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    El gallo en la punta de los dedos

    Walter Reyno (1935-2014)

    “Subimos por Rondeau y cruzamos la Plaza Cagancha sin decir una palabra. El Negro se despidió corriendo un bondi y los demás nos fuimos caminando por 18 de Julio y Avenida Italia hasta Buceo. No éramos niños, pero casi, y veníamos de ver El Herrero y la Muerte”. Así recordó el músico Garo Arakelian en Facebook a Walter Reyno, cuando se enteró de su muerte, poco después del mediodía de ayer miércoles 3. Un signo evidente de la trascendencia de este actor que conmovió no solo a la comunidad teatral montevideana, sino a un público amplio; a los cinéfilos que casi no pisan las tablas, que lo disfrutaron en la película argentina El aura (Fabián Bielinsky, 2005) como Montero, el capo mafioso que sentenciaba sin vueltas a sus rivales: “Matalo”; y a los jóvenes que lo descubrieron como Don Héctor, el asqueroso jefe de Javi en 25 Watts.

    Gracias a su magnetismo en las tablas o frente a una cámara se transformó en uno de los más reconocidos —y más queridos— actores uruguayos del último medio siglo. Es una pieza fundamental en la historia del Teatro Circular, y uno de los máximos referentes del teatro independiente uruguayo, así como de su gremio, la Sociedad de Actores del Uruguay. El enfisema pulmonar que le escamoteaba el aire desde hacía un buen tiempo, y lo tenía contra las cuerdas, de internación en internación, le ganó la batalla justo a un mes de cumplir 80 años, y dos semanas antes del 60º aniversario de la institución en la que trabajó durante gran parte de su vida. En 2013 el Estado uruguayo lo reconoció en vida con la Medalla Delmira Agustini. Poco antes, el Instituto Nacional de Artes Escénicas lo había incluido en su serie documental A escena con los maestros. La entrevista está en YouTube.

    Reyno se formó en la Escuela Municipal de Arte Dramático en la década de los 50, al tiempo que su hermano Osvaldo empezaba a iluminar el camino de la escenografía nacional. Debutó en 1956 y actuó en casi 90 títulos, como Arlecchino, El coronel no tiene quien le escriba y Aeroplanos, los tres que le valieron el Florencio al actor protagónico. Lorenzaccio, Los fusiles de la Patria Vieja, Esperando la carroza, Los comediantes y Tirano Banderas son algunos de los tantos renglones subrayados de la lista.

    Junto a un casi debutante Daniel Hendler hizo una emocionante versión de El amateur en 1998. Fue por Reyno que Daniel Burman la fue a ver, en busca de un actor para Garage Olimpo, y halló en Hendler a su actor insignia.

    El desconfiado gaucho Miseria de El Herrero y la Muerte fue uno de sus mayores logros, un rol que marcó su carrera y que emocionó a decenas de miles de espectadores a principios de los 80 y volvió a conmover en 2012, cuando el montaje original de Jorge Curi —su maestro y director de la mayor parte de sus trabajos en el Circular— se repuso en el Teatro Victoria, ganó el premio Búho y significó su despedida, con su vozarrón carrasposo que se oía desde el hall que da a la calle Río Negro.

    Otro mojón en su obra con el Circular fue Onetti en el espejo, construida en torno a las legendarias entrevistas que María Esther Gilio —encarnada por Paola Venditto— realizó a Juan Carlos Onetti en Madrid. Su composición del escritor uruguayo fue total, y la obra, dirigida por su esposa Patricia Yosi, fue aclamada en gran parte de Latinoamérica, Italia y España.

    Su labor en la gran pantalla abarca 18 títulos. Su compañero y amigo Jorge Bolani dice que es “el pionero de los actores de cine uruguayo, seguido ahora por (César) Troncoso”. Actuó en Patrón, Otario, 25 Watts, La espera, Alma Máter, El aura y Matar a todos, entre otras.

    Su casa, el Circular, destacó “su impecable protagonismo en tantos títulos del teatro uruguayo (...) que lo coloca en el privilegiado podio de los realizadores del mejor teatro y en el nomenclátor de los inolvidables”. La Federación Uruguaya de Teatros Independientes también lo recordó: “Se fue de viaje nuestro magnífico actor. FUTI lo despide con un aplauso de pie: ¡Salud, Maestro!”.

    Bolani contó a Búsqueda, ayer miércoles, que pese a su enfermedad, nunca tiró la toalla: debilitado al punto de no poder salir a la calle, siguió dando talleres de actuación en el living de su apartamento céntrico hasta hace poco tiempo. “Le debo mi estadía de 30 años en el Circular”, dijo al recordar que Reyno lo llamó para Los días de la comuna de París, que dirigió Omar Grasso a inicios de los años 70. “Además de actor, fue un referente como compañero, un integrante de fierro, un ejemplo de vida muy potente. Verlo manejarse en la institución era una docencia permanente de militancia teatral, en una época en que no había cargos rentados”.

    “Un fenómeno, un animal de escenario hasta la médula, y muy cascarrabias, el cliché del italiano que explota con cualquier cosa”, lo pintó Moré, su alumno en el teatro de la calle Rondeau, y uno de los principales actores de la escena uruguaya actual. “Aeroplanos la vi 25 veces. Queríamos ser como él. Nos dio muchísima libertad para sacar lo mejor de nosotros”.

    “Verlo actuar era muy seductor. Tenía un enorme magnetismo, y manejaba su oficio en escena con una tranquilidad pasmosa”, recuerda Bolani, quien coincidió con Reyno en la versión de Ángeles en América que hizo Taco Larreta en 1994, y en Quiroga, Decir adiós y El coronel no tiene quien le escriba, la tres dirigidas por Curi. “Era increíble, actuaba con un gallo de verdad en la punta de los dedos. Es una foto icónica. En los ensayos se llevó al gallo a su casa para convivir con él. Había que cuidarlo mucho porque el gallo actuaba tres días por semana... los gallos son bravos, y algún picotón que otro se llevó”.