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    El feminismo ha conseguido conquistas “enormes”, pero el cambio de statu quo genera reacciones violentas y puede provocar un retroceso

    Cuando leyó El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, tenía 26 años. Hoy tiene 85. Nació en Uruguay, se casó joven, tuvo seis hijos, y vivió en el extranjero durante un cuarto de siglo. El libro de la feminista francesa llegó a sus manos cuando vivía en España. Todavía lo conserva, ya deshojado. Está todo subrayado. “Era lo que yo pensaba”, cuenta Elena Fonseca a Búsqueda. Aunque eran sentimientos que hasta ese momento no había sabido poner en palabras. Ese fue su encuentro con el feminismo.

    Años después volvería a Montevideo, durante la dictadura, luego de que su esposo diplomático hiciera huelga contra el golpe en la Embajada uruguaya en Bélgica y lo repatriaran. Al final del período de facto se contactó con un grupo de mujeres y crearon la revista Cotidiano Mujer, cuando la palabra feminista era una rareza, una cosa de lesbianas y solteronas. Desde entonces su militancia no se detuvo.

    Fueron décadas de “conquistas y vueltas atrás”, evalúa Fonseca. Hubo cambios “enormes”, pero también reacciones violentas. Antes eran unas “raras”; hoy son unas “feminazis”.

    “¿Por qué produce tanta irritación? Porque queremos cambiar el statu­ quo. Y mover el statu quo es una revolución”, dice Fonseca. Por eso “hay que estar alerta”: “No creas que lo conquistado, conquistado está”, siempre se puede volver atrás. El triunfo de Donald Trump y la “campaña” en contra de la ideología de género son una prueba de ello.

    “Una cosa son los triunfos feministas y otra cosa son las reacciones que generan”, advierte.

    —Formó parte de la creación de Cotidiano Mujer en 1985, cuando todavía el feminismo era una palabra rara. ¿Cuánto se avanzó hasta hoy?

    —Ese balance es muy difícil de hacer, porque está lleno de conquistas y vueltas atrás. Es un poco lo del vaso medio vacío o medio lleno. ¿Si cambió algo del 85 hasta acá? Diría que sí cambió, enormemente. Se crearon conceptos que antes no había, entre ellos la violencia doméstica, lo que es un lema feminista: lo personal es político. Hasta ese momento, hasta los jueces decían: ¿cómo vamos a entrar en la casa, si es privado? Si apalea y mata a la mujer es privado. Es un cambio conceptual muy grande. También la ley del aborto, del matrimonio igualitario. Todas esas leyes que hacen una sociedad mejor han sido, a mi juicio, resultados de los esfuerzos de la población civil. Pero más allá de las conquistas legales, es necesario cambiar culturalmente una mentalidad. Y los uruguayos, aunque por suerte no tenemos la influencia tan fuerte de la Iglesia católica, somos conservadores.

    —¿Cuándo se empieza a hablar de feminismo en Uruguay?

    —Primero estuvieron las sufragistas, que querían el voto. Ellas no se llamaban feministas. Pero María Abella de Ramírez publica en 1906 los 17 requerimientos mínimos que había presentado en un congreso de mujeres librepensadoras en Buenos Aires, y esos puntos son feministas. Porque no piden solo el derecho al voto, sino que las mujeres sean libres y no tengan castigos por su comportamiento sexual, cosas de esas. Paulina Luisi, poco tiempo después, escribió un artículo hermoso Para timoratos y retrógrados, para aquellos que pensaban que las feministas era unas marimachos y solteronas. También estaban las anarquistas María Collazo, Juana Rouco Buela, Belén Sáraga, que iban y venían de Buenos Aires. Ellas también hablaban de feminismo. 

    —Poco después llegó el voto femenino.

    —Cuando se propuso el voto de las mujeres, en la Cámara, lees las versiones taquigráficas y no podés creer las cosas que decían: “Para qué va a servir si van a votar igual que los maridos”. Otros decían que las mujeres no tenían que estar en política... lo que dijeron con la ley de cuotas, en el 2004, que también hay taquigráficas que te paran los pelos.

    —José Batlle y Ordóñez jugó su rol, quizás interesado en captar ese caudal electoral.

    —Sí. Batlle fue un lujo. Tenía un feminismo como el de (Carlos) Vaz Ferreira, asistencialista. Las mujeres eran desgraciadas, víctimas, y había que darles mejoras. Era paternalismo, pero bienvenido, porque de todos modos evitó muchas injusticias.

    —¿Después de las sufragistas el movimiento perdió fuerza?

    —Vino una época de nada, como una siesta. Todo el mundo decía: bueno, ya consiguieron el voto, son iguales, ¿ahora qué más?

    —¿Por qué retoma impulso a la salida de la dictadura?

    —Cuando se terminó la dictadura, los que vivimos esa época pensamos que empezaba un mundo nuevo donde todo era posible. No solo porque se había terminado el horror, sino también porque había una nueva fuerza de parte de las mujeres, mayormente de las presas. Ellas, que hasta ese momento habían militado con los varones, que eran los jefes de los partidos de izquierda, tuvieron que hacer su propia política en la cárcel, su propia identidad. Y lo hicieron, en situaciones muy duras y complicadas. Y se dieron cuenta de que no los necesitaban demasiado. Que ellas podían. Entonces, salieron con una sensación de seguridad, de capacidad. Las que estábamos acá y las del exilio que volvieron, todo el mundo tenía esa misma sensación.

    —¿Cómo era ser feminista en ese momento?

    —En general, la gente no sabía muy bien de qué se trataba. Te decían: “Son todas lesbianas”.

    —Muchos políticos de izquierda pensaban que el feminismo era una cosa de burguesas.

    —Sí, de burguesas. Y mucha gente de izquierda sigue pensándolo, José Mujica en primer lugar, que hay que hacer la revolución primero y después vienen las otras cosas. Esos quedaron en los 60. Y no por minimizar los 60, que fueron impresionantemente ricos en todo el mundo, pero no abarcaban la otra cara de la realidad. 

    —¿Cuándo empezó a identificarse como feminista?

    —Leí a Simone de Beauvoir cuando era muy joven, a los 26 años. Subrayé todo lo que decía, el libro entero. Porque lo que decía era lo que yo había pensado. A las feministas nos pasa eso: es una cosa que está muy profunda, la noción de esos derechos, que de repente no los has sabido expresar, pero cuando los sentís y los ves y los acuñás, son dos cosas: no son solamente una idea, son una forma de sentir.

    —¿Su esposo entendía su forma de pensar?

    —Entendía, pero era bastante machista. Entendía porque era culto y porque, más o menos, la cosa no era yo sola, mucha gente escribía sobre eso. 

    —¿Cambió su vida después de eso?

    —No. Seguí casada, feliz. Además estaba afuera del país. Me había casado muy joven, no terminé los estudios, tuve hijos. Cuando volví a Uruguay, hice el preparatorio nocturno y entré a la Facultad de Humanidades a los 40 años. Hice todo tarde. Después vino la dictadura y estábamos muy aisladas del mundo en general, sobre todo de ideas de este tipo. Cuando tenía 50 años murió mi marido, terminó la dictadura, y aparecieron esos movimientos feministas, y vino como un empuje.

    —Hoy todos saben de qué se trata el feminismo, pero aún genera rechazo, y hasta se habla de feminazis. ¿Cómo ve eso?

    —¿Por qué produce tanta irritación? Porque queremos cambiar el statu quo. Y mover el statu quo es una revolución. Por eso asusta tanto, y por eso la reacción de la gente con el feminismo es muy profunda. Imaginate lo que es decir feminazi, cuando los nazis son la peor escoria de la humanidad.

    —Lo usan para señalar que las feministas “exageran”, o son muy radicales…

    —Claro, ¡qué violentas que son! Pero nunca tocamos a nadie, nunca empujamos por la escalera a nadie, nunca los matamos. Las mujeres que han matado a sus parejas son muy pocas y casi siempre en defensa propia. Por más reticencia que haya con el feminismo, es el movimiento más pacífico que quiera cambiar el mundo. No ha matado a nadie, no ha tirado una bala.

    Creo que el escándalo del feminismo es por eso. Se cambian las relaciones afectivas. Podés tener una novia lesbiana ¿por qué no? ¿Qué tiene de malo? Si no querés tener hijos, ¿por qué tenés que tenerlos? En todos los ámbitos hay una movida de cimientos muy profundos. Creo que es eso. Ojalá haya otra explicación, porque hay mucha rabia cuando se analiza el tema.

    —¿Las reacciones son más violentas ahora que antes?

    —En los primeros tiempos la reacción era menos violenta. Éramos raras, pero no había esa reacción de hoy que es con odio, con rabia. Lo de feminazi es realmente un invento perverso. ¿Esa bronca por qué viene? Porque han pasado muchas cosas que hemos conseguido.

    —También se cuestiona la “ideología de género”.

    —Empezó la moda, desde el arzobispo Daniel Sturla en adelante, de la campaña contra la ideología de género. ¿Qué es la ideología de género, y por qué es tan mala? Ellos dicen que porque disuelve la familia, destruye la sociedad. Cualquier disparate. Se ha convertido en un concepto que ya la gente ni analiza. La ideología de género son las cosas por las que nosotras luchamos: el matrimonio igualitario, la legalización del aborto. El feminismo fue integrando nuevas realidades, nuevos derechos: los homosexuales, las comunidades indígenas, las afrodescendientes. No es una cuestión de hombres y mujeres, es una cuestión de gente con derechos y sin derechos. Eso da mucha rabia, porque ya no tienen la acusación barata de decir que privilegiamos solamente a las mujeres, porque queremos el poder, una cosa que nos decían hasta hace poco, cuando peleábamos por más mujeres políticas. ¡Avidez de poder! ¿Vos que lo tuviste desde que naciste y desde que tu tatarabuelo nació? ¿Cómo hablan de avidez de poder?

    —¿Teme que estas reacciones lleven a un retroceso?  

    —Se puede volver atrás, el backlash, como llaman los americanos, la reacción. Por eso estamos muy alertas siempre. Porque una cosa son los triunfos feministas y otra cosa son las reacciones que generan. Hay que andar con ojo, porque hubo muchas siestas en la historia. En 1791 dos mujeres que no se conocían escribieron las mismas cosas. Olympe de Gouges, en Francia, y Mary Wollstonecraft, en Inglaterra. La francesa escribió las Declaraciones de la mujer y la ciudadana, y la mandaron a la guillotina en la Revolución Francesa, por haber violado las leyes de su sexo. Después de ellas vino Napoleón, y él, que era el misógino número uno de la humanidad, hizo las constituciones que heredamos los países latinoamericanos y que no ven a la mujer como un ser. Eso se olvidó, por eso es importante estar alerta. No creas que lo conquistado, conquistado está. En España quisieron dar atrás con la ley del aborto, y en Estados Unidos ganó Trump.

    —¿Cómo se expresa hoy el machismo?

    —Con las mujeres, está el machismo que mata, y el que lastima. Y están las desigualdades, que son obviamente injusticias. Pero después están los que se llaman micromachismos, que son casi imposibles de detectar, o que si los decís nadie los reconoce: las voces, cómo se habla, cómo una mujer tiene que sobreponerse para poder expresarse en un grupo grande, o en un lugar público. Y si los decís, la gente te dice que son insignificantes. 

    —¿A los hombres les cuesta visualizar esas desigualdades?

    —Los hombres no hacen su autocrítica. Muchas mujeres las hicieron, y de ahí salieron todas estas visiones de otro mundo. Escudriñando en cada una de las cosas que la sociedad daba por sentado. La prostitución, por ejemplo. “Son todas unas locas”, dicen. ¿Y qué pasa con los que pagan? ¿Nadie habla de ellos? Dar vuelta las sentencias, las afirmaciones, es una de las cosas que el feminismo ha hecho. Ver el mundo desde otro lado. El feminismo es una manera de cambiar el mundo. Queremos un mundo mejor, tan simple como eso.

    —¿Qué siente cuando mira para atrás? ¿Valió la pena?

    —Si estoy haciendo este trabajo desde hace tanto tiempo, y sigo hasta que me muera, seguramente, es porque creo que vale la pena. Sobre todo cuando le hablás a una chiquilina y ves cómo se le abren los poros, de la justicia, los derechos. Nada más que eso.