El desembarco oriental

El desembarco oriental

La columna de Andrés Danza

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Nº 2118 - 15 al 21 de Abril de 2021

Navegar un océano es muy gratificante, dicen los que dedican parte de su tiempo a eso. La excepción es cuando hay tormenta, relatan, aunque a algunos también les gusta la adrenalina que genera el peligro de un mar embravecido. Al sumar millas, los navegantes adquieren experiencia y van disfrutando y conociendo cada vez mejor los caminos. Pero bajo sus pies y los cascos de sus naves acuáticas hay un mundo que les es ajeno. Un lugar gigantesco, lleno de vida, mucho más variado de lo que se puede llegar a ver desde la superficie.

Con la política exterior pasa algo similar, aseguran los que mejor se desenvuelven en ella. Lo que se puede ver a simple vista es lo más superficial pero lo realmente importante, lo que provoca consecuencias a mediano y largo plazo, queda por debajo de la superficie, al igual que con el mundo oceánico. La alta política se susurra, según explican, no se ejecuta a los gritos. Y la estrategia más importante es la secreta. Si no, deja de serlo.

Esa explicación que dan los que más saben de relaciones internacionales porque fueron o son sus protagonistas viene a cuento por lo que está ocurriendo en estas semanas con el Mercosur, que cumplió 30 años. En su cumbre aniversario hubo un duro intercambio entre el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, y su par argentino, Alberto Fernández, y a partir de allí la flexibilización del bloque regional y si a Uruguay le conviene o no seguir formando parte de él son temas de discusión. Parece ser un debate interesante pero de esos que quedan en la superficie. Porque un país no se puede mudar de región y tampoco le sirve estar de espaldas a ella. Mucho menos si es pequeño. La realidad siempre se termina imponiendo.

Pero hay otro tema, más profundo y relevante si se tiene en cuenta cuál puede ser su impacto futuro. Lo que puede seguir ofreciendo Uruguay a los grandes inversores mundiales es su ubicación entre dos mercados gigantescos, como Brasil y Argentina, y ser una puerta de entrada hacia ellos. Dentro de esa situación imposible de cambiar, hay otra que sí depende de su estrategia silenciosa en política exterior a escala mundial.

Cuando a mediados de 2002 el entonces gobierno de Jorge Batlle tuvo que enfrentar la peor crisis económica en más de un siglo, la salida parecía casi imposible. El tiempo y el dinero se acababan y Uruguay estuvo a un paso del abismo. Pero a último momento apareció una mano amiga que no dejó que cayera al vacío. Quien extendió su mano fue el entonces presidente norteamericano George W. Bush, autorizando un préstamo puente de US$ 1.500 millones.

Los años posteriores fueron de romance con la potencia norteamericana. El 1º de marzo de 2005 asumió un gobierno del Frente Amplio, que históricamente se había mostrado lejano a Estados Unidos. Sin embargo, el país que seguía gobernado por Bush se transformó en su primer socio comercial y ambos gobiernos estuvieron a punto de firmar un tratado de libre comercio. Bush visitó personalmente al entonces presidente Tabaré Vázquez en 2007, lo denominó como “amigo” y fue su aliado hasta desde el punto de vista militar.

Hoy, casi veinte años después, Uruguay atraviesa por una emergencia sanitaria como nunca tuvo en su historia. A diferencia de lo ocurrido en 2002, el problema es mundial pero los efectos se sienten de una forma muy intensa en lo local. Cada vez hay más contagiados, más fallecidos, más pobres y más problemas sociales. Todo eso ocasiona una situación extrema, muy difícil de afrontar para cualquier gobierno y en especial para uno de un país chico.

La única salida segura hasta ahora es lograr inmunizar a la mayoría de la población a través de las vacunas. Por eso, hay una disputa mundial para tratar de conseguirlas. Y Uruguay se demoró en llegar a esa subasta desesperada. Pero otra vez surgió una mano que lo alejó del abismo: la del gobierno de China. En esta oportunidad, el salvador estaba en otra vereda, en la opuesta, pero lo importante es que también estaba y que ya comenzó a enviar millones de dosis de vacunas. La compra se concretó luego de que Lacalle Pou mantuviera directamente una conversación con su par chino, Xi Jinping. Misma escena de 2002 pero con distintos protagonistas. Nuevamente se impuso la diplomacia presidencial.

Por supuesto que eso va a tener una contrapartida, aunque no sea de forma explícita y menos pública. China, que ya es el principal socio comercial de Uruguay, hizo una gran apuesta a América Latina en esta pandemia y está ayudando a varios países a que puedan lograr la inmunidad de rebaño. Uruguay es uno de ellos, un socio clave para el gobierno de Pekín. Tiene intereses creados y los va a hacer valer, tarde o temprano. Es más, algunos ya los puso sobre la mesa.

Estados Unidos lo sabe y su gobierno ha dado muchas señales mostrando preocupación al respecto. Algunas públicas y otras reservadas. Hace algunas semanas, por ejemplo, el embajador de ese país en Uruguay transmitió en privado a representantes políticos locales de primera línea su molestia por el avance chino a escala local, especialmente por el proyecto que tiene ese país de hacer un puerto cercano a Montevideo.

En su última edición, Búsqueda publicó una entrevista con el comandante del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, Craig Faller, que estuvo de visita en Uruguay. También llegó al país Juan González, principal asesor del presidente norteamericano, Joe Biden, para la región. Antes de asumir en su cargo, Faller compareció ante el Congreso de Estados Unidos y fue explícito sobre la influencia china en la región. Mencionó acuerdos portuarios, préstamos económicos y la “diplomacia de vacunas” durante la pandemia entre las “tácticas” del país asiático. En la entrevista agregó que “la estrategia nacional de defensa de los Estados Unidos define a China y la competencia que representa como una amenaza constante para el mundo”.

Pero el desembarco oriental en Uruguay ya es un hecho y es probable que se profundice luego de las vacunas. Otra nota difundida por Búsqueda el 4 de marzo se refería a una muy cargada agenda de trabajo entre Uruguay y China. Ya están previstos y en proceso de negociación acuerdos comerciales y de inversiones, viajes oficiales y otras medidas conjuntas.

Esa disputa entre Estados Unidos y China por ser el principal aliado de un país pequeño como Uruguay puede ser muy beneficiosa para los intereses locales y mucho más trascendente que el debate sobre el Mercosur, con un final predecible. El desafío es aprovecharla. Con pragmatismo y discreción, como debe ocurrir con la alta política. Lo demás es puro cuento. Y no chino, por cierto.