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    El color de la noche

    Miguel A. Pareja en Galería Sur

    Inunda la blanca sala de la galería. El color se expande por el espacio y llega al exterior en un intento por dar sentido a un impresionante y oscuro entrevero de autos y transeúntes. Es la Barra de Punta del Este de noche, cerca de las once. Así empieza a imponerse la movida veraniega y así luchan los espacios del arte por trascender más allá de la euforia cotidiana. Desde la construcción en piedra y ventanales amplios surge una luz clara, firme, definida. Con ella, aparecen los amarillos, los rojos, los azules formidables de una obra que apenas uno ve identifica con su creador. La identidad de un artista se conoce por el trazo de sus líneas, por su composición, sus colores, sus formas. Esa debe ser su mayor ambición, desaparecer en su obra, que su rostro se traduzca a pinceladas y trazos sobre una tela. Establece un mundo, construye un territorio y una luz, un sello imposible de eludir. Así es la obra de Miguel Ángel Pareja (1908-1984), reconocido maestro del color y uno de los artistas más importantes que ha dado este país. También el más claro, definido, extremadamente personal, uno que logró ese matiz esencial que lo destaca entre tantos, esa grafía o gramática tan suya, que a veces parece simple, peligrosamente simple.

    La obra de Pareja se expone en Galería Sur de Punta del Este, desde otro lado, tan reconocible también por sus artistas y por ese trazo de luz tan especial que lanza a la calle de La Barra cuando está oscura y multitudinaria y caótica y frívola. Frente a sus eléctricos y excesivos vecinos, irradia la paz de un templo; también el aire y el silencio de un mundo muy diferente. Afuera hay montones de casas, diseños, ropas y autos de lujo. Dentro, el magnífico placer de la expresión artística, solitaria, apenas roto su silencio por pocos acólitos que repasan la maravillosa experiencia de lo emotivo, del golpe misterioso de la forma y el color.

    Galería Sur celebra sus 30 años de arte. En 1985 nació entre las manos de Jorge Castillo, padre y fundador junto a Martín, su hijo y actual director. La Galería transitó desde entonces sobre la obra fundamental de los grandes artistas nacionales, en ese límite tan particular donde la obra se cotiza, asume un valor comercial, se yergue sobre esa balanza temblorosa entre la calidad y la puja de un mercado que en estos años se vuelca con mayor interés sobre el arte nacional. En este contexto aparece Miguel A. Pareja, un núcleo importante de su obra que por momentos parece un recorte de la modernidad y sus legados, una obra histórica y al mismo tiempo actual, viva, con el empuje de la vitalidad creativa de su autor.

    Eligió bien Galería Sur para el inicio de su año aniversario. Pareja es un pintor revisitado cada tanto, tal vez no lo suficiente y de una producción considerable. Un artista que merece presencia más insistente en el arte nacional. Pero sobre todo eligió bien la obra. La que cuelga en estos días es una página potente de una historia gráfica de formidable expresividad. Frente a la puerta hay una de sus típicas composiciones de los años 50, luego de sus experiencias europeas, su paso por el mosaico y su participación junto a Fernand Leger en un trayecto de invalorable calidad. El cuadro no es muy grande (80 x 54 cm) y se titula Composición mural II (1956). El público se topa con sus colores pujantes, su geometría de rectángulos apretados, desparejos, dinámicos, de contornos gruesos y movedizos. Es un cuadro en el que se puede ver el rostro de Pareja sin ver una línea que identifique su fisonomía. De una etapa, pero del artista más elocuente, más arriesgado y, en cierta forma, maduro. Es su propia figura, poblada de signos, de intenciones aparentemente frías. En esas imágenes un poco desencajadas, en sus tonos y planos de luz y sombra en el mismo color, de una materia que habla con sus colores, de signos propios de un lenguaje articulado, preciso, comunicativo. Allí hay un rostro pleno de vivencias. Un rostro que se define por la dinámica de ese complejo cuerpo de figuras, de esa vital combinación de fuerzas coloridas, de negros, de rojos, de azules que dejan de serlo para aparecer como otros colores, propios, impensables.

    Pareja reducía el espectro, lo simplificaba al extremo y desde dos o tres colores empujaba la búsqueda de innumerables descubrimientos. A tal punto que engañan la tremenda novedad y sutileza de sus tonos, la variedad imposible de clasificar, íntima, casi secreta.

    Un poco más allá hay otro cuadro jugado a un plano de amarillo que se expande sobre el espacio como una pista de arena iluminada por el sol de enero. Entre dos o tres áreas de verdes y azules, menos estridentes, de pinceladas borroneadas. Y algunas figuras en brevísimos trazos, en especial, el círculo poderoso que centra la composición (Proyecto de mural, óleo sobre tabla). Es una obra en delicado equilibrio, construida desde el óleo, como una prueba, como un descubrimiento de una luz imposible. Aun así, lo logra.

    A su lado, la delicadeza de sus caballos posteriores (Caballos con sol, 1977), tres o cuatro líneas negras de carbonilla sobre el fondo claro del papel. Solo eso y una potencia arrolladora de la tierra bajo el fulminante rayo de sol. Del color a la figura, sin esfuerzo, propio de quien provoca tanto la materia que la lleva a despertar su potencial instinto creador. Es como si esas líneas curvas y rectas con las que dibuja sus caballos y gauchos, estuvieran allí, surgieran de pronto como al pasar para dar el puntapié inicial de la vida.

    El resto de la exposición es del mismo nivel creativo, de diferentes momentos, búsquedas, intentos y logros formidables. Emocionante, envuelto en la magia de su figura de maestro escondida detrás de los tonos y esas formas tan personales. La Galería está a pleno color en sus 30 años. Y Pareja es el responsable.

    Miguel Ángel Pareja. Una teoría del color. En Galería Sur (Punta del Este, Ruta 10, Parada 46, La Barra). Todos los días de 10 a 24 horas. Hasta marzo.