Nació hace 45 años en Indiana, Estados Unidos. Es un violinista consagrado, a quienes algunos han apodado “el poeta del violín”. Toca un Stradivarius de 1713 que compró en tres millones y medio de dólares. Hace un par de años “The Washington Post” lo requirió para un experimento social por el que se intentó medir las prioridades, el gusto y la percepción de la gente, al que Bell se prestó encantado. La prueba consistió en tocar de incógnito en una estación de subte durante una hora y en el momento pico de tráfico, con un sombrero boca arriba en el piso para recibir las limosnas. Decenas de miles de personas pasaron al lado suyo; nadie se paró a escucharlo; solo una persona, que lo había visto en concierto la semana anterior, lo reconoció. Bell sonríe al recordar la experiencia y desecha todo tipo de conclusiones negativas hacia la gente, como consecuencia de dicha prueba. Con motivo de su inminente gira sudamericana, su agente ha organizado una conferencia telefónica desde Nueva York en la que además de Búsqueda participan colegas de San Pablo, Buenos Aires, Santiago de Chile y Lima. El hombre, que vendrá al Uruguay gracias al Centro Cultural de Música, estará en la sala Eduardo Fabini del Auditorio Adela Reta el domingo 8 de setiembre a las 19.30, acompañado por el joven pianista italiano Alessio Bax. Harán un estupendo programa con sonatas de Mozart, Beethoven, Debussy y Grieg. Es, sin duda, la oportunidad de escuchar a uno de los grandes músicos de nuestro tiempo. Lo que sigue es un resumen de la conferencia telefónica de prensa.
—Trabajé con muchos directores y es mucho lo que se aprende con ellos. Además, ahora que yo mismo estoy iniciando mi carrera como director, me impresiona ver la cantidad de miradas y enfoques que se pueden tener sobre una misma obra. Acabo de tocar el Concierto de Chaikovsky con dos grandes directores: Valery Ghergiev y Christoph Eschenbach y eran dos obras completamente diferentes. De ambos enfoques aprendí muchísimo. También aprendo qué no se debe hacer de aquellos directores que no me gustan, porque de lo malo también se aprende. Con Roger Norrington aprendí el enfoque de música barroca y de Beethoven.
—Dirigí hasta ahora la Primera, Tercera, Cuarta, Quinta y Séptima sinfonías y la primera vez que hube de tocar el Concierto para violín me di cuenta de que mi aproximación a la obra era diferente a la de oportunidades anteriores. El director no puede dejarse llevar solo por el instinto. Debe analizar la obra en su conjunto y los diferentes pasajes de manera más profunda porque lo que está en juego no es solo su comprensión de la obra sino además la mejor forma en que él pueda luego transmitir esto a los músicos de su orquesta. Por tanto, después de este ejercicio, el abordaje de una sonata o de un cuarteto se hace más claro.
—¿Cree usted que es posible encontrar un equilibrio entre el enfoque moderno de Beethoven y el enfoque más ceñido a la época, con instrumentos también de ese período?
—Es precisamente lo que intento. El estilo es uno de los caminos para llegar a la verdad en música, pero no todo es cuestión de estilo.
—¿Hay alguna obra para violín que calificaría como obligatoria o imprescindible para aquel que quiera hacer una carrera solista?
—No es tanto un tema de carrera. Si se quiere formar como músico, es imprescindible abordar y profundizar las Sonatas para violín solo de Juan Sebastián Bach. La carrera de violinista es otra cosa; para eso es necesario aprender los pilares básicos del repertorio: Beethoven, Brahms, Chaikovsky. Pero no hay un solo camino para lograr una carrera de violinista: hay muchos que lo han hecho concentrándose solo en música moderna o solo en música antigua. Cada uno debe buscar sus fortalezas y con qué música tiene algo que decir, algo que transmitir.
—¿Qué sacó en limpio de su experiencia de tocar como un ciudadano casi de incógnito en una estación de subterráneo de Washington?
—La importancia que en música clásica tiene el contexto. La música clásica necesita una audiencia absolutamente concentrada en lo que está escuchando. Estar tocando durante la rush hour cuando la gente corría al trabajo o a su casa es un contexto absolutamente inapropiado para atraer la atención del oyente. Por tanto no me sorprendió que la gente pasara de largo al lado mío. Es lo lógico; no hay que sacar de ello conclusiones fatalistas sobre la incultura de la sociedad actual ni nada por el estilo.
—¿Qué violinistas del pasado admira?
—Empezaría con Isaye, uno de los más importantes de todos los tiempos: cambió la forma de tocar el violín y la expresión a través del instrumento. Mi maestro Joseph Ingold estudió con él y me hizo escuchar algunas grabaciones tempranas. Fritz Kreisler fue otro grande. De chico me obsesionaba escuchando las grabaciones de Jascha Heifetz, otro genio. Toda esta vieja escuela ha influido mucho en mí.
— ¿Cómo se siente haciendo música de cámara?
—Creo que la música de cámara es la forma más directa, íntima y efectiva de hacer música. Los grandes compositores así lo han visto, plasmando en este género sus mensajes más profundos, en la convicción de que era la mejor forma de llevar la música al público. Aquí el intérprete encuentra más posibilidades de sutilezas, de color y rango dinámico. Y se logra una conexión más honda con el auditorio.
— ¿Qué importancia tiene la educación musical para la humanidad?
—Está claro que el arte y la música son parte importante del ser humano. Eso se ve en todas las culturas, en los rincones más apartados del mundo. La música debería tener un lugar al lado del idioma y de las matemáticas en todas las escuelas. Me entusiasma mucho el sistema de orquestas juveniles que se inició en Venezuela y que se ha expandido en Sudamérica con la rapidez del fuego. Ellas serán en gran medida responsables del mantenimiento del interés general en la música clásica. Los niños deberían tener y tocar un instrumento, cualquiera que sea. De la misma forma que usan una regla o una máquina de calcular o un cuaderno, deberían tener un instrumento y aprender sus rudimentos, aunque no se dediquen luego profesionalmente a él. Eso los ayudará cuando crezcan a acercarse mejor a la música.
— ¿Qué cambios cree que serían necesarios para hacer la música clásica más accesible a los niños y jóvenes?
—Los niños son inmensamente creativos y escuchan la música con un oído también creativo. Si usted hace escuchar una sinfonía de Chaikovsky a un grupo de niños, se sorprendería de la inteligencia y la creatividad de las respuestas que le darían luego sobre sus impresiones de esa audición. No hay que cambiar nada en la música; sí hay que hacer cambios en la atmósfera de formalidad que tienen los conciertos, para que el entorno sea más amigable para ellos.
— Aparte de la música, ¿le gusta la pintura, la literatura, el deporte?
—La pintura no es mi área. Sí aprecio maestros como Monet, Van Gogh, pero en general la pintura moderna no me conmueve. Pero no soy experto en esto, mi alma está muy metida en la música. Me gusta mucho leer, cosa que hago muy a menudo en los aviones. Estoy leyendo “1Q84” de Haruki Murakami y por ahora tengo sentimientos encontrados con esta novela. Soy fanático del fútbol americano. Me temo que en la temporada de los campeonatos de fútbol este desplaza a la literatura. Ahora, durante mi gira por Sudamérica comienza la temporada de fútbol americano, así que después de mis conciertos, de noche en el hotel estaré viendo los partidos por Internet. Cuando puedo hacer deporte juego tenis y también básquetbol.
— ¿Cree que la aparición hoy de tantos jóvenes violinistas se deba a avances en la técnica del instrumento o en el método de enseñanza?
—Realmente no tengo claro como dato el hecho de que hoy haya más jóvenes violinistas que en el pasado. La técnica no es algo que deba aislarse dentro del concepto integral de artista. Si lo aislamos, entonces es probable que deba responder que sí, que hoy hay más jóvenes violinistas que cincuenta años atrás, capaces de tocar el concierto de Chaikovsky del principio al fin, pero eso no quiere decir que hoy haya mejores artistas del violín que en el pasado. ¿Dónde están los Ysaye, los Kreisler y los Heifetz de hoy?
— Aparte de Mozart, Beethoven y Mendelssohn, ¿qué otros autores le gustaría enfrentar como director de orquesta?
—Para la dirección orquestal me he planteado un proceso lento, paso a paso. Recién dirigiré a Brahms el año próximo (la Cuarta Sinfonía). Todavía no estoy pronto para compositores como Mahler o Bruckner. En una reciente gira por Australia la orquesta que dirigía Christoph Eschenbach hizo “Scheherazade” de Rimsky Korsakov. Eschenbach me permitió integrar la orquesta como primer violín y disfruté muchísimo esa obra desde el atril. Mi proyecto para dentro de dos años es dirigirla y al mismo tiempo tocar las partes solistas de violín que tiene la obra.
— ¿Cuánto tiempo hace que no toca la sonata de Debussy que hará en esta gira sudamericana?
—Hace más de 20 años. La grabé con Jean Ives Thibaudet en aquel entonces. La estoy re estudiando ahora y entre lo que he aprendido de música en estos veinte años más el actual Stradivarius que tengo, que es mejor que el anterior, creo que puedo lograr más colores en la obra. Como usted sabe, tocar Debussy es como pintar, el color es fundamental.
— ¿Cuál es su rutina diaria, si es que tiene una?
—Cuando estoy en Nueva York me levanto muy temprano y voy a buscar a mis tres hijos, que viven cerca de mi casa, desayuno con ellos y los llevo al colegio. Además, por supuesto, intercalado con mis actividades, trato de verlos durante la tarde otro poco. Si estoy de gira la rutina es más aburrida: hay que comer a la hora debida, la alimentación adecuada, hacer una siesta de por lo menos una hora antes de cada concierto. La comida es un punto interesante en mi vida. Tengo el hobby de cocinar, cuando tengo tiempo. Afortunadamente, mi compañero de gira ahora, el pianista Alessio Bax, es un gran cocinero. Hemos organizado comidas en nuestras casas donde cocina el dueño de casa. Y creo que además en esta gira coincidiremos en Lima con un festival gastronómico. Espero poder hacerme alguna escapada y disfrutar de la cocina limeña.
— De aquí a veinte años, si mirara para atrás, ¿qué cosa que haya dejado en el terreno de la música lo haría sentirse orgulloso?
—Es una pregunta difícil. Como violinista, haber sido cada vez mejor. Me gustaría también ser recordado como director y una materia pendiente que tengo es componer. Me gustaría dejar escrita una sonata para violín, que se ejecutara regularmente cuando yo no esté. También querría dejar algún trabajo o algún emprendimiento que tuviera un efecto positivo en los niños y en los jóvenes y pudiera ser recordado por eso.