“¡Salía una ley tras otra! En ese primer período salieron no menos de 30 leyes, decretos o resoluciones con viejas demandas de los trabajadores”, recuerda.
Castillo y el actual presidente del PIT-CNT, Fernando Pereira, ubican a las leyes de libertad sindical y de negociación colectiva como las que abrieron el camino. Luego se fueron sumando otros mojones importantes, como la ley de ocho horas en el sector rural, la ley de servicio doméstico y la de responsabilidad penal empresarial.
“No hay que llamarlo de diez maneras. Es una revolución laboral. Revolución. Ningún cambio en América Latina fue tan profundo como el de Uruguay”, describe Pereira.
De “valientes”.
En 2004, cuando los trabajadores debatían cómo pararse con un gobierno de izquierda, el PIT-CNT tenía apenas algo más de 100.000 afiliados. De la misma forma en que se multiplicaron leyes, decretos y reglamentaciones, en los años siguientes el padrón social de la central tuvo un crecimiento explosivo y pasó la línea de los 400.000 afiliados.
Pereira y Castillo coinciden en que no debe haber ninguna organización social, deportiva ni política que haya experimentado un crecimiento similar. Para el actual director de Trabajo la explicación del fenómeno es sencilla: el cambio de gobierno les “devolvió la confianza” a los trabajadores y les quitó “el miedo”.
“Antes de 2005 había que ser muy valiente para estar afiliado a un sindicato. Eran más los riesgos que corrías que las cuestiones favorables”, dice.
Según Castillo, en esos días todavía era común la represión a los dirigentes gremiales y hasta había empresas que se dedicaban a brindarle a otras el servicio de elaborar listas negras de trabajadores sindicalizados para que tuvieran en cuenta al momento de contratar personal. Esa realidad quedó atrás rápidamente.
“Aparecieron sindicatos donde nunca antes habían existido, como el servicio doméstico o la policía. Se convirtieron en dirigentes sindicales compañeros y compañeras que tal vez nunca habían pensado en militar”, recuerda Castillo.
Para Pereira, existe un elemento más que explica el crecimiento del PIT-CNT. En este período, en su opinión, buena parte de la población “notó que el movimiento sindical iba a tener una incidencia importante en la sociedad”. “¡Y la tuvo!”, agrega de inmediato.
Pereira está convencido de que el rol del PIT-CNT ayudó a “cambiarle la vida a la gente”. Más allá de los avances alcanzados y de tener una “afiliación altísima” en comparación con el resto de los países de América Latina, el presidente de la central considera que quedan “grandes cambios” por hacer. En un contexto de desaceleración económica y en el momento de mayor tensión en la relación con el gobierno, Pereira sostiene que la única forma de lograr “cambios sociales profundos” es tener un movimiento sindical de al menos 700.000 trabajadores.
“Los grandes cambios los hace la gente movilizada. Es un camino largo pero hay que ir hacia ahí”, afirma.
“Hombres de gobierno”.
Frente al escritorio de Pereira en la sede del PIT-CNT, en un mueble vidriado, descansan fotos y reconocimientos de la época en que Castillo todavía era la cara más visible del movimiento sindical uruguayo. Aunque hace ya cuatro años que dejó su cargo de coordinador para pasar a ser uno de los vicepresidentes del Frente Amplio, sus recuerdos siguen intactos en la oficina.
“Le habrá costado pila irse y le costará llevarse sus cosas porque ha pasado su vida acá adentro”, dice Pereira.
Aunque aún hoy mantienen una relación de amistad, Pereira tiene claro que Castillo dejó de ser un representante de los trabajadores para pasar a ser un “hombre del gobierno”. Su caso no es aislado. Por el contrario, la participación de ex dirigentes sindicales en cargos políticos es un signo característico de los gobiernos del Frente Amplio.
Castillo estima que solo en esta tercera administración de la izquierda hay al menos 60 ex dirigentes sindicales ocupando cargos de gobierno. El fenómeno no le sorprende porque es parte de un vínculo histórico.
“En el Uruguay primero hubo unidad de la clase obrera organizada, de los sindicatos. A influjos de esa unidad, cinco años después se generan las condiciones y se produce la unidad de los partidos políticos de izquierda en lo que hoy se conoce como el Frente Amplio”, explica.
Para el PIT-CNT el fenómeno es positivo. A nivel parlamentario, Pereira afirma que alcanza con ver las leyes aprobadas en los últimos gobiernos para notar la importancia de la participación de ex dirigentes sindicales.
“Algunos ven entrar un laburante al Parlamento y se les debe erizar toda la piel. Yo los veo entrar y me enorgullezco. Cuando un sindicalista entra al Parlamento se democratiza el Palacio Legislativo que se pensó solo para doctores y determinadas clases sociales”, afirma.
En cargos ejecutivos, si bien aclara que no pretende tener delegados del movimiento sindical, Pereira ve como una ventaja que “el que está del otro lado del mostrador tenga determinadas sensibilidades con los procesos de cambio”.
Entre tantos sindicalistas que pasaron a ocupar cargos de gobierno, Pereira reconoce que hubo “una piedra en el zapato” que no se puede “mirar con indiferencia”. En el caso de Alfredo Silva (ex director de ASSE procesado por conjunción del interés público y privado) considera que el PIT-CNT “hizo lo que tenía que hacer” y lo sacó aún antes de que la Justicia se pronunciara.
Para Pereira, la “mejor manera” de evitar que se repitan casos como el de Silva es formar “equipos de trabajo” que apoyen al representante de los trabajadores en el organismo y mantengan una relación fluida con el sindicato. “No designar un tipo y dejarlo ahí”, argumenta.
“Señales de distanciamiento”.
Castillo y Pereira coinciden en que el PIT-CNT y el Frente Amplio viven el momento de mayor tensión en su relacionamiento. A once años de haber asumido el poder, el gobierno que “revolucionó” las relaciones laborales y en el que muchos dirigentes sindicales pasaron de ser reprimidos a ser “hombres de gobierno”, se enfrenta a una encrucijada que puede “alejarlo” de los trabajadores.
“Este es un momento de cruce de caminos: o el gobierno toma el timón y se acerca a la base social que lo sustenta o se aleja. El gran dilema es si en un proceso donde hay desaceleración económica se puede seguir distribuyendo”, analiza Pereira.
En su opinión, Dilma Rouseff en Brasil se enfrentó a una encrucijada similar. Según Pereira, su gobierno se desprendió del programa de las bases que lo sostenían y eso hizo que los trabajadores recién en los últimos meses iniciaran una movilización intensa para rechazar a Michel Temer.
Pereira sostiene que muchas de las medidas tomadas por el gobierno uruguayo este año “se alejaron de los trabajadores”. Entre ellas ubica al lineamiento salarial y el recorte del gasto público. Además asegura que se tomaron decisiones “sin siquiera consultar al movimiento sindical” cuando hasta ahora siempre habían tenido “teléfonos abiertos”.
“Son señales de distanciamiento que hay que revisar rápidamente”, asegura.
Castillo cree que la mayor tensión responde al contexto económico y productivo menos favorable del país. En este nuevo escenario, entiende que es fundamental tener “los pies en la tierra”.
“¿Estamos o no estamos en condiciones de seguir en la misma sintonía de crecimiento y conquistas de los dos gobiernos anteriores? Yo me respondo de inmediato que no, reconoce.
Por otro lado, sostiene que luego de avanzar en los temas más urgentes empiezan a quedar los más difíciles, a los que cataloga como “la profundización de la lucha de clases”. Ya no se trata solo de un puesto de trabajo y mejor salario sino de mejores niveles de vida, justicia social, igualdad de derechos y eso deja la relación en “un tono más tirante”. Aún así, Castillo reafirma el rumbo del gobierno.
“Participo en la gestión de un gobierno porque es de izquierda. Si no fuera de izquierda, si no respetara la lucha social, si no valorara como una de las cosas principales los derechos humanos fundamentales, los derechos de los trabajadores, los derechos de los estudiantes y jubilados, si no fuera un gobierno con esa concepción, yo no estaría en la gestión”, enfatiza.