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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUno de los puntos fuertes del británico Ricky Gervais es que no hace concesiones. Mientras una parte nada desdeñable de humoristas de todo el globo se esmera en cambiar sus rutinas para encajar en los nuevos patrones ideológicos de moda, Gervais tuerce el gesto, se manda un trago de cerveza y emprende un nuevo proyecto con el que duplica las cuotas de su humor oscuro y complejo. Allí donde otros agachan la cabeza y piden disculpas mientras levantan sus manos unidas hacia el cielo, cambiando sus rutinas de humor para evitar ser cancelados por los aires neopuritanos en boga, el británico se ríe mientras hace bromas sobre niños muertos y el sistema de clases de su país.
El humor de Gervais aguanta la toma, entre otras cosas, porque muchas veces él mismo es blanco de sus dardos. Por ejemplo, cuando parodia su situación de nuevo rico muy rico nacido en un barrio pobre, muy pobre. Aguanta la toma porque prácticamente no cede en el rumbo de su humor, no importa adónde este lo lleve. Y las veces en que acepta tomar algún desvío, su ruta no se dirige a la tontuna políticamente correcta que cada vez nos envuelve de manera más densa, como si fuera gas de Bhopal. Por el contrario, los desvíos que Gervais introduce en su humor feroz llevan al espectador a zonas de reflexión profundamente humanas.
Algo de eso aparece en su especial Humanity, en donde es capaz de saltar del humor más oscuro a la reflexión más íntima y profunda. Y mucho de eso aparece en After Life, que en su tercera temporada en Netflix es la comedia británica más vista en el mundo. Sin embargo, la palabra comedia no resulta una definición adecuada del todo: las dosis de duelo, dolor y desamparo que empapan el programa lo acercan más a la comedia dramática que a la comedia a secas. Eso sí, cuando la comedia aflora, lo hace en forma negra, radical.
Es justamente en la habilidad que muestra Gervais, quien escribe, dirige y protagoniza la serie, para pasar de manera fluida de un registro a otro en donde reside lo mejor del show. En ciertos momentos el programa parece una suerte de lamento fúnebre, depresivo, y en otros una galería de personajes que van de lo delirante a la caricatura aberrante. Y sin embargo, la transición entre un momento y otro es casi siempre efectiva. Esto no equivale a decir que la serie siempre funcione de manera perfecta. Por ejemplo, algunos personajes secundarios suenan por momentos forzados en su chusquería, otros suenan a repetición de personajes que ya se vieron en otras series de Gervais, como en Derek. Por otro lado, el vínculo virtual del protagonista, Tony Johnson, con su esposa fallecida por momentos se torna monótono y cansador.
En el otro lado de la balanza, After Life tiene momentos estupendos, como cada uno de los absurdos reportajes que Tony y su compañero fotógrafo Leny (excelente Tony Way) realizan para The Tambury Gazette, el triste diario de ese pueblo en el que no pasa absolutamente nada. O personajes como el cartero interpretado por Joe Wilkinson que parecen insertarse en la trama central de manera tan caprichosa como efectiva. O el vínculo humano que el dolorido y deprimido Tony establece con algunos de quienes lo rodean, como su cuñado y jefe Matt, o con Kath, la vendedora de publicidad del diario. Si en las primeras dos temporadas ambos eran el blanco predilecto de los fulminantes y destructivos dardos del malhumorado Tony, en esta temporada vemos que los afectos entre ellos se imponen.
Y ese parece ser el argumento de arco largo que plantea la serie: por detrás de los conflictos y rutinas diarias, de nuestras reacciones ante la pérdida, de nuestro dolor o de nuestra frustración, late siempre un elemento humano que se resume en la posibilidad de verse y encontrarse en los otros. No se debe confundir esto con la alegría o el optimismo. El personaje interpretado por Gervais es capaz de encontrar ese elemento humano sin perder su malhumor oscuro y antipático. Pero hasta él es capaz de reconocer la muy humana necesidad de contar con los otros y que los otros cuenten con uno. El hombre es un animal social, parece recordar la serie, y si queremos vivir con otros no tenemos más remedio que lidiar con ellos. Y si tenemos suerte seremos capaces de construir vínculos de afecto que harán nuestra vida mejor.
Por supuesto, la forma en que Gervais plantea esto en After Life está lejísimos de lo que hacen los libros de autoayuda: aquí casi nadie termina sonriendo ni mucho menos se transforma de manera sencilla y voluntaria. Al contrario, encontrar una razón para seguir apostando por las cosas buenas de la vida, parece decir el comediante inglés, puede ser un proceso lento, complicado y hasta doloroso. E incluso puede que no encontremos jamás esas razones para mirar ese “lado brillante de la vida” sobre el que ironizaban los geniales Monty Python en el final de su película La vida de Brian.
Leído el párrafo previo uno podría pensar que After Life es un mamotreto pesado y pretencioso con aires de libro de filosofía for dummies, pero no es así. El mérito de la serie de Gervais es precisamente ese: lograr tocar todos estos temas densos y pesados de una forma humorística, capaz de combinar una reflexión seria sobre nuestra existencia con un puñado de situaciones cómicas en manos de un grupo de personajes desquiciados. ¿Cómo lo logra? Sin caer en las ñoñeces de la corrección política ni en la soberbia de creer que estos asuntos que son su material tienen una definición o una solución sencilla. De hecho, el final de esta tercera temporada es, pese a su aire de despedida, uno de los más abiertos que recuerdo en una serie de televisión.
Mención aparte merecen los diálogos que Tony tiene con Anne, una viuda a la que conoció en el cementerio durante una de sus muy frecuentes visitas a la tumba de su fallecida esposa. Maravillosamente interpretada por Penelope Wilton, Anne es una persona dolida que logra encontrarle un sentido a su pérdida, algo que a Tony le cuesta un disparate y que, no lo sabemos ni siquiera al final de la serie, no es seguro pueda encontrar.
La vida y la muerte nunca son exactamente lo mismo para dos personas distintas, y lidiar con la pérdida es un proceso personal e intransferible. Por eso, dice Ricky Gervais en After Life que mientras seguimos adelante y vemos si ese sentido aparece, lo mejor es tomarse las cosas con todo el humor del que se disponga, no importa qué tan oscuro resulte.