En 1995 se firmó la Plataforma de Beijing con el objetivo de eliminar las desigualdades entre hombres y mujeres. La periodista brasileña Regina Festa fue una de las que participó de la redacción del documento. “Me acuerdo que estaba allá y decía a otra investigadora: ‘¿Será que la declaración del hombre y el ciudadano de la Revolución Francesa por fin va a llegar a las mujeres?’”, dice hoy Festa, que el lunes 18 disertó en Montevideo en el seminario “Género, Generaciones y el rol de los medios de comunicación”, organizado por la Unesco.
Festa, que trabajó en medios como “Folha de São Paulo”, Radio Globo y TV Bandeirantes, enseñó en la Universidad de São Paulo, fue consultora para la Cepal y ahora lo es para Unesco, considera que el feminismo es “heredero del liberalismo” porque busca construir “individualidad”.
En una entrevista con Búsqueda opinó que para respetar los derechos de las personas en el ejercicio del periodismo son necesarias “políticas públicas de apoyo y buenas fuentes” y sostuvo que uno de los grandes desafíos de género es que las mujeres aprendan a “estar en el espacio público” y que se concrete otra “división del trabajo” entre hombres y mujeres.
La experta afirmó que los niños “no saben cómo tomar decisiones frente a las nuevas tecnologías” y eso los hace vulnerables a empresas que los “están utilizando (...) para que sean promotores de marcas”.
—Usted ha hablado de que la revolución de la mujer y la revolución tecnológica están emparentadas. ¿Podría explicarlo?
—El movimiento de mujeres, como dijo Eric Hobsbawn, es una de las grandes revoluciones del siglo pasado, porque vino a cambiar las estructuras de la familia, de las relaciones, de la moral, del acceso de la mujer al trabajo. La entrada de la mujer a la sociedad ha sido una exigencia de las mujeres pero a la vez una exigencia de los cambios del capitalismo, que necesitaba más mano de obra y más consumo. Cuando empieza la gran revolución de la mujer, con la firma de 189 estados en Beijing que iban a trabajar por los derechos de la mujer, empieza justo ahí la revolución de las grandes tecnologías.
—Han pasado 20 años desde Beijing. ¿Qué ha cambiado y qué tiene que cambiar?
—Hay sociedades que están intentando políticas públicas de ajuste para los medios de comunicación. Hasta hace muy poco las leyes de comunicación llegaban de arriba hacia abajo sin participación social, con muy pocas discusiones con periodistas, y en general solo con periodistas hombres. El otro punto clave es que tanto los periodistas como las mujeres tienen que aprender cómo estar en la esfera pública porque no ha sido un aprendizaje de la mujer. Hay un estereotipo de que la mujer tiene que estar en la casa. Lo otro es cómo hacen la mujer y su compañero para defender de las esferas públicas a su familia, porque el consumismo la está derrumbando. Hay muchas violencias que vienen de la propiedad, pero hay otras que vienen del que se siente con más poder sobre el otro. La violencia de género es la más cruel y la más antidemocrática que hay. Siempre me pareció una ironía que tuviéramos que juntarnos 189 gobiernos para afirmar que los derechos de la mujer son derechos humanos. En la reunión Mujeres y Poder realizada en Santiago de Chile en febrero se repitieron estos datos del Banco Mundial: van a ser necesarios 81 años para lograr la paridad de género en el trabajo, 75 años para alcanzar remuneración igual y 30 años para alcanzar el equilibrio en puestos de toma de decisión. El esfuerzo es tan lento que casi estamos ante un nuevo siglo para hacer estos cambios.
—Ahora la mujer tiene más presencia en el espacio público pero sigue manteniendo roles tradicionales en el privado, quedando con una especie de “doble jornada laboral”. ¿Cómo se puede cambiar eso?
—Una forma es la división del trabajo o de los roles en la casa, que son roles aprendidos en sociedad. Otro es construir políticas públicas de apoyo a que las mujeres trabajen: las guarderías, la flexibilidad en el horario. Que el hombre pueda aportar también en la familia, que pueda salir del trabajo, porque hoy solo se apoya a la mujer. Varios estudios sobre el uso del tiempo enseñan que el hombre tiene más tiempo de disfrutar la vida que la mujer. La doble jornada es un peso para la mujer en distintas cosas. Además, en el espacio privado es donde están ocurriendo las más grandes violencias contra la mujer. Una de tres mujeres en el mundo ha sufrido algún tipo de violencia en su vida.
—Usted dijo en su conferencia que el feminismo es la continuación del liberalismo. ¿A qué se refiere?
—Es heredero del liberalismo en el sentido de construcción de la individualidad, de que el individuo es el que tiene los derechos humanos, derechos a la subjetividad, a elegir cómo quiere vivir, en fin, a ser el sujeto del liberalismo. En ese punto el feminismo es gran heredero del liberalismo. Pero por supuesto que también hay feminismo de la lucha de clases. Pero en el marco de los derechos humanos es el gran heredero del liberalismo y de la democracia. ¿Es posible una democracia sin los derechos de todos respetados?
—Cuando se plantean leyes o códigos que imponen criterios para los medios de comunicación, muchas veces entran en conflicto el derecho a la libertad de expresión y los derechos de ciertos grupos de personas. ¿Cómo se debe manejar esa tensión?
—Para que en una sociedad todos los derechos sean respetados es necesario reflejar la multiplicidad de opiniones que están en la sociedad. Una cosa que ocurrió yo puedo mirarla desde una perspectiva y tú desde otra y de ahí construir la democracia. Es muy difícil llegar a eso sin políticas públicas de apoyo y buenas fuentes, que un buen periodista tiene que tener. En Brasil hay un código de niñez y adolescencia que tiene más de 20 años, entonces el periodista sabe cómo posicionarse, cómo escribir, porque hay una reacción al interior de la sociedad. El derecho a la divergencia es un derecho fundante que está, ahí sí, en el liberalismo.
—La ley de comunicación audiovisual y el código de los periodistas establecen normas y criterios para trabajar temas de niñez. ¿Cómo se puede incluir a los niños en las coberturas informativas bajo esos principios?
—El primer punto es pensar que el niño es un ciudadano. Pero si el niño es ciudadano, ¿cuáles son las posibilidades que tengo yo de protegerlo en su condición de vulnerabilidad y a la vez hacer que hable si fuera necesario? Si es necesario que hablen, hay agencias para ayudar a los periodistas a trabajar con niños y adolescentes en los medios. En este tiempo todos tenemos que aprender.
—Paradójicamente, con las redes sociales los niños se exponen cada vez más. ¿Cómo contrarrestarlo?
—Se nos saca el tiempo para estar con los niños. He participado en trabajos con la London School y un grupo de profesores. Hicieron investigaciones y encontraron que la vulnerabilidad de los niños frente a la tecnología ya salió del control de los papás. Solo las familias que tienen mucha afectividad, mucha conversación e invierten tiempo en la educación del niño están logrando contrarrestarlo. En Harvard una profesora hizo un estudio que demostró que mientras los niños están en Internet dejan de jugar y pierden la creatividad. Dice que esto debería ser una cuestión de salud pública adoptada por los gobiernos. Otra profesora descubrió que las niñas estaban en un proceso de romper la muñeca Barbie porque se sentían abrumadas. Se descubrió en Inglaterra que las niñas ganaban 30% menos de mesada desde pequeñas. La diferencia ya está ahí y los papás en general no se dan cuenta. En Inglaterra hace cuatro años tomaron la decisión de oír a los niños y concluyeron que están en un proceso de pérdida de confianza en los adultos. Se sienten traicionados, abandonados. Hay una ruptura de la afectividad en niños chiquitos. Y ellos no saben cómo tomar decisiones frente a las nuevas tecnologías. Y como no saben, muchas empresas están utilizando a los niños por Internet para que sean promotores de marcas. Han descubierto el uso de la neurociencia, de cómo trabajar el liderazgo, y estamos viendo el resultado en nuestras sociedades: el consumismo. Hay una cantidad de violencias que se están dando, nuevos procesos.
—La ley uruguaya limita la publicidad con niños o dirigida a ellos. Pero las agencias de publicidad se preguntan: “¿Cómo hacemos para vender nuestros productos?”
—Hay discusiones estos días en Washington para ver cómo hacer que la publicidad no afecte tanto a los niños, sobre todo en televisión. El problema es tan grave que en Suecia dicen: “Con todo lo que invertimos en políticas públicas, cuando viene la pantalla móvil los niños pueden mirar lo que quieran”. Ya no hay control nacional. ¿Qué se hace? Se lo están preguntando incluso las sociedades que han tenido políticas claras. Estamos en un terreno nuevo.
—Las normas y códigos también buscan evitar que se fomenten estereotipos, pero muchos de los programas de televisión más vistos se caracterizan justamente por eso. Y se argumenta diciendo que “es lo que la gente quiere ver”. ¿Cree que es verdad que la gente quiere ver eso?
—Sí, es verdad. Creo que hay que preguntarnos dónde estamos parados como seres humanos.
—¿Entonces es posible lograr cambios legislando a contramano de “lo que la gente quiere”?
—Creo que tiene que ser algo concertado. Si miras cómo es el proceso en Suecia, en los países nórdicos, es una política de Estado. En la publicidad para niños ellos miran dónde está la marca, si los colores no son un prejuicio de género, si no están utilizando la neurociencia, si hay una protección de los animales, llaman a especialistas en cada una de estas áreas, ponen todo en discusión y discuten eso con la sociedad. La democracia más operativa es donde hay más información. La sociedad sin información no es democrática. Entonces pregunto qué informaciones tenemos sobre lo que pasa en nuestras sociedades.
Información Nacional
2015-03-19T00:00:00
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