sus colegas o cuando elogia a los guardias que lo tenían encerrado: “Si algo yo he comprendido entre los compañeros de Seguridad del Estado, que me han pedido que no hable de ellos porque no es el tema hablar de ellos sino hablar de mí, yo he aprendido en la humildad de estos compañeros, en la sencillez, en la sensibilidad, el calor con que realizan su tarea humana y revolucionaria, la diferencia que hay entre un hombre que quiere servir a la Revolución y un hombre preso por los defectos de su carácter y de sus vanidades. (...) Yo he tenido muchos días para discutir estos temas, y los compañeros de Seguridad no son policías elementales. Son gente muy inteligente. Mucho más inteligentes que yo, lo reconozco”.
Heberto Padilla con el poeta Norberto Fuentes. Foto: El caso Padilla
Para Giroud, ver esta filmación no es lo mismo que leer el texto del discurso. Y es así. El video en blanco y negro con acercamientos al rostro de Padilla con toda su expresividad y énfasis deja traslucir la ironía del poeta o tal vez una gran puesta en escena. Como si hubiera encontrado la forma de dejar en evidencia a la Revolución con el mismo discurso de la Revolución. Y esa actitud se contagia en sus colegas, que empiezan a hacer sus propias mea culpa, salvo Norberto Fuentes, el único que se salió de lo que parecía un gran guion.
El documental logra recrear el clima tenso que se vivía en esa sala calurosa con una concurrencia que miraba con asombro a Padilla. Entre la audiencia estaba Reinaldo Arenas, otro escritor perseguido por Castro por su homosexualidad y que, como Padilla, murió en el exilio. En conjunto, el trabajo de Giroud se mira con un escalofrío por lo que significó aquella noche en la historia de la isla, y también con cierta curiosidad por las repercusiones que puede tener hoy. Sin dudas, la Revolución cubana no queda bien parada en esta filmación, por algo este material se ocultó durante 50 años.
Cuando triunfó la Revolución, Padilla estaba trabajando como periodista en Estados Unidos y decidió retornar a la isla para ponerse a la orden del nuevo gobierno. Fue diplomático en países de Europa del Este hasta que volvió a La Habana en 1966, con cuestionamientos hacia el régimen soviético. Sus dudas las comentaba en privado con sus colegas más allegados, pero su malestar fue creciendo.
En 1961 había ocurrido algo que alimentó las dudas entre escritores y artistas. La revista Lunes, en la que trabajó Padilla, había auspiciado un documental filmado por Sabá Cabrera Infante (hermano de Guillermo) que mostraba la vida nocturna en La Habana. A Fidel no le gustó porque no mostraba a jóvenes comprometidos con la Revolución, sino disfrutando de la música y la fiesta. El documental fue censurado y desató uno de los primeros debates en el núcleo cultural e intelectual. Entonces Fidel en uno de sus discursos dijo su frase célebre: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”.
Diez años después ocurrió la detención de Padilla. Los argumentos para encarcelarlo fueron el contenido de sus poemas de Provocaciones y los de Fuera de juego, libro que había sido premiado (ver recuadro), además de sus conversaciones críticas sobre el régimen y su vínculo con el chileno Jorge Edwards, el primer diplomático chileno acreditado en Cuba después del triunfo de Allende y que fue expulsado de la isla por Fidel. Edwards dejó plasmada su visión del régimen cubano en su libro Persona non grata, como lo hizo el propio Padilla desde su exilio en Estados Unidos, cuando publicó La mala memoria (1989).
El caso Padilla, además de echar luz sobre el hecho histórico, rescata el poder de la poesía y de la cultura. Su final es muy significativo en ese sentido, como lo es su comienzo, con un poema del protagonista que dice en sus primeros versos: Di la verdad. / Di, al menos, tu verdad.
Poeta premiado, poeta condenado
En 1968, el libro Fuera de juego de Heberto Padilla ganó el premio de poesía Julián del Casal otorgado por la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). El jurado internacional, integrado por J. M. Cohen, César Calvo, José Lezama Lima, José Z. Tallet y Manuel Díaz Martínez, destacó tanto la expresividad poética como el contenido del libro. Con otro jurado, el concurso literario también premió en teatro a la obra Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat.
A pesar de los elogios del jurado, el comité director y político de la Uneac no estuvo de acuerdo con el fallo y decidió que se publicaran ambas obras, pero con un largo y cansador agregado en el que expresaba su desacuerdo con los autores y sus obras “por entender que son ideológicamente contrarios a nuestra Revolución”.
Leer Fuera de juego ayuda a entender el documental El caso Padilla y la actitud que el poeta tuvo ante la represión. Aquí, uno de sus poemas titulado “Los poetas cubanos”:
Los poetas cubanos ya no sueñan (ni siquiera en la noche).
Van a cerrar la puerta para escribir a solas
cuando cruje, de pronto, la madera;
el viento los empuja al garete;
unas manos los cogen por los hombros,
los voltean,
los ponen frente a frente a otras caras
(hundidas en pantanos, ardiendo en el napalm)
y el mundo encima de sus bocas fluye
y está obligado el ojo a ver, a ver, a ver.