Mucha gente cree que una versión histórica de un hecho cualquiera puede ser la definitiva. Por eso se escriben libros cuyos títulos comienzan, justamente, con esa ilusión: “La historia definitiva de…”.
Mucha gente cree que una versión histórica de un hecho cualquiera puede ser la definitiva. Por eso se escriben libros cuyos títulos comienzan, justamente, con esa ilusión: “La historia definitiva de…”.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNada hay más equivocado. La historia, toda la historia, vive en un continuo proceso de revisión. Surgen a diario nuevas fuentes, nuevas teorías, nuevos puntos de vista y nuevos métodos de investigación. Mi reciente libro “Lorenzo”, por ejemplo, contiene elementos que desmienten varias “verdades” relacionadas con la familia Batlle, con la formación ideológica de José Batlle y Ordóñez y, también, con otras interpretaciones de la historia nacional que hasta el momento se consideraban “definitivas”.
Además, toda la historia es historia contemporánea, pues es obra de alguien que no puede liberarse de su formación, de su situación y de su perspectiva.
La peste negra, que mató a más de la tercera parte de la población europea a mediados del siglo XIV, fue durante mucho tiempo explicada desde una perspectiva política y militar. Era la época en que la historia se veía como la obra de los reyes y sus guerras. Más tarde, se la entendió desde una perspectiva económica y social. Luego, en pleno espanto por la epidemia de Sida, se la estudió desde una perspectiva sanitaria. Últimamente es vista desde una perspectiva ecológica, considerándose que siglos de explotación desmedida de los recursos naturales habían debilitado a la población. Lo mismo se puede decir de las causas de la caída del Imperio Romano occidental, del origen de las Cruzadas, del Descubrimiento colombino y de todo tipo de proceso que durante siglos ha ocupado a los historiadores, profesionales o no. La conclusión es que cada época interpreta la historia desde su propio horizonte.
Este principio es altamente aplicable a nuestro pasado. Artigas, San Martín, Bolívar y demás colegas en el Sindicato Único de Héroes del Continente eran criollos, es decir nacidos aquí de padres europeos. Conocemos los antecedentes de sus progenitores. El primer Artigas en la Banda Oriental fue temprano colonizador aragonés, el padre de San Martín era aristócrata castellano, militar y alto funcionario de la Corona. La familia de Bolívar era oriunda de los Países Vascos y lustraba con esmero sus blasones.
Pero el romanticismo que, incansable, revolotea en muchas mentes nerviosas, llevó a rechazar estos orígenes blancos y coloniales en nuestros libertadores. El primer paso fue resaltar el intenso contacto de los niños José, José y Simón con los sirvientes de sus familias y su fuerte solidaridad e identificación con la situación de esa gente. Artigas, San Martín y Bolívar seguían siendo blancos y de origen europeo, pero su mente y su corazón se habían mestizado.
Poco a poco, ese proceso de manipulación llevó a varios escritores a sostener que algunos héroes tenían antecesores indígenas. Si el pasado del personaje era un poco desconocido, resultó fácil “encontrarle” una abuela aborigen, como es el ejemplo de Perón. En Argentina se han escrito muchos libros que sostienen que los héroes nacionales simpáticos tenían raíces indígenas (Rivadavia, Perón, San Martín, Yrigoyen, etcétera). Los antipáticos, por el contrario, eran europeos de pura cepa. Hace unas semanas, el mundo pudo ver un retrato “del verdadero rostro de Simón Bolívar”. No era tan parecido a Chávez como algunos temían, pero sí mostraba inequívocos rasgos indígenas. De vasco, ni la boina.
El leitmotiv de esta antojada metamorfosis de algunos héroes latinoamericanos es el de alejar a estos personajes del odiado universo de la Corona y la Colonia, asociándolos con el universo autóctono, considerado bueno por definición. En otras palabras: se trata de aborigenizar a los héroes. Este proceso responde al mismo principio que lleva a miles y miles de personas apenas bajadas de los barcos, con apellidos croatas, genoveses, catalanes, rusos y sajones, a repudiar “todo lo que nos hicieron los españoles a partir de Colón”. La identificación con un determinado objeto puede llevar a esos extremos de incalculable tontería e infantilismo.
No tengo duda alguna, pues con lo que he visto me es más que suficiente para estar seguro de ello, de que un día Artigas habrá sido negro (o entonces mulato, resultado de las escapadas de algún abuelo suyo por la cocina de la estancia). Ya no bastará con que su sombra, llamada Ansina, era negra: será necesario que también Artigas lo haya sido, por lo menos en un gran porcentaje. La enorme nariz que le dibujaban a don José, dirán los defensores de esa nueva teoría, era impuesta por la censura de la época. Puede parecer un argumento sin pie ni cabeza pero no desentonaría lo más mínimo con la larguísima colección de cosas sin pie ni cabeza (ni brazos ni nariz ni pulmones ni nada de nada) que se dicen a diario sobre los tópicos más variados.
(*) El autor es doctor en Historia y escritor