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    El italiano amante de Ucrania y del Río de la Plata

    Sentado en un café de la Peatonal Sarandí, Giovanni Catelli parece uno más de los tantos habitués de Ciudad Vieja, algo que a él le resulta muy grato. Sin embargo, este escritor y periodista es un italiano de Cremona que se mueve constantemente y desde hace años entre su país, Ucrania y el Río de la Plata. “La forma natural de mi escritura es la prosa poética, el petit poème en prose”, explica al definir su obra literaria que ha sido traducida al checo, ruso, finlandés y español. En su último pasaje por Montevideo conversó con Búsqueda acerca de tres temas en principio desconectados: su literatura, la guerra que lleva Vladimir Putin en Ucrania y la muerte del escritor Albert Camus (premio Nobel de Literatura 1957) ocurrida en 1960, cuando tenía 46 años, sobre la que publicó en 2013 el libro Camus debe morir, resultado de años de investigación en torno a las implicancias de la KGB en el accidente automovilístico en el que murió el escritor. Traducido a varias lenguas, en su edición en inglés el libro tuvo como prologuista al escritor estadounidense Paul Auster (ver recuadro).

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    —¿Cuál es su vínculo con Montevideo?

    Mi libro de cuentos y prosas poéticas, Geografías, tuvo varias traducciones, una de ellas al castellano en Argentina, donde también fueron traducidos otros de mis libros. Siempre vine a presentarlos a Montevideo. Para mí es una ciudad muy querida y de mucho interés por su tradición literaria y la calidad de su arquitectura. El barrio más fascinante para mí es Ciudad Vieja, donde siempre tuve una sensación muy fuerte de pertenencia, casi como si en una vida anterior hubiera vivido en esta ciudad. La rambla también es para mí un lugar querido, como el barrio de Pocitos, me parece que es una de las costaneras más atractivas del mundo. Aquí conocí a varios poetas y escritores y tengo amigos y amigas en el campo literario. La calidad humana de los uruguayos es excelente, percibo una calidez y una amabilidad que raramente había experimentado en mis viajes. También la actual actividad literaria y editorial es de gran nivel. Debo decir que la tradición literaria uruguaya y argentina fue muy importante para mi formación. Horacio Quiroga, Julio Cortázar, Eduardo Cozarinsky, Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Juan Carlos Onetti, un autor al que amo mucho, y los poetas Idea Vilariño, Ida Vitale y Juan Gelman, entre otros.

    —¿Cómo surgió su interés por la muerte de Camus?

    —Hice una investigación larga, durante 10 años, en la cual busqué entender si verdaderamente lo que escribió (el poeta y traductor checo) Jan Zabrana en su diario, haciendo responsable a la KGB soviética del accidente de Camus, podía ser confirmado en la realidad. Cuando estuve seguro de que su crónica de lo que pasó era verdadera y conforme a los hechos, empecé a escribir el libro. A posteriori, un ilustre abogado italiano, amigo de Jacques Vergès, el “abogado del Diablo” francés, me ofreció su testimonio sobre lo que le había contado Vergès: una confirmación de la acción de la KGB contra Camus, con el silencioso aval del poder francés. Este testigo de Vergès está incluido en la versión castellana del libro, así como en la francesa, inglesa y estadounidense.

    —¿Cómo fue la recepción del libro?

    —Provocó mucho interés: el Corriere della Sera, antes de la edición del libro, escribió favorablemente sobre mi teoría, y los artículos en la prensa fueron casi todos favorables, excepto uno, que en mi opinión tenía una mirada escéptica sobre Jan Zabrana, autor del primer testimonio. En Francia también hubo artículos favorables, pero percibí un deseo de poner un manto de silencio alrededor del libro, que iba a molestar mucho. Un gran biógrafo de Camus, amigo mío, Herbert Lottman, me dijo: “No te van a permitir que se publique el libro en Francia, va a molestar demasiado”. Por eso, ya me parece un éxito que se haya publicado, pero, conociendo el sistema de poder cultural francés, no me sorprende lo que pasó después. Varios periodistas con los que estuve en contacto, y que se habían mostrado interesados en el libro, cortaron sorpresivamente todo vínculo sin dar una explicación. Para la edición inglesa y estadounidense creo que fue importante la introducción de Paul Auster, a quien conozco de años, y que concuerda conmigo sobre la teoría del asesinato de Camus. Tengo enorme confianza en él, y le agradezco mucho por su apoyo. Hay críticos que concuerdan y otros que tienen dudas. Como sabe bien quien haya estudiado las organizaciones de espionaje, las órdenes de asesinato son destruidas una vez que el acto se cumple, y después queda solo el testimonio de quienes colaboraron o de los que supieron. Hasta ahora hay ediciones italiana, argentina, francesa, inglesa, estadounidense y húngara, y está prevista también la ucraniana. En mi opinión el testimonio de Vergès es extraordinariamente importante: él era comunista, tenía amistades en varios servicios secretos y era amigo personal del jefe de la KGB (Alexander) Shelepin al momento del accidente de Camus. Nadie mejor que él podía conocer la verdad sobre este caso.

    —Usted es editor de la sección Cultura de la publicación italiana eastjournal.net y ha escrito muchos artículos acerca de Ucrania. ¿Cómo llegó un poeta y narrador italiano a convertirse en eslavista?

    Viajo a Ucrania desde hace 21 años y recorrí casi todo el país, hablando y conociendo gente para entender las mentalidades de las diferentes zonas. Un querido amigo italiano de la infancia estudió el ruso y se fue vivir ahí, y yo empecé a viajar para encontrarme con él. A su vez siempre tuve interés en Europa del Este y el antiguo bloque soviético. Aprendí el ruso en Ucrania, allá tradujeron dos de mis libros y empecé a escribir artículos sobre la situación del país. Pude mirar en directo las dos “revoluciones” del siglo XXI: la revolución naranja, de 2004, cuando las protestas populares exigieron elecciones presidenciales libres, que antes eran manipuladas, en las que finalmente fue elegido el presidente (Viktor) Yushenko, contra (Viktor) Yanukovich, expresión de la influencia rusa. También viví la “revolución de la dignidad”, en 2014, cuando las fuerzas policiales especiales mataron a más de 100 manifestantes, y al final de la cual el presidente Yanukovich escapó a Rusia. Después de esta revolución, Rusia ocupó militarmente Crimea y envió mercenarios para sacar el Donbass a Ucrania. Se crearon así las dos “repúblicas separatistas”, mafioso-criminales, dirigidas por Moscú, para crear un conflicto al interior de Ucrania y evitar que el país ingrese a la OTAN.

    —Entonces para usted no fue una sorpresa la invasión a Ucrania...

    —A partir de la primavera de 2021 Rusia acumuló un imponente ejército cerca de las fronteras ucranianas para ponerle presión y amenazarla. En realidad, planeaba una invasión, parcial o total. Yo denuncié en marzo de ese año el deseo de sacar la provincia de Jersón y el canal septentrional de Crimea, importante para dar agua a la península ocupada; al mismo tiempo un exasesor de Vladimir Putin, Andrei Illarionov, escribió lo mismo. En otoño, el número de las tropas creció en calidad y cantidad. Ya entonces yo estaba seguro de que Putin quería invadir para tomar control completo sobre Ucrania. Quien quería volver al poder era el expresidente Yanukovich, y en los primeros días de la invasión, cuando pensaba poder ganar fácilmente, Putin lo invitó a Bielorusia para tenerlo cerca de Kiev. Su deseo es restaurar una apariencia de Unión Soviética, en un plan de control sobre las exrepúblicas que se fueron en 1991. Rusia conserva una mentalidad profundamente militarista, y el régimen actual está reivindicando al personaje de Stalin, en una mirada nacionalista y de renovada potencia imperial; ahora ha cancelado la importante institución Memorial, que conserva el archivo de los horrores del estalinismo. Putin considera aún vigentes los acuerdos de Yalta y a Ucrania no le da dignidad de Estado autónomo, sin ningún respeto por una nación democrática.

    —¿Piensa que hay sectores de izquierda que tienen un espejismo con Putin, como si fuera heredero de la URSS?

    —Ahora Rusia es un país hipercapitalista, y sería importante recordar eso a los nostálgicos de la Unión Soviética: el país actual conserva solo la estética y la simbología soviéticas, pero no tiene nada que ver con los principios de aquellos tiempos. Además sostiene económicamente a una gran parte de la extrema derecha europea e igualmente goza de la simpatía de una parte de la izquierda, que conoce poco la realidad y piensa en términos de antiamericanismo. Es el antiamericanismo la verdadera razón del apoyo a Rusia: no importa que tenga métodos horribles, iguales o peores de los de la potencia rival, es el adversario de Estados Unidos, y por eso mismo gana simpatía y apoyo. La cantidad de mentiras que la propaganda rusa desde hace años difunde a su pueblo y a los medios del exterior es espantosa: solo los disidentes internos como (Alexei) Navalny (ahora preso), (Mijail) Jodorkovski o (Garry) Kasparov (que se escaparon) pueden decir la verdad sobre las horribles manipulaciones del gobierno actual. Europa siempre tuvo una dependencia de Rusia por la compra de gas y petróleo, y nunca quiso mirar más allá de su interés inmediato. También hay viejos vínculos comerciales muy favorables con Rusia de países como Francia, Italia y Alemania. Todos esos factores impidieron a Europa entender realmente la violencia que Rusia utilizó con los países vecinos desde los años 90, y el riesgo que su política de potencia iba realizando.

    • Recuadro de la entrevista

    La violenta muerte de Camus