Guevara, irónico, expresó su agradecimiento por la invasión: “El dominio ejercido por mis compañeros en la isla había sido un poco inestable, pero la invasión nos ha permitido consolidar el poder otorgado por los sectores fundamentales del país alrededor de Fidel”.
En el mismo tono, el estadounidense respondió: “Podrían regresarnos el favor invadiendo Guantánamo”. Guevara respondió: “Oh, no. Nunca seríamos tan tontos”.
La anécdota, según cuentan en el libro “Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana” los investigadores estadounidenses William M. LeoGrande y Peter Kornbluh, marca el comienzo de una diplomacia entre bambalinas que funcionó durante casi medio siglo entre Washington y La Habana y que comenzó a sufrir un cambio trascendente el 15 de diciembre de 2013 cuando el presidente estadounidense Barack Obama y el cubano Raúl Castro se dieron la mano, simbólicamente, durante el entierro del líder sudafricano Nelson Mandela.
Para entonces habían pasado ya 52 años en los que Fidel Castro y diez presidentes de Estados Unidos consecutivos mantuvieron una comunicación secreta. Este diálogo por medio de canales reservados no se cortó del todo aun en las peores circunstancias, como la crisis de los misiles de octubre de 1962, que estuvo a punto de provocar una tercera guerra mundial.
Pero el camino iniciado con el Che en Uruguay no obtuvo resultados y se interrumpió. De hecho, poco después de fumarse los Cohiba con el presidente Kennedy, Goodwin fue designado jefe de un grupo sobre Cuba, integrado por representantes de la Casa Blanca, la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés), el Departamento de Estado y el Departamento de Defensa para intensificar los operativos clandestinos contra la isla. El producto que elaboraron, que incluyó cientos de acciones de sabotaje, se llamó Operación Mangosta y fue más grande y caro que el de bahía de Cochinos, pero no más exitoso.
En paralelo, Estados Unidos negociaba la liberación de los prisioneros que había dejado la invasión. Para esa tarea Kennedy convocó a James B. Donovan, un veterano de Inteligencia que había realizado con éxito un famoso canje de espías en Berlín y que por ello recibió la distinción de “metadiplomático”.
Donovan viajó a La Habana y estuvo reunido cuatro horas con Fidel Castro, pero todo quedó en veremos cuando unos analistas, observando fotos de rutina tomadas por los aviones espía U-2, descubrieron misiles balísticos soviéticos en la isla.
Durante la crisis, en la que la Unión Soviética adoptó la decisión de retirar los cohetes sin consultar a Cuba, Washington y La Habana mantuvieron contacto gracias a diplomáticos brasileños.
Una vez que las aguas se calmaron un poco, Donovan pudo cerrar el acuerdo para liberar prisioneros cubanos a cambio de medicamentos. Fue entonces que recibió el pedido de la CIA de negociar también por los estadounidenses.
“¡Dios mío, ya hice los panes y los peces y ahora me piden que camine sobre las aguas también!”, exclamó.
En sus frecuentes y largas charlas con Castro, el estadounidense tenía solo dos cosas innegociables según sus jefes: la alianza con los soviéticos y la intervención cubana en América Latina.
La periodista de la cadena ABC Lisa Howard y su colega y luego diplomático William Attwood también jugaron un papel de primera línea en el diálogo secreto.
Estos propiciaron un primer encuentro, durante una fiesta privada en Nueva York, en la que Attwood mantuvo un extenso diálogo con el embajador cubano en Naciones Unidas, Carlos Lechuga.
Las conversaciones para lograr un encuentro al más alto nivel estaban avanzadas cuando el presidente Kennedy fue asesinado. La víspera del crimen en Dallas, Castro se había reunido con el periodista francés Jean Daniel en La Habana, a donde había llegado con un mensaje del presidente estadounidense ofreciendo una reconciliación.
Mientras Kennedy agonizaba, una valija diplomática llevaba la respuesta cubana al mensaje.
“Pellizcarles las bolas”.
El sucesor Lindon Johnson no tenía el margen de maniobra de Kennedy, pero tampoco cerró los canales de diálogo. Tuvo sí una posición más dura con Cuba y para ello reclamó a la CIA “políticas más agresivas”. El sistema secreto de grabación de la Casa Blanca captó una conversación con el senador William Fullbright en la que dejaba claro que no quería repetir el fiasco de Playa Girón: “Solo te pregunto qué más podemos hacer para pellizcarles las bolas”, dijo el presidente.
Durante una visita de Guevara a Nueva York, habían tirado un bazukazo contra su hotel, lo que no hizo más que potenciar la difusión de su viaje en el que mantuvo diálogos informales.
Pero más allá de una interrupción debido a las elecciones de 1964, en las que Fidel Castro demostró comprensión incluso de “alguna acción hostil”, las posibilidades de diálogo crecieron luego de la muerte de Guevara en la selva boliviana en octubre de 1967.
Antes de que la CIA rematara al Che, la tensión entre ambos países hizo necesaria la intervención de terceros para calmar las cosas luego de que pescadores cubanos fueran detenidos por Estados Unidos y, como represalia, Castro amenazara con derribar uno de los aviones U-2 que seguían sobrevolando la isla.
En 1964, el Departamento de Estado había presionado a los integrantes de la Organización de Estados Americanos (OEA) para concretar la ruptura de relaciones con Cuba que votaron en contra solo cuatro países: Chile, Uruguay, Bolivia y México.
Solo este último no acataría la resolución del organismo multilarteral de romper relaciones y sumarse al embargo, aunque el presidente Adolfo López Mateos había asegurado al director de la CIA, Allen Dulles, que estaban dispuestos a trabajar con Estados Unidos “por debajo de la mesa”.
En efecto, México quedó como contacto, así como Suiza y Checoeslovaquia representaban a ambos países a nivel diplomático.
El apoyo de la CIA a los exiliados cubanos que hacían operaciones paramilitares contra Castro tuvo un momento de declive cuando un grupo llamado Movimiento Revolucionario Rebelde confundió al barco español Sierra Aranzazú con el cubano Sierra Maestra y lo atacó matando al capitán, al primer oficial y a otros tripulantes.
Paciencia más que china.
La llegada de Richard Nixon a la Casa Blanca representó otro endurecimiento de las relaciones con Cuba. Para este presidente que había recibido a Castro en 1959 y lo odiaba, los informes del Departamento de Estado eran producidos por “arribistas pro Castro”.
A contrapelo de la opinión de la CIA, Nixon sostuvo que “no debemos inhibir las acciones de los exiliados cubanos en contra de su patria”.
El secretario de Estado, Henry Kissinger, empleando el mismo método que antes había usado con China, envió una carta a Castro para propiciar un diálogo, pero Nixon escuchó más a su director de la CIA, Richard Helms, quien aconsejó no hacer nada porque Cuba estaba costando un millón de dólares diarios a la Unión Soviética y eso aseguraba darles otro dolor de cabeza.
“Si arrojamos la toalla con los cubanos, el efecto sobre el resto de América Latina podría ser masivo; los animaría, animaría a los comunistas, marxistas de Allende, o lo que sea, a intentar una revolución”, dijo Nixon a Helms en 1970, cuando el socialista Salvador Allende ya había ganado las elecciones en Chile.
A pesar de que Nixon dijo que no cambiaría su política hacia Cuba y lo mantuvo, el diálogo no se cortó y durante su mandato se realizaron acuerdos antisecuestro para evitar que aviones fueran desviados a La Habana, como ocurría con frecuencia.
El diálogo avanzó cuando luego del caso de espionaje en las oficinas demócratas en el edificio Watergate, Nixon renunció y fue reemplazado por Gerard Ford.
Kissinger habilitó el otorgamiento de una visa múltiple para ingresar a Estados Unidos al diplomático cubano Ramón Sánchez-Parodi y aconsejó al nuevo presidente “ver qué podemos conseguir de forma bilateral” en conversaciones top secret, pero le advirtió que “no podemos dejar que ese pelagatos (Castro) nos manipule”.
Por el lado estadounidense el interlocutor principal fue Lawrence Eagleburger, quien logró establecer buen diálogo con los cubanos. Un día, sin embargo, cuando las conversaciones no avanzaban, el estadounidense advirtió: “para nosotros ese problema no es el más importante en la política exterior”.
La respuesta sin hesitar del cubano Sánchez- Parodi fue: “Nosotros no somos chinos ni nos parecemos a ellos, pero podemos tener más paciencia que los chinos”.
Para las reuniones clandestinas, que se realizaban en restaurantes, hoteles o casas particulares, los funcionarios de ambos países habían establecido un código para comunicaciones telefónicas. “¿Cómo está tu hermana?” significaba “¿Dónde?” y “¿Cómo está tu salud?” debía traducirse como “Queremos reunirnos”.
Luego de que el diálogo se interrumpió por diversas razones, un diplomático cubano llamó a la casa de Eagleburger para acordar una nueva cita.
Tal como habían quedado, preguntó por Mr. Henderson. La esposa dijo que no había nadie con ese nombre y cortó la comunicación dos veces. La tercera vez, el cubano optó por preguntar por el apellido verdadero.
“Ahora estoy al tanto de los asuntos diplomáticos, puede preguntar cuando quiera por Henderson”, dijo sonriente la esposa el día que finalmente se reunieron.
Los buenos modales no cambiaron la actitud firme de los diplomáticos visitantes ante el tema de las relaciones con la Unión Soviética: “Los cubanos no tienen ninguna intención de decirles a los Estados Unidos cómo llevar a cabo sus relaciones con otras naciones y de igual modo no podrían permitir que trataran de regular a Cuba.”
Los canales se cerraron cuando Cuba decidió apoyar con tropas al gobierno de Angola y luego a Etiopía. Ford interrumpió el diálogo, que solo se mantuvo en cuestiones puntuales y entonces Castro pasó a ser un “delincuente internacional”.
Con la llegada de James Carter, el presidente antes de Barack Obama que mejor se relacionó con Cuba, las perspectivas cambiaron, aunque al final las cosas desmejoraron de nuevo.
El consejero de seguridad Zbigniew Brzezinski aceptó interrumpir los irritantes vuelos espía de los aviones SR-71 sobre Cuba, porque la información se obtenía de otra forma, y comenzó una nueva etapa de la diplomacia del béisbol, el deporte que apasiona a cubanos y estadounidenses. Además, en un rápido acuerdo, se abrieron “oficinas de intereses” de ambos países.
La cuestión africana, sin embargo, volvió a interrumpir los avances porque Cuba no estaba dispuesta a abandonar a Angola y Etiopía que reclamaban su apoyo de los ataques sudafricanos y grupos respaldados por Estados Unidos.
“¿Podría Cuba exigir que Estados Unidos cierre sus bases en Turquía o España?”, preguntó Castro a un grupo de parlamentarios demócratas que lo visitó en La Habana.
Otros interlocutores enviados por Carter fueron su amigo, el gerente general de Coca-Cola J. Paul Austin y el banquero cubanoestadounidense Bernardo Benes. Este último, en realidad respondió a la convocatoria de Castro, quien envió a los coroneles de las fuerzas especiales José Luis Padrón y Antonio de la Guardia para pedirle que interviniera en acercar a las dos partes.
“Al principio pensamos que estaban jugando al policía bueno y el malo pero poco a poco comprendimos que estábamos negociando con dos posturas distintas que hasta cierto punto estaban en conflicto entre sí”, recordó Padrón sobre sus experiencias de negociador con representantes del Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado a nombre de su amigo el comandante en jefe.
Un estacionamiento.
“Solo dame la orden y convertiré esa maldita isla en un estacionamiento”. La frase fue dicha por el nuevo secretario de Estado Alexander Haig a su jefe, el presidente Ronald Reagan a raíz de la situación en El Salvador. Haig pensaba que había que “ir directo a la fuente” e invadir Cuba, que estaba apoyando la guerrilla en el país vecino.
Aunque entró a la Casa Blanca en 1981 pensando en la posibilidad real de invadir Cuba, según LeoGrande y Kornbluh, cuando la dejó ocho años después no solo no había ordenado un ataque, sino que dejó firmados acuerdos sobre inmigración y el sur de África.
Reagan tuvo en efecto una política agresiva y no escuchó a los expertos que le decían que las amenazas y ataques no servirían con Cuba, pero fue el presidente mexicano José López Portillo quien lo convenció de abrir un canal de comunicación.
Haig se reunió finalmente con el vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez en México. El encuentro secreto, al que Haig llegó en un auto no oficial, se realizó en la casa del canciller Carlos Castañeda. Ambos discutieron acerca de diferentes temas, sobre todo de Nicaragua y El Salvador. Los cubanos descubrieron que, cara a cara, Haig era más sensato, respetuoso y razonable de lo que esperaban y era una persona inteligente, con la que se podía conversar.
Luego se encontraron Castro y el representante de Reagan Vernon Walters. “Espero que podamos llegar a algún tipo de acuerdo que pueda beneficiar a nuestros países. Pero si usted ha venido a amenazarme debe saber que he sido amenazado por todos los presidentes de Estados Unidos desde Kennedy”, comenzó Castro estableciendo sus parámetros.
Para el ex representante de Washington en Cuba, Wayne Smith, la visita fue “una farsa destinada a dar la impresión de que había voluntad de hablar, cuando en realidad no existía tal voluntad.”
Poco después, la invasión de Estados Unidos en la pequeña isla de Granada, donde había un grupo de técnicos cubanos, se convirtió en el escenario en el que se enfrentaron hombres armados de ambos países.
Los canales de comunicación, aunque existían, funcionaron algo lentos y eso provocó la muerte en combate de 24 cubanos. En total fueron repatriados 784 trabajadores que estaban en el mayor productor de nuez moscada del mundo.
Otro momento crítico en esos años ocurrió el 20 de mayo de 1985 cuando Radio Martí comenzó a emitir hacia Cuba desde territorio estadounidense. Castro montó en cólera y canceló un acuerdo migratorio que había costado mucho conseguir y también las visitas de cubanoestadounidenses a la isla.
Aunque con Mijail Gorbachov las cosas no fueron sencillas, el peor momento de la relación con Moscú en la década de 1990 fue cuando el poder pasó a Boris Yelsin. Igual que en octubre de 1962, cuando la crisis de los misiles, Castro se enteró por la prensa que se había ordenado el retiro de las tropas estacionadas en Cuba.
Clinton “gruñendo a Castro”.
Desde la era Reagan “los republicanos habían cosechado votos de los exiliados gruñendo a Castro pero nadie se molestó en pensar en las consecuencias”, señaló el presidente William Clinton. Su gobierno, sin embargo, se vio tentado u obligado a seguir por el mismo camino para aprobar la ley para la democracia en Cuba, más conocida como ley Torricelli, por el nombre del diputado demócrata por Nueva Jersey que la promovió.
Torricelli fue el principal asesor de Clinton en asunto de América Latina, estaba apoyado por el fuerte lobby de Miami y logró reforzar el embargo y convertirlo en ley.
La crisis económica que provocó en Cuba la desaparición de la Unión Soviética trajo una nueva crisis migratoria, porque los cubanos comenzaron a salir en balsas y otras formas precarias hacia Estados Unidos. La crisis de los balseros puso otra vez a prueba la diplomacia encubierta entre ambos países.
En esos días fue útil el trabajo que realizó primero el ex presidente Carter y luego el escritor colombiano Gabriel García Márquez y el presidente de México Carlos Salinas de Gortari.
Clinton hizo saber que no dejaría a Castro dictar la política migratoria de Estados Unidos. “No me importa si tengo que encerrar a 50.000 cubanos en Guantánamo”, amenazó.
Una situación aún más delicada se produjo cuando dos aviones MiG- 29 cubanos que despegaron de la base de San Antonio de los Baños, dispararon, sin previo aviso, contra dos avionetas de la organización Hermanos al rescate. A pesar de las advertencias hechas días anteriores, los aviones habían vuelto a despegar de Estados Unidos y violado en forma reiterada el espacio aéreo cubano.
La muerte de cuatro jóvenes cubanoamericanos que iban a bordo llevó a Clinton a pensar en dos opciones: una incursión aérea quirúrgica o un ataque con misiles de crucero a la base donde habían salidos los aviones de Cuba. Fue el jefe del Estado Mayor, general John Shalikashvli quien convenció al presidente de no tomar represalias militares.
Durante el gobierno de George Bush hijo se logró la exportación de productos agrícolas estadounidenses a Cuba, convirtiéndose en principal proveedor. También se logró un modus vivendi para la ubicación en Guantánamo de presos provenientes de Afganistán y otros países.
La diplomacia encubierta debió jugar fuerte con varios asuntos que se produjeron luego, entre ellos la detención de 10 espías cubanos en Estados Unidos, que integraban la red Avispa de la Dirección de Inteligencia (DI), creada para frenar los ataques a instalaciones turísticas.
Cinco de esos agentes, que habían sido detectados y puestos bajo vigilancia por el FBI, fueron condenados a prisión en Estados Unidos. El canje de estos espías por el contratista estadounidense Alan Gross y un agente de la CIA que había estado infiltrado precisamente en la Inteligencia cubana, fue el resultado visible del largo y complejo proceso de negociación secreta en el que intervinieron finalmente el Papa Francisco y otros representantes cubanos y estadounidenses, entre ellos la ex embajadora en Uruguay Julissa Reynosso, durante el segundo gobierno de Obama que culminó con el restablecimiento de relaciones diplomáticas.
Pocos días antes de la asunción de Donald Trump, Obama dio otro paso en la nueva política en los “asuntos cubanos” al eliminar la norma que otorga un trato preferencial a los cubanos que llegan a Estados Unidos.
Sintomáticamte, Thomas J. Donohue, presidente de la Cámara de Comercio visitó La Habana y fue recibido por Raúl Castro poco antes de que asuma un nuevo mandatario y mientras aún rige el embargo, la ley que más dificulta las relaciones “normales” entre ambos países.
“Después de casi 50 años de fracasos, tenemos que pasar la página y comenzar a escribir un nuevo capítulo en la política estadounidense hacia Cuba”, había declarado durante su campaña el ahora presidente saliente.
Fuera de Fronteras
2017-01-19T00:00:00
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