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En el origen de este libro hay otro llamado El gran surubí, escrito por el argentino Pedro Mairal (Una noche con Sabrina Love, Salvatierra, La uruguaya), quien compuso un largo relato en sonetos sobre un pez gigante, una especie de Moby Dick que todos los pescadores buscan en las profundidades del Paraná. Y decir “todos los pescadores” no es exagerado, porque en esos endecasílabos el escritor argentino narró una historia de hambre y de opresión en la que el Ejército de una Argentina apocalíptica obliga a los hombres, convertidos en soldados, a pescar para alimentar a la población. El gran surubí se publicó en 2012 a modo de folletín por entregas en la revista Orsai, con bellísimas ilustraciones de Jorge González. Al año siguiente, salió como libro de tapa dura.
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Ahora aquella historia de Mairal aparece como un eco o como un contrapunto en Los dorados diminutos, de los uruguayos Horacio Cavallo, en el texto, y Matías Acosta en las ilustraciones. También escrito en sonetos, este relato tiene agua, peces y hombres sometidos por otros hombres, pero toma un rumbo diferente. “Es primo de El gran surubí”, escribió Mairal en el prólogo.
El protagonista es Luis Sorondo, un uruguayo que se larga al Río de la Plata en busca de su primo Ramón Paz, protagonista del libro de Mairal. Me costó convencer a Margarita,/ que apenas se acordaba de mi primo. (…) Metí el mate y el termo en la valija,/ la foto de los pibes y un cuchillo./ Miré aquellos seis ojos dando brillo,/ envuelto el cuore en un papel de lija, dicen los primeros versos de Los dorados diminutos.
Obviamente que la trama remite a los terribles años 70, a dictaduras y gente desaparecida en el río. Pero la travesía de Luis Sorondo, si bien sombría, tiene un tono burlón, con momentos de fantasía y también oníricos, porque todo se desarrolla en una atmósfera entre real y alucinada. Las ilustraciones en témpera y pastel de Acosta siguen la tonalidad de la historia y son lúgubres o luminosas, agitadas como el mar o calmas como un pueblo vacío al rayo del sol.
“Cuando Matías me mostró El gran surubí me encantó y le propuse hacer algo parecido, aunque más breve”, contó Cavallo a Búsqueda. Él ya habíaescrito un libro infantil en versos y tiene publicados varios de poesía. “Con el libro de Mairal te olvidás que son sonetos porque te va arrastrando la historia. Alguien me dijo que con Los dorados diminutos pasaba lo mismo, que se leía como una novela, y eso me gustó”.
Después de escribir los primeros sonetos, Cavallo se los envió a Mairal para conocer su reacción. Enseguida le contestó que le había gustado, incluso aceptó escribir el prólogo cuando el libro estuvo pronto para publicarse. En ese prólogo habla del origen y la trayectoria del soneto, de los cruces de historias entre las orillas del Río de la Plata y de la fuerza de la palabra en el libro de Cavallo: “La narración fluye en las estrofas, se desenvuelve en rimas y sorpresas verbales, se detiene, llega a la orilla, sigue”.
Tanto para Cavallo como para Acosta este libro es un homenaje a Mairal y al dibujante Jorge González. “Queríamos modificar sus estilos agregándoles lo nuestro; entonces hicimos dialogar una historia con otra. Me interesó que Luis, el personajes uruguayo, fuera persiguiendo a su primo a una distancia cercana y pasara por los mismos escenarios creados por Mairal, como una especie de planos que se contraponen”.
Con una edición cuidada, Los dorados diminutos es un precioso libro objeto que pudo publicarse porque sus autores ganaron un Fondo Concursable del Ministerio de Educación y Cultura. Lo distribuye la librería Escaramuza. “Sabíamos que comercialmente era inviable y era la única forma de poder publicarlo”.
Es difícil hablar de humor en una historia de este tipo, pero Cavallo lo logra con el juego de palabras y con personajes de la cultura televisiva o popular. Así hay alusiones a Arnold Schwarzenegger, Palito Ortega o Luca Prodan, a la novela El señor de las moscas o a la película Náufrago.
“El tono es similar al de Mairal, pero él ya había inventado la historia, y nosotros jugamos con ella. La idea es que tuviera humor y que hubiera referencias populares de las dos orillas, pero el drama va por caminos diferentes. Mairal no habla de nada en particular, se mantiene en la ficción, en un mundo que no tiene por qué haber existido. Yo sí lo llevé a algo más real. Cuando me sentí en el río y el personaje del Boga saca del agua al escritor Haroldo Conti, se me vinieron otras cosas, más vinculadas a la historia reciente”.
Para Acosta, ilustrar este libro fue un desafío sobre todo por el volumen de trabajo. En su trayectoria hay varios libros de literatura infantil, pero ahora tuvo que hacer 60 ilustraciones para 60 sonetos. “Es además un libro para adultos que tiene otro registro, pero tuve libertad absoluta para ilustrarlo”, cuenta. Mairal también se refiere a su trabajo en el prólogo: “Acosta no se superpone al texto, no redunda, sino que agrega una nueva dimensión a las palabras. (…) Su paleta da cuenta del óxido, el barro y ese juncal infinito, como un infierno húmedo y brumoso”.
Por supuesto que en este relato aparecen pequeños dorados, que tienen el tamaño de una aceituna y nadan en un charquito adentro de un barco. Ellos anticipan la llegada de otro pez, el más grande, el surubí que vuela sobre el agua mientras arrastra una cuerda. Si se sigue con la mirada, en su extremo se encontrará el fin de esta historia.