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    El drama de los cincuentones

    Mel vive una crisis total. Lucha por conservar su trabajo. Hasta que lo pierde. Llega a su casa, cuelga el saco y se derrumba en el sillón. Edna trata de sostenerlo como puede. Mel le habla mal, la destrata. Ella, incondicional, igual le da ánimo, lo consuela. De esta salimos juntos, viejo. Más tarde vivirá lo mismo. Mel descarga su frustración en el balcón que da al patio trasero de ese edificio en la Segunda Avenida. Discute con los vecinos que le reclaman silencio. ¡Hijos de puta!, les grita, una y mil veces.

    La realización personal. La estabilidad laboral. Conservar una posición. El éxito económico. Por más lugares comunes que parezcan, estos pilares de la sociedad de mercado, en ciclos continuos de crisis y rupturas, conservan total vigencia en Occidente. Y sostienen la estructura argumental de El prisionero de la Segunda Avenida, la comedia del estadounidense Neil Simon, que en 1975 tuvo su estreno cinematográfico, dirigido por Melvin Frank y con Jack Lemmon y Anne Banncroft como protagonistas.

    En julio se estrenó la versión teatral en la sala principal de El Galpón, con dirección de Jorge Denevi y actuación protagónica de Héctor Guido y Alicia Alfonso. Estamos ante un verdadero peso pesado del repertorio galponero, pues es la tercera vez que se representa. Las tres, con la dupla Denevi-Guido al frente. Las dos primeras, en 1997 y 2007, fueron con el coprotagónico de María Azambuya, la gran actriz fallecida en 2011. Al cumplirse (en 2021) medio siglo del estreno original y 25 años de la primera versión local, El Galpón convocó a Denevi para una tercera aventura con este clásico de la comedia americana, que se representa con base en la traducción de Mary Vázquez.

    Ahora el personaje de Edna está a cargo de Alicia Alfonso, actriz que en los últimos años se ha perfilado entre las principales figuras de la compañía. Completan el reparto Solange Tenreiro, Ángeles Vázquez, Marina Rodríguez y Massimo Tenuta, todos experientes integrantes del elenco estable, que ensanchan el espectro humorístico de la historia y dan un respiro a la pareja central, en una escena que funciona como un intervalo dramático.

    El prisionero de la Segunda Avenida es la comedia más exitosa y taquillera de Neil Simon y, para muchos, su mejor creación. La más redonda y contundente, en términos humorísticos y de crítica social. El arco emotivo y dramático que exhiben los dos personajes principales es un golpe al mentón del sueño americano. El drama del desempleo en la adultez, tratado con humor, se representa con euforia, ira, desconsuelo, ansiedad, miedo, depresión, resignación y redención para terminar edificando una historia de resiliencia y amor de pareja. Al fin y al cabo todo termina resumiéndose en “tengo miedo de morir, quiero que me quieran”.

    Denevi se mueve como pez en el agua en este género, y lo lee con simpleza y mirada práctica. Así como antes de que comience un concierto de jazz, el espectador intuye al ver el piano, el contrabajo y la batería que se escuchará un sonido acústico con mucho be-bop, con estándares de marco melódico y abundante improvisación, aquí, al ver ese living vacío, el balcón, las puertas y la luz blanca fuerte y clara, ya sabemos qué lenguaje escénico ha sido elegido. La escenografía es de Raúl Acosta, el vestuario, de Nelson Mancebo, la iluminación es de Eduardo Guerrero y la música, de Pablo Pérez Veiga. Todos los rubros juegan a favor de ese pragmatismo escénico que practica Denevi para hacer rendir este repertorio.

    Guido y Alfonso demuestran ser dos intérpretes hechos a la medida de esta partitura. El personaje masculino lleva las riendas de la narración, es el que mueve la historia, y la mujer es inicialmente quien ofrece el complemento y el contrapeso perfecto. Hasta que llega el tour de force y se produce una inversión de roles que potencia y resignifica el planteo inicial. Pero a la brillantez retórica que viene dada en el texto original la dupla actoral incorpora un gran despliegue de humor físico. Una vez más se vuelve a demostrar que no hay buen teatro sin buenos actores. No pasa nada con Shakespeare, Chéjov o Simon si no están bien actuados.

    Dice el director

    Un tipo encerrado en su casa con “depresión nerviosa”, en pijama y bata durante todo el día, deambulando entre la cama y el living. Ahora nos damos cuenta de cómo la pandemia, instalada de por vida en nuestro ADN, también vino a infiltrarse en los argumentos de clásicos como este. Consultado por Búsqueda sobre los motivos que lo llevaron a esta tercera aventura con Mel y Edna, Denevi contó que en los últimos años, y especialmente durante la pandemia, la obra volvió a dar vueltas en su cabeza. “Siempre supe que de una manera u otra iba a hacer otra versión de esta obra que considero una muestra ejemplar de lo que debe ser una comedia”. El Flaco se preguntaba: “¿Qué pasa con el público después de la pandemia? ¿Cómo se lo conquista para que vuelva a las salas? ¿De qué se debe hablar?”. Y se responde sacando pecho: “Quizá El prisionero… es una respuesta, porque desde el estreno (el 9 de julio) la ven algo así como mil personas por semana”.

    En el programa de mano, Denevi pregunta sobre el lugar que ocupa esta obra en el espectro del teatro americano y mundial. Para el veterano director, que en un año y poco cumplirá 80 años, esta obra tiene la misma importancia en el teatro norteamericano que La muerte de un viajante, que también trata sobre un hombre que pierde el trabajo. “¡Es el mismo tema! Solo que aquí es tratado en tono de comedia. Pero, como en aquella, es un individuo enfrentado a una sociedad de consumo que no quiere que lo abandone. Pero lo hace. De esa pelea y su imposible solución nace el mensaje. Mel pelea para que el sistema no lo expulse. Y se estrella”. Para el director la obra ha crecido con el paso de los años. “Estos temas se han convertido en más y más preocupantes para el hombre de nuestro tiempo, y como una especie de profeta adivino, sin proponérselo, Simon intuyó lo que iba a venir”.

    Denevi se interroga si se puede hacer una gran comedia sobre temas tan serios y tan dramáticos. Y responde: “La comedia no es solo un género ‘para pasar un buen rato’ o, como se decía antes, para ‘hacer la digestión’. Es ver la vida, que puede ser tan trágica y triste, desde otro punto de vista”.

    Consultado sobre el aporte creativo de Guido a esta composición que ha marcado su vida como actor, responde: “Bastante más que lo que se ve en el escenario. Es un fervoroso partidario de la obra. La lee con la profundidad que la interpreta. Es difícil hacer reír con chistes descomunales cuando el personaje está luchando por conservar su trabajo. En esta sociedad todos tenemos ese tema en la cabeza. Como dice en un momento: ‘Perderlo es fácil. Estoy preocupado por conservarlo’. Solo entendiendo esto se puede hacer esta comedia. Para mí Guido es insuperable”.

    Con una duración de 100 minutos, incluyendo un breve intervalo, El prisionero de la Segunda Avenida va los sábados a las 21 y los domingos a las 19, con entradas a $ 500 en venta en Tickantel.