El hombrecillo del gracioso mostacho

escribe Silvana Tanzi 
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Los libros que se dedican a publicar récords la ubican como la escritora que está apenas unos escalones más abajo de Shakespeare y la Biblia en cuanto a obras vendidas. Hablan de miles de millones de copias traducidas a más de cien idiomas. Son cifras con muchos ceros las que envuelven a la figura de Agatha Christie (Reino Unido, 1890-1976), la famosa “reina del crimen” que escribió 66 novelas y 150 relatos policiales, además de obras de teatro, novelas románticas y dos autobiografías.

En las fotos quedó registrada como una señora sobria y elegante, de traje chaqueta negro, collar de perlas y cabello prolijamente arreglado. Pero los datos biográficos hablan de una joven intrépida que nació en una familia de clase media acomodada, se educó en París y fue enfermera en la I Guerra Mundial. Nunca abandonó su espíritu aventurero y viajó hacia sitios raramente visitados en su época. Allí encontró escenarios y personajes para sus historias.

Había nacido con el nombre de Agatha Mary Clarissa Miller, pero pasó a la historia con el apellido de su primer marido, Archibald Christie, un aviador de la Fuerza Aérea británica a quien siguió hacia la guerra como enfermera voluntaria cuando recién se habían casado, en 1914. Tuvieron una hija, Rosalind, y se divorciaron en 1928, luego de vivir un episodio extraño que hasta hoy no se ha aclarado. Tan misterioso como una de sus novelas.

En 1926, la escritora desapareció durante 11 días. Su búsqueda implicó un gran despliegue y llegó a ser tapa del The New York Times. Primero apareció su auto chocado y después ella, en estado de amnesia, hospedada en un hotel con el nombre de la amante de su marido. Un caso turbio como para Hércules Poirot, que ya rondaba en su vida.

Justamente el famoso detective está cumpliendo cien años. Nació en 1920 en la primera novela de Christie: El misterioso caso de Styles. Lectora de Arthur Conan Doyle y heredera de las historias de su detective Sherlock Holmes, Christie creó su novela con una estructura muy básica: partió de un crimen, fue analizando a los sospechosos, creó pistas falsas hasta llegar al verdadero culpable. En su concepción, el detective nunca podía saber más que los lectores, por lo tanto, quienes leen sus novelas acompañan el razonamiento deductivo del investigador y van cambiando con él de parecer sobre quién es el asesino.

Con esa estructura elaboró El misterioso caso de Styles, que tiene todos los condimentos de las historias de Christie: personajes adinerados, grandes mansiones con sirvientes, celos familiares y un asesinato cuyo culpable nunca es el más obvio. En ese escenario surge Poirot, un personaje que con el tiempo cobraría vida propia y se volvería el arquetipo del investigador astuto y refinado, que no necesita de armas ni violencia para resolver sus casos.

“Poirot era un hombrecillo de aspecto fuera de lo corriente. Mediría escasamente 1.60 de altura, pero su porte resultaba muy digno. Su cabeza tenía la forma exacta de un huevo y acostumbraba a inclinarla ligeramente hacia un lado. Su bigote era tieso y de aspecto militar. La pulcritud de su atuendo era casi increíble; dudo que una herida de bala pudiera causarle el mismo disgusto que una mota de polvo. Sin embargo, este curioso hombrecillo, que, por desgracia, y según pude observar cojeaba ligeramente, había sido en sus tiempos uno de los miembros más destacados de la policía belga. Como detective, su olfato era extraordinario, y había obtenido resonantes éxitos ventilando algunos de los casos más desconcertantes de la época”.

Esta es la primera descripción del personaje, y quien así pinta al “hombrecillo” es Arthur Hastings, el narrador de la novela, un combatiente que se está recuperando de sus heridas en el frente. Porque la I Guerra Mundial es el telón de fondo de esta historia por la que circulan Ford T manejados por serios agentes de Scotland Yard. Hastings suele tener pesadillas con tanques y explosiones, por eso uno de sus amigos, John Cavendish, lo invita a pasar unos días en la casa de campo en Styles.

“Siempre he sentido la secreta ambición de ser detective”, dice Hastings cuando llega a la mansión, y aclara que su modelo es Sherlock Holmes. En un pueblito lindero se encuentra un grupo de refugiados belgas y, entre ellos, está Poirot, a quien el narrador había conocido tiempo atrás. No es Sherlock, pero se le acerca, y Hastings será su ayudante.

Los Cavendish son dos hermanos, John y Lawrence, quienes desconfían del nuevo marido de su madrastra Emily, que es 20 años menor que ella. Piensan, entonces, que es un cazafortunas. “La recordaba con una personalidad enérgica y autócrata, amiga de figurar en acontecimientos sociales y benéficos y con cierta debilidad por organizar tómbolas de caridad e interpretar el papel de Hada Buena. Era una señora extraordinariamente generosa y poseía una cuantiosa fortuna personal”, cuenta el narrador sobre Emily.

Su nuevo marido es Alfred, quien había sido primero su secretario. Es de nuevo Hastings el que da la visión del personaje: “Desde luego, parecía extranjero. No me extrañó que a John le disgustara su barba: era una de las más largas y negras que había visto en mi vida. Llevaba anteojos con montura de oro y su rostro tenía una impasibilidad extraña. Su voz era profunda y untuosa”.

Cuando Emily aparece muerta en su cama, aparentemente envenenada, todos apuntan hacia el barbudo Alfred, pero la situación no es tan sencilla. Sobre todo cuando entra en escena el pequeño belga con sus zapatos en punta, su acento francés y sus modos galantes. Para él la clave está en los detalles, pero detesta las huellas y las pistas evidentes. Por ejemplo, lo primero que pregunta es si la muerta había cenado mucho o poco. Y todos lo miran desconcertados.

Poirot tiene la parsimonia de quien mastica los hechos y los datos. Nunca se apura. Antes de salir corriendo a interrogar a algún testigo, tiene que retocarse su mostacho con las puntas hacia arriba y cepillarse el saco. “No hay por qué tener prisa”, le dice a su amigo Hastings.

El detective tuvo una larga vida literaria, apareció en 33 novelas de Christie y en 54 relatos. Muy pronto a su creadora le resultó molesto y decretó su muerte en 1940, pero era un personaje tan popular que no pudo matarlo. Finalmente lo hizo en 1975, un año antes de su propia muerte. Realmente Christie no lo quería. El final de Poirot ocurre, por causas cardíacas, en la novela Telón, después de que el investigador se siente forzado a cometer un homicidio para que se haga justicia.

Tanta trascendencia y tanta vida independiente logró Poirot que el 6 de agosto de 1975 el diario The New York Times le dedicó un obituario en su portada, como si hubiera sido una persona real: “Hercule Poirot Is Dead; Famed Belgian Detective” (Hércules Poirot está muerto; famoso detective belga).

Su personaje trascendió también los libros y fue protagonista de películas y series televisivas. El británico David Suchet lo interpretó en la película El misterioso caso de Styles (1990), y antes lo había hecho en la serie televisiva Agatha Christie’s Poirot (1989), basada en varias de sus novelas.

Albert Finney se puso sus mostachos en Asesinato en el Expreso de Oriente (1974), y Peter Ustinov protagonizó varias de sus historias, entre ellas, Muerte en el Nilo (1978), Muerte bajo el sol (1982) y Cita con la muerte (1988).

Recientemente, John Malkovich lo representó en 2019 como un detective ya mayor y pelado en una adaptación televisiva de la novela El misterio de la guía de ferrocarriles, y Kenneth Branagh lució unos exagerados bigotes gruesos y canosos en otra versión de Asesinato en el Expreso de Oriente (2017). También aparecerá en una nueva Muerte en el Nilo, aún no estrenada.

Christie fue tan alabada y leída como criticada por otros cultores del género policial como Raymond Chandler, que consideraba a sus crímenes y ambientes excesivamente pulcros e inverosímiles, sobre todo los protagonizados por la anciana detective Miss Mapple, la otra famosa protagonista de la autora. Es que Christie estaba muy alejada del policial noir, de los bares llenos de humo y de los detectives conflictuados por la corrupción. Es difícil imaginarse a Poirot borracho.

Christie se casó por segunda vez en 1930 con el arqueólogo Max Mallowan, y con él realizó largos viajes por Siria e Irak. En esos lugares ambientó algunas de sus novelas más famosas, que se reeditarán con motivo de los cien años de El misterioso caso de Styles por el sello Booket del Grupo Planeta. Junto con su primera novela, aparecerán otras de sus historias más festejadas, como Cita con la muerte, Diez negritos, Los elefantes pueden recordar y El asesinato de Roger Ackroyd. El hombrecillo belga se las ingenia para volver. Y él sabe que siempre es bienvenido.

Vida Cultural
2020-09-16T22:56:00