En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
La primera obligación de una película biográfica es dejar constancia de la verdadera personalidad del sujeto en cuestión. Si fue un genio, mostrar por qué. Si tuvo luces y sombras (como todo ser humano suele tener), dejar constancia de ellas. Si su brillo personal era capaz de opacar sus excentricidades y sus conductas reprobables, no idealizarlo sino contrapesar todas esas cualidades. No hacer todo eso (que implica un trabajo de profundización y una actitud de sincera honestidad) es trivializar la historia y mostrar solamente algunas anécdotas puntuales que resultan divertidas pero no hunden el bisturí hasta exponer lo que realmente importa. Y lo que importa siempre y sobre toda libre interpretación es el ser humano, el hombre (en sentido genérico) detrás del genio, el individuo detrás del mito. Con todos sus logros y sus virtudes, sus hazañas y sus glorias, pero también sus frustraciones y sus defectos, sus derrotas y sus fracasos, el valor de sus convicciones por encima de sus dudas y vacilaciones. Todos los grandes hombres han pasado a la posteridad porque han logrado escribir la historia superando esos momentos oscuros, conviviendo con ellos y aprendiendo de ellos.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Steve Jobs (1955-2011) fue un genio porque hizo cosas que cambiaron el mundo, o al menos lo hicieron avanzar. Personalmente no inventó nada, sino que se apoyó en otros para innovar en el universo de las computadoras, pero fue su acción emprendedora y su actitud visionaria lo que funcionó como el motor que puso en funcionamiento todo ese andamiaje. Según lo muestra esta película de Joshua Michael Stern, escrita por Matt Whiteley (ambos sin antecedentes destacados), Jobs era ese tipo de persona capaz de pisotear a cualquiera con tal de salirse con la suya, pero eso le valió crear un imperio multimillonario, ser expulsado de él y volver luego a pedido de los mismos ejecutivos para salvar una empresa tambaleante. Solamente eso. En esencia, se parece bastante a “Red social” (The Social Network, 2010) sobre el creador de Facebook, Mark Zuckerberg. La diferencia es que ese filme tenía un libreto (Aaron Sorkin) y un director (David Fincher) que manejaban bastante mejor los elementos comunes.
Porque Jobs (cuya grafía original es jOBS, respetando cómo Apple patenta sus creaciones) muestra una buena caracterización de Ashton Kutcher pero acumula los hechos sin darles progresión dramática, con una superficialidad que hace lamentar el desperdicio del tema. Quiere mostrar a uno de los grandes genios del siglo XX y más que nada lo dice, que no es lo mismo que mostrarlo. El cine debe sustentar su drama mediante el encadenamiento de imágenes, dándole a la historia y a los personajes su sentido y su progresión a través de la cámara, pero no con diálogos informativos que dicen mucho y no sugieren nada. Está claro que Steve Jobs era un bohemio que andaba descalzo por la Universidad, no se ataba a ninguna disciplina, se bañaba poco y consumía drogas. Pero luego de esa juventud que el filme contempla desde 1974, el muchacho desgarbado y de caminar bamboleante reunió en el garaje de su casa a un grupo de técnicos y de allí surgió algo grande. Estaba en su cabeza. Le faltaba que alguien le diera forma. Steve Wozniak (Josh Gad) lo acompañó y Mike Markkules (Dermot Mulroney) puso el dinero. En 1977, Apple ya estaba caminando hacia el éxito.
Pero Jobs no estaba nunca quieto. Traicionó a sus amigos, echó a patadas a su novia embarazada, no reconoció a su hija, nombró al publicista John Sculley (el reaparecido Matthew Modine) como presidente de la empresa y en 1984, cuando ya Apple se ha convertido en un imperio multimillonario, es separado del Directorio con el cual, lógicamente, nunca estaba de acuerdo. Era un innovador, odiaba la rutina, no podía estar sin hacer nada y, curiosamente, en el período en que crea la empresa de animación digital Pixar y obtiene un clamoroso éxito con “Toy Story” (1995) el filme hace una larga elipsis y omite todo eso, reenganchando cuando Jobs está casado y con hijos y en 1997 es convocado por Apple para levantarla nuevamente. La película no debió llamarse entonces Jobs sino Apple, porque eso es lo único que interesa en definitiva. Se dice que una biografía no puede ponerlo todo, pero tampoco debería omitir escandalosamente cosas importantes. No se ve la muerte de Jobs (en 2011, de cáncer de páncreas) y la película está elaborada como un racconto desde que el protagonista presenta triunfalmente el iPod en 2001 y retrocede para narrar la génesis que llevó a ese popular invento. Entretiene, informa al menos quién fue Steve Jobs, está dirigida con nervio y actuada con solvencia. Pero deja la impresión de un telefilme rutinario y olvidable.
“Jobs”. EEUU, 2013. Dirigida por Joshua Michael Stern. Escrita por Matt Whiteley. Con Ashton Kutcher, Dermot Mulroney, Josh Gad, Lukas Haas, James Woods, Matthew Modine, J.K. Simmons. Duración: 128 minutos.